El expresidente avanza implacable en la interna republicana, sin que las graves denuncias civiles y penales en su contra le causen la menor afectación.
Al igual que el mito clásico de Anteo, quien hallaba renovadas fuerzas al tocar la Tierra y se convertía en prácticamente invulnerable, el expresidente estadounidense Donald Trump demuestra una asombrosa tenacidad en su búsqueda de la victoria.
La sensación de invencibilidad que rodea a su figura en la carrera presidencial dentro del Partido Republicano resulta impresionante. Incluso las adversidades que podrían haber perjudicado a un político convencional, como las graves acusaciones y demandas en su contra, algunas de las cuales podrían acarrear consecuencias legales significativas, no parecen afectarlo. Tampoco su derrota en las elecciones de 2020 ante el demócrata Joe Biden, la que se niega a reconocer, o su decisión de abstenerse de participar en debates televisivos con sus contendientes republicanos, a quienes menosprecia. Hasta el momento, nada parece debilitarlo en su camino hacia las elecciones del próximo año.
El promedio de las encuestas de los precandidatos republicanos a las primarias de 2024, del pasado 4 de octubre, refleja de manera destacada el liderazgo de Trump, con un 55,3 %. Esta cifra representa una ligera disminución en comparación con su pico más alto que se registró el pasado 19 de setiembre.
Es un guarismo significativo cuando consideramos que el segundo lugar lo ocupa Ron DeSantis, el gobernador de Florida. Este cuenta con un respaldo del 13,7 %, en una tendencia a la baja desde principios de año. Los ocho restantes interesados en convertirse en el presidenciable republicano están notablemente rezagados. Esto incluye al exvicepresidente Mike Pence (3,3 %) y Nikki Haley (7,9 %), exembajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas.
¿Un presidente en prisión?
Trump lidera la competencia republicana a pesar de las numerosas acusaciones en su contra. Estas incluyen casos graves de corrupción y varias imputaciones de intentar anular el resultado de las elecciones presidenciales de 2020 que podrían resultar en acusaciones criminales. A pesar de este bagaje, mantiene una posición ventajosa.
La Constitución de Estados Unidos no contiene disposiciones que prohíban la postulación de un candidato que enfrenta cargos judiciales o procesos en curso. Pero, ¿qué sucede si dicho candidato es elegido presidente por el voto popular y posteriormente se emiten fallos en su contra?
Es innegable que una sentencia de prisión plantearía una serie de desafíos, tanto prácticos como políticos. Esto lo analizan Erik Larson y Bob Van Voris en un artículo del servicio de Bloomberg. En Washington, se ha abierto una controversia entre quienes creen que, si la justicia determina que el expresidente Trump fue partícipe de una «insurrección o rebelión» debido al ataque al Capitolio el 6 de enero, se cuestionaría su elegibilidad para asumir la presidencia. Por otro lado, existe una posición contraria. Considera improbable que esto suceda, debido a las complejidades legales del caso y a la imposibilidad de demostrar la participación de Trump en el asalto al Congreso.

Votantes fieles
Lo único cierto hasta el momento es que la variedad de casos civiles y penales en los que Trump es protagonista en los tribunales solo lo perjudica al restarle tiempo y atención de la competencia interna republicana.
Creer que la base electoral de un líder populista lo abandonará debido a conductas inapropiadas y acciones al margen de la ley antes y durante su ejercicio del poder es una interpretación estereotipada. Se trata de un análisis equivocado, ya que sobreestima la influencia de la corrección política en el discurso democrático. Este error es equiparable al que se cometió durante la campaña electoral de 2016. En esa ocasión los demócratas, de manera equivocada, creyeron que era imposible que Hillary Clinton, una candidata altamente preparada, perdiera ante un multimillonario del sector inmobiliario conocido por su lenguaje fuerte, su falta de experiencia en asuntos públicos y su fama adquirida en el popular reality show El Aprendiz.
Trump continúa aprovechando circunstancias que, en apariencia, son negativas, de manera similar a como lo hizo en el pasado. Su objetivo es reforzar la narrativa de que está siendo injustamente atacado por el establishment y la administración demócrata de Joe Biden. Desde su posición de víctima, los acusa de llevar a cabo una caza de brujas en su contra. Afirma además que lo persiguen por su defensa de los estadounidenses perjudicados por la mala política tradicional, incluso desde dentro de su propio partido. Ha llegado al punto de decir a sus seguidores: «Me están acusando por ustedes».
En los actos y recorridos por donde se percibe la ira o la preocupación del electorado, se observa a Trump tan enérgico y decidido como cuando enfrentó a Hilary.
«Nacionalismo económico»
En cada mitin, Trump proyecta una personalidad arrolladora. Ofrece a electores enojados por la incertidumbre emocional la posibilidad de mantener sus condiciones de vida si él regresa a la Casa Blanca. Presenta propuestas mágicas a sus votantes más viscerales, con la promesa de un jardín del Edén con flores nacionalistas.
Mientras sus contendientes se enfrentaron en el segundo debate televisado sin mover la aguja de la interna republicana, Trump habló con sus seguidores en una planta de fábrica de automóviles, en Michigan. El contexto, una huelga profunda que afecta a los principales fabricantes estadounidenses.
Ante trabajadores de una planta no sindicalizada, cerca de la emblemática Detroit, el expresidente habló de «nacionalismo económico» y de la urgencia por reconstruir «la base industrial manufacturera del país». Y lanzó críticas a «los depredadores de Wall Street, los tramposos chinos y los políticos corruptos».
Además de buscar el voto obrero y de ascendencia blanca del Cinturón Industrial, el expresidente republicano aprovechó un acto de evangélicos en Washington. Allí destacó el renovado apoyo de una base fundamental en su estrategia electoral.
Fiel a su pensamiento dicotómico, dijo a sus votantes cristianos que la próxima elección «decidirá si Estados Unidos será gobernado por tiranos marxistas, fascistas y comunistas que quieren destruir la herencia judeocristiana. O si será salvado por patriotas que temen a Dios y aprecian la libertad como todas las personas que están en esta sala».
El Trump beligerante se siente en la libertad de actuar según su voluntad. Arremete hasta sus oponentes republicanos y se mofa públicamente del presidente de Estados Unidos. Así logra atraer a votantes que descartan de antemano las posibles responsabilidades legales o éticas de su líder. Todo ello ha afectado el ánimo de varios grupos conservadores opuestos al expresidente, que ya dan por un hecho la victoria arrolladora del magnate.
Todavía hay tiempo
Sin embargo, es un error ondear tan rápidamente la bandera blanca en una carrera que recién empieza. Como demuestran otras instancias internas, todavía hay tiempo de avanzar.
Todavía es posible descubrir una vulnerabilidad crítica de Trump, al igual que Heracles la halló en Anteo, al que finalmente venció. Y eso podría cambiar el estado de ánimo de la opinión pública.
En política, la coherencia, perseverancia y persistencia, tarde o temprano rinden sus frutos.
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