Radiografía de América Latina

Radiografía de América Latina

Los efectos de la pandemia serán contundentes. La región más desigual del mundo se enfrentará a un panorama muy complejo

Por: Sebastian Chiappe28 Jul, 2020
Lectura: 8 min.
Radiografía de América Latina
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Los efectos de la pandemia serán contundentes. La región más desigual del mundo se enfrentará a un panorama muy complejo en términos políticos, sociales y económicos. Prioridades para pensar la salida de la crisis.   

Hace cinco meses que la pandemia llegó a América Latina y en muy poco tiempo se apoderó de todas las miradas que estaban puestas en, Asia primero, y luego en Europa. Las consecuencias que dejará el COVID-19 indican que para la región será el peor año en materia económica en más de 70. Se enfrentará a efectos que dejarán en situación de pobreza a más de 30 millones de personas nuevas. Para dimensionar: el equivalente a la población de Perú.

El panorama ya era complejo antes del coronavirus. Ahora, con los efectos de la pandemia serán desoladores. Los distintos gobiernos, obligados a combinar las recomendaciones sanitarias con las necesidades económicas, enfrentan proyecciones que auguran un futuro oscuro. Según el Banco Mundial, el PBI de la región caerá un estimado del 7,2% este año. La CEPAL, por su parte, asegura que la contracción económica significará un incremento de más del 4,4% en la tasa de pobreza y el 2,5% en la indigencia.

 

En 2019, hubo 5,4 millones de pobres más que en 2018. Con las proyecciones mencionadas, de 186 millones de personas pobres en 2019, se pasará a más de 214,7 millones en 2020. Mientras que la pobreza extrema saltará de 67,5 millones a más de 83,4 millones. Venezuela, Brasil, Perú, Argentina y México se sitúan como los países con caídas más profundas de PBI. En el primero de ellos, la economía –tal como viene ocurriendo desde hace años- caerá un 18%; en Perú cerca del 12%; Argentina alrededor del 7,3%; México un 7,5%; y Brasil un 8%. Estos números –del Banco Mundial- son fotos de hoy que podrían agravarse. El FMI es aún más pesimista.

Todo en una región que, además de ser la más desigual del mundo, cuenta con una característica que la torna muy vulnerable: la dependencia externa. América Latina está atada a dos factores a los que no puede controlar. Ellos son: el precio de los commodities y la variación de la tasa de interés. Los precios de las materias están a la baja, mientras que la posibilidad de financiarse con el exterior no resulta tan sencilla para algunos países que están endeudados y con Estados quebrados. Esta dependencia, frente a un mundo también golpeado por la pandemia, genera que el sombrío panorama para lo que viene se torne más aterrador.

Encima la política no colabora. Sin líderes de peso que puedan comandar el camino de la reconstrucción en conjunto, cada país atravesará la crisis y buscará la salida a su manera. A nivel regional se vienen tiempos de mayor conflictividad social, inestabilidad política y un aumento considerable de la desigualdad, que muchas veces se traduce en más violencia. Los conflictos sociales producidos en la región en 2019 (Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia) se profundizarán ya que, no solo no fueron resueltos, sino que el descontento económico crecerá y la escasa legitimidad de gobiernos –por falta de apoyo popular- no alcanzará para tranquilizar a una sociedad cada vez más incrédula. Todo esto generará una gran inestabilidad política. Las elecciones de septiembre en Bolivia, febrero en Ecuador y noviembre de 2021 en Chile podrían apaciguar ciertos reclamos ante la esperanza que pueda representar en la población una nueva conducción política, luego de gestiones muy cuestionadas.

Por su parte, uno de los gigantes de la región, Brasil, recién tendrá elecciones presidenciales en 2022, lo cual puede acelerar procesos internos que la pandemia expuso. Una falta de liderazgo político que no supo contener ni coordinar acciones en conjunto con gobernadores opositores y funcionarios propios. El relato de Jair Bolsonaro terminó de implosionar cuando, después de meses de subestimar la pandemia, fue diagnosticado con Covid.

Quien tal vez enfrenta uno de los peores panoramas es la Argentina. En default y a la espera de una renegociación de la deuda exitosa, el gobierno de Alberto Fernández solo apela a la emisión monetaria como única herramienta para sostener parte del tejido social. El escenario prepandemia mostraba una inflación anual de alrededor del 50%, un 35% de la población en situación de pobreza y un desempleo en crecimiento por el cierre de cientos de pequeñas y medianas empresas. Todos estos problemas ya se están agravando y, a diferencia de la crisis del 2001, las condiciones externas son muy distintas. Como si fuera poco, el déficit fiscal será el más alto en 30 años y crece el descontento social ante la dirigencia política. Se estima que, para fin de año, una de cada dos personas sea pobres en la Argentina.

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La coyuntura macroeconómica de la región ya evidencia la crisis. Enfrenta una dura caída de sus exportaciones, principalmente en los países que venden materias primas a China, como es el caso de Argentina, Brasil, Perú, Chile y Uruguay, quienes destinan en promedio el 20% de su comercio exterior al gigante asiático. El desplome del barril de crudo también afecta a las exportaciones petroleras. Todo en un contexto de baja recaudación tributaria y un alto nivel de endeudamiento, que con el correr de los años escaló profundamente y ata de pies y manos a muchos presidentes.

¿Dónde está la salida?                

En plena pandemia es difícil ver por dónde puede estar la salida, pero, como dice la frase, las crisis pueden representar una oportunidad. En este sentido, países como Uruguay, Paraguay y Panamá corren con ventaja ya que serán los que menos caerán en 2020 a partir de un buen manejo de la pandemia, ya sea por decisiones políticas o condiciones sociodemográficas favorables.

Pensando en volver a crecer, la región debe fortalecer sus instituciones, en busca de mayor estabilidad política y seguridad jurídica, con el objetivo de atraer inversiones y pensar en política públicas de largo plazo que impulsen un modelo productivo que tengan que ver con el siglo XXI y no con el siglo XX. Esto requiere de reformas laborales, fiscales e impositivas profundas y poner el foco en la educación y la sanidad. La evidencia, a partir del déficit en infraestructura que existe y la pandemia expuso, resuelve una larga disyuntiva: no pasa por tener Estados más grandes o más chicos sino por tener Estados más eficientes. Se necesita, principalmente, impulsar la inversión en infraestructura, en capital humano y el desarrollo de sectores como las finanzas y la tecnología. Pero para eso cada país tiene que promover políticas pro inversión y no anti, es decir, imponer una política exterior inteligente –no ideologizada- que aumente la cooperación regional para impulsar el multilateralismo y la integración con todos.

Las dos potencias miran la región

El rol de China y Estados Unidos en la reactivación latina es fundamental. El gigante asiático será clave por tres motivos: 1) Se trata del principal demandante de materia prima. 2) Ya puso un pie en la región con su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. 3) Es un gran promotor de inversión extranjera directa. En Panamá, por ejemplo, la inversión china supera los 2.500 millones de dólares. Mientras que la firma ICBC ya está bien instalada en México, Argentina, Perú y Brasil.

Por su parte, el país norteamericano, además del comercio de alimentos, es el principal destinatario de la exportación de servicios basados en el conocimiento, algo que viene creciendo a buen ritmo en Uruguay, Argentina y Chile y puede hacerlo aún más.

Las dos potencias mundiales miran la región. No en vano la decisión de Donald Trump de romper con la tradición latina en la presidencia del BID. El presidente norteamericano, que en menos de cuatro meses pondrá su futuro en juego en las elecciones, quiere evitar que China aproveche las consecuencias de la pandemia en la región y continúe con su desembarco. La competencia –probablemente feroz- entre quien no quiere perder su zona de influencia y quien busca profundizar su peso en América Latina obligará a tomar decisiones importantes que pueden representar una gran oportunidad.

La recuperación económica en cada país de la región trascenderá a una gestión gubernamental, con lo cual los acuerdos políticos se tornan imprescindibles. La Unión Europea debería ser fuente de inspiración. La crisis post pandemia interpela a la región y la obliga a una recuperación rápida, de lo contrario, en 10 años hablaremos de otra década perdida.

 

Sebastian Chiappe

Sebastian Chiappe

Licenciado en Comunicación Periodística en la Universidad Católica Argentina. Maestrando en Políticas Públicas en la Universidad Austral. Consultor político. Jefe de despacho en el Congreso de la Nación Argentina

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