Ucrania y Taiwán, espejos ineludibles

Ucrania y Taiwán, espejos ineludibles

La invasión rusa a Ucrania nos ha obligado a reflexionar sobre nuestros idealismos. Hoy los taiwaneses nos muestran un parangón realista para medirnos frente a la amenaza.

Por: Max Povse16 May, 2023
Lectura: 5 min.
Ucrania y Taiwán, espejos ineludibles
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

En gran parte del mundo occidental continuamos buscando salidas concertadas a la invasión rusa a Ucrania. Y seguimos pregonando una paz que a veces pareciera ser un valor absoluto, incluso superior a la libertad. Al hacerlo, estamos subestimando, ¿y acaso empeorando?, los peligros a los que están expuestas las democracias que luchan constantemente por su subsistencia. No solo se trata de Ucrania, que está pagando un precio caso, sino de otros países, como Taiwán, acechados por potencias autocráticas, iliberales y expansionistas.

La «moderación» frente a los dictadores

Las recientes visitas de Emmanuel Macron y Lula da Silva a Xi Jinping han renovado las esperanzas de los sectores autodenominados moderados en Europa y América Latina por lograr un fin a la guerra en Ucrania que deje satisfechos a ambos lados. Sin embargo, esto es solo un oxímoron luego de las atrocidades cometidas en suelo ucraniano.

Procurar una paz negociada no implica otra cosa que legitimar la actitud expansionista de Vladímir Putin que, algunos sectores temen, sería infinita de otra manera. En esto se desconocen las continuas derrotas militares rusas y el consiguiente debilitamiento del gigante euroasiático que se potenció desde febrero de 2022. A fin de cuentas, estas tentativas dejan al descubierto un miedo irracional frente una Rusia que no es capaz de llevar adelante sus objetivos, pero que se hace como si lo fuera.

En segundo lugar, y si se quisiera hacer el ejercicio contrafáctico de que Rusia continúa siendo una superpotencia, los defensores de la paz absoluta enfrentan la imposibilidad de dar ejemplos en los que una estrategia semejante haya funcionado alguna vez.

En esos momentos, el orden global estaba explícitamente amenazado por un dictador con ansias de ampliar el territorio de sus dominios; que llegó a someter a pueblos ajenos, aunque ello violase las normas internacionales; y frente al cual, sin embargo, también hubo voces dubitativas que llevaron a una guerra sin precedentes. Finalmente, prevalecieron quienes se mantuvieron firmes en torno a los principios de la libertad y la democracia.

China y Taiwan

Entre la condena y la cooperación

Estas pocas líneas son capaces de demostrar que no hay nada que ganar negociando con dictadores. No siempre es necesario ir al campo de batalla, pero sí es preciso hacerles frente para evitar su expansión. Para esto hay diferentes formas de aumentar su aislamiento en el concierto de naciones democráticas: sanciones económicas, potenciar las voces disidentes internas, denunciar sus crímenes contra la humanidad.

Ejemplo de esta estrategia es lo que prometió en campaña Joe Biden respecto al Mohammad Bin Salman, el dictador saudí disfrazado en su rol monárquico. Sin embargo, dio marcha atrás tan pronto el costo económico de sancionar a Rusia se hizo muy grande. Algo similar ocurrió con sectores democráticos en la Unión Europea en junio de 2022, cuando consiguieron reconocer que la represión china contra los uigures en el ocupado Turkestán Oriental representaba un grave riesgo de genocidio.

Sin embargo, un mes después, miembros de esos mismos sectores confraternizaron con los líderes chinos en el marco del Tercer Diálogo de Alto Nivel sobre Medioambiente. Esto pareció demostrar que los genocidios no son tan importantes como bajar las emisiones de carbono, dado que en pos del clima no hay dictador al cual se le rechace una cumbre. Este el basamento axiológico de los «moderados», que los lleva en estos casos a una virtual situación de tolerancia respecto a crímenes contra la humanidad, bajo la excusa de que hay cosas más urgentes con las que lidiar.

La necesidad de reflexionar la «moderación»

¿Cuál es el precio humano de bajar el nivel de los gases de efecto invernadero en la atmósfera? ¿Cuánto sufrimiento se debe tolerar para poder comprar el petróleo a unos dólares menos el barril? ¿Cuánto sacrificio vale para aplacar a un dictador? El hecho de que tengamos que hacernos estas preguntas en 2023 habla de lo desorientado que está Occidente, no solo en su academia y medios masivos, sino sus políticos y diplomáticos.

Sin embargo, un «moderado», empecinado por terminar el conflicto con Rusia a cualquier costo, podría argumentar que se deben hacer pequeños sacrificios en pos de un bien mayor cuando la guerra ocurre a miles de kilómetros de casa. ¿Será por eso que son los vecinos de Ucrania los más empeñados en lograr una victoria ucraniana? ¿O que son Corea y Japón los que más alertan por la expansión china?

«¿Qué expansión?», suelen preguntarse los intelectuales occidentales que inmediatamente responden con frases como rivalidad sistémica, pelea hegemónica o potencia ascendente. Mientras tanto, en Taiwán, a tan solo 150 kilómetros de la costa china, los civiles están aprendiendo autodefensa, practicando tiro y haciendo simulacros de emergencia.

¿En serio creemos que todo eso ocurre porque Estados Unidos no deja que China le robe su lugar como superpotencia? ¿O será que los taiwaneses están de verdad preocupados por sus vidas? La falta de empatía que demuestra el mero hecho de formular esta pregunta es indicativo del derrumbe axiológico de una parte del otrora liberal Occidente.

Ya no es solo Lula que está contento con fotografiarse junto a Xi para denostar a Estados Unidos y alegrar a sus amigos del Foro del São Paulo. Un europeo liberal como Macron se presta a lo mismo.

Para los que no tienen problemas con apostar con vidas ajenas, todos los caminos parecen llevar a Beijing. ¿Qué pasaría si fueran nuestras propias vidas las que estuvieran sobre la mesa? ¿Seríamos tan tolerantes?

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Max Povse

Max Povse

Politólogo. Docente y miembro del Grupo de Estudios sobre Asia y América Latina de la Universidad de Buenos Aires. Editor de la «Revista Asia/América Latina». Coautor de «Desafíos actuales de Asia oriental» (2021).

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