Son los partidos una expresión de nuestro pensamiento, un colectivo civilizado que posibilita el consenso y el disenso. De otra forma, ¿cómo sería el diálogo social? ¿Todos decidiendo todo a través de un formulario digital?
Algunos aspectos
La participación de jóvenes en las elecciones chilenas se incrementó.
Buena noticia para la democracia. El radicalismo y la polarización siguen marcando la agenda en toda la región. Mala noticia para la democracia.La pandemia puso en relieve la desconexión sociedad/partidos y sigue interpelando los diseños institucionales de nuestras democracias. El confinamiento no ha evitado las muestras de disconformidad; por el contrario, las ha impulsado. Desde el clima poco cordial de las redes sociales hasta las movilizaciones masivas en la calle, preocupación sanitaria mediante, han puesto en tela de juicio la gestión de la élite política y los partidos en relación con los grandes problemas de la humanidad. Porque si algo logró efectivamente el coronavirus fue poner en el tapete que existen problemas aún más alarmantes que los que permite visibilizar la agenda diaria: la posibilidad de más pandemias, la responsabilidad de la humanidad ante los desafíos del cambio climático, la necesidad de cultivar más y mejor conciencia ciudadana, entre otros retos existenciales. Y estos problemas no son del gobierno, o de los partidos, son de la ciudadanía en su conjunto.

Pandemia y resultados
Si bien han sido los países más democráticos y con instituciones más sólidas (priorizaron el diálogo efectivo ciencia-política y la coordinación interpartidaria) los que al momento siguen manteniendo mejores resultados en la gestión de la pandemia, en la atmósfera se respira un ambiente de desprecio in crescendo hacia la tarea de los políticos y los partidos como interlocutores de las demandas sociales.
En América Latina en particular esto no es noticia. Ya el Informe de Latinobarómetro de 2018 fue lapidario (y alarmante) en el tema, mostrando un 48 % de apoyo a la democracia, el porcentaje más bajo desde 2001. Además, y este es un dato importante, el porcentaje de indiferentes a la democracia como régimen de gobierno era de 28 %, el más alto desde que se realiza este estudio en 1995. Y, si les sumamos quienes preferían un régimen autoritario, o no supieron responder si apoyaban a la democracia, o no respondieron nada, llegamos a un 52% de los encuestados en 2018.
¿Cuál será el retrato de hoy de esa encuesta? No hay muchas razones para pensar que, en el momento más crítico de la historia moderna de la región, y con la abundancia de ejemplos de polarización extrema, populismo y mala gestión gubernamental marcada por escándalos de corrupción en plena pandemia y fake news, esto haya mejorado. Nuestra inferencia, y sobran elementos para considerarlo, es que el apoyo a la democracia y a los partidos habrá descendido este año, quizá dramáticamente.
Los partidos
No es buena señal que los partidos tengan graves desaciertos, tampoco lo es que la sociedad sienta que sus demandas y exigencias no están siendo discutidas en los sitios de toma de decisión. Hay una predisposición a creer que los partidos son malos y que la sociedad a través de sus organizaciones civiles puede y debe articular sus reclamos y convertirlos en política. Esto último sería lo bueno o lo ideal. Ese pensamiento, que vacía la democracia de su componente esencial como lo son los partidos, está ganando terreno.
Las redes y la pandemia son alfombra roja para el descontento. Ante eso, ¿qué harán la dirigencia política y la élite gobernante? ¿Dejarse rebasar y permitir el derrumbe de la democracia o reformularse, viejo reclamo, para estar a la altura de la circunstancia? También debemos preguntarnos: ¿es solo tarea de los partidos o de la sociedad toda fortalecer no solo desde el apoyo, sino desde la creencia, que los partidos son el interlocutor válido y vital de la democracia?
Finalmente, no existe democracia sin partidos. Pues bien, este contexto desfavorable también es una oportunidad inédita para la democracia. Nunca hubo una circunstancia que visibilizara tan nítidamente la necesidad de un reacomodo para acercar la política a la ciudadanía, profesionalizarla e incrementar exponencialmente los controles y la lucha contra la corrupción.
Partidos y democracia
Un hecho de coyuntura como el reciente plebiscito chileno, en que los ciudadanos, luego de una ola de protestas sin precedentes hace un año y la disminución del apoyo a los partidos, decidieron convocar una convención constituyente en 2021 para redactar una nueva Constitución, da paso a la siguiente reflexión sobre el tema que nos ocupa. Cito las palabras de Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales:
«Aunque suene raro o sorprendente, lo que nos enseñó la elección de ayer es que tenemos que hacer el esfuerzo por devolver a los partidos el lugar central que tienen en la democracia. Tenemos que hacer el esfuerzo porque sean las élites políticas quienes logren intermediar los intereses, acoger las inquietudes de la ciudadanía
Defender la democracia
Esto nos moviliza en defensa de los partidos, no de la mala práctica, del abuso, de la discriminación de las organizaciones sociales o del desconocimiento de la crítica, por fuerte que ésta sea. Sí en defensa de los partidos, en representación de la ciudadanía y legitimados por el voto popular, como conductores del gobierno y del aparato público. Los partidos son una expresión de nuestro pensamiento, un colectivo civilizado que posibilita el consenso y el disenso. De otra forma, ¿cómo sería el diálogo social? ¿Todos decidiendo todo a través de un formulario digital? ¿Todos prometiendo todo con la exacerbación de las pasiones que posibilitan las redes sociales? Sin partidos, la democracia sería desorden y expectativas no correspondidas con la realidad, o un boleto de ida al autoritarismo.
Nota:
Los ciudadanos de entre 18 y 24 años participaron en 30% en 2013 y 35% en 2017, y ahora en 2020 llegó a 50%.