Élites, radicalismo y democracia: el caso de América Latina

Élites, radicalismo y democracia: el caso de América Latina

Las élites radicales han erosionado la democracia. Sin embargo, siguen apareciendo y plantean la inquietud de si es posible convivir con el radicalismo. ¿Existe un radicalismo positivo? ¿Un radicalismo democrático? Veamos qué nos enseña la región.

Por: Asbel Bohigues7 Jun, 2022
Lectura: 5 min.
Élites, radicalismo y democracia: el caso de América Latina
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Las democracias son conducidas por las élites políticas. Las estructuras económicas, institucionales, constitucionales y partidistas conforman la estructura, pero quienes al final del día deciden el rumbo del sistema político son estas mismas élites.

Lo mejor para la democracia es que esas mismas élites sean ideológicamente moderadas y acepten los postulados de la democracia, lo cual ha demostrado ser cierto para las transiciones y consolidaciones. No obstante, ¿sigue siendo cierto cuando la democracia es el único sistema posible para el juego político? Es decir, cuando ya es la única forma de competición política y acceso al poder, ¿es necesario que las élites sean ideológicamente moderadas y que apoyen la democracia?

En mi libro Élites, radicalismo y democracia abordo esta tesis con evidencias de América Latina, una de las mejores regiones para los estudios comparados. No me centro en las quiebras y surgimiento de regímenes democráticos, sino en las variedades de democracia —electoral, liberal, participativa, deliberativa e igualitaria— así como en la democracia plena en el sentido de un régimen que tiene altos niveles de cada variedad.

El libro realiza un pormenorizado análisis de 18 países de la región durante 20 años (1995-2015). Va de una perspectiva más amplia y cuantitativa a una más concreta y cualitativa, con datos de las encuestas a élites parlamentarias de PELA-USAL y Varieties of Democracy para las variedades de democracia (electoral, liberal, participativa, deliberativa e igualitaria).

Las élites y la democracia

Los resultados del análisis cuantitativo confirman la relación positiva entre el radicalismo y las democracias igualitaria y deliberativa, pero también una relación negativa con los componentes electoral y liberal. Además, el apoyo a la democracia es irrelevante cuando se trata de los componentes liberal y participativo, pero tiene una influencia positiva en los componentes electoral, deliberativo e igualitario.

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Al final del día, un país tiene un régimen democrático, no cinco. Es por ello que en un segundo momento del libro se reagrupan esos cinco índices en uno solo, que acuño como democracia plena. El análisis del papel de la élite política en la presencia o no de democracia plena muestra que, entre las varias posibilidades hacia una democracia plena, hay combinaciones que no incluyen el apoyo a la democracia por parte de las élites, lo que significa que es irrelevante.

Más interesante aún, las élites radicales son necesarias en una de esas combinaciones. Contrariamente a los grandes postulados de la literatura, el radicalismo en determinadas circunstancias es una suerte de revulsivo para la democracia.

Congreso argentino
Edificio del Congreso de la República Argentina

Radicalismo democrático

Decir que el radicalismo puede ser bueno para la democracia implica dos cosas. Primero, que no siempre es positivo; puede serlo, y no siempre lo es. Hay numerosos casos donde vemos cómo élites radicales, de un signo u otro, han erosionado la democracia hasta su práctica desaparición. Segundo, no vale cualquier radicalismo. Lo que argumento es que el radicalismo que puede ser positivo, y de hecho siempre lo es, es el radicalismo democrático: un radicalismo que, al mismo tiempo que apoya la democracia, sigue pensando, como Linz y Stepan, que es el único juego político posible.

Radicalismo y plenitud democrática no son del todo incompatibles. Esto lo podemos ver en Uruguay y El Salvador, los casos más representativos de lo que acuño como la vía radical democrática.

El Salvador no tiene una democracia plena, como sí ocurre en Uruguay. De tal forma que comparar la trayectoria de las élites uruguayas y salvadoreñas permite entender por qué el radicalismo democrático en un país efectivamente desemboca en una democracia plena (Uruguay) y en otro no (El Salvador). Luego de considerar varios factores, finalmente encuentro que la diferencia clave entre ambos casos está en la duración del apoyo a la democracia, que es esencial para poder hablar, precisamente, de “radicalismo democrático”.

El apoyo a la democracia no es algo que se construya en un par de años, sino que es un proceso de muy largo plazo, de interiorización de las reglas del juego, de asumir y entender que se pueden perder las elecciones frente al rival, y que este debe poder gobernar, respetando a los perdedores.

Esa es la diferencia entre ambos países: las élites radicales uruguayas siempre han apoyado la democracia, mientras que las élites radicales salvadoreñas solo la han comenzado a apoyar en los últimos años. No puede olvidarse que El Salvador sufrió una guerra civil (1980-1992), y ese cuestionamiento inicial a la democracia por parte del radicalismo salvadoreño (encarnado principalmente, pero no solo, por ARENA y FMLN), ha actuado como una suerte de lastre para que el radicalismo democrático ejerza todos sus efectos positivos sobre la democracia.

Foro realizado en Diálogo Político sobre el tema.

¿Cuáles élites para qué democracia?

A menudo se da por sentado que las élites afectan directamente a los estándares y procesos democráticos. El libro Élites, radicalismo y democracia provee evidencias para esta suposición y agrega hallazgos contraintuitivos. ¿Cuáles? Principalmente que el radicalismo democrático, entendido como unas élites ubicadas en los extremos ideológicos y que al mismo tiempo apoyan la democracia, tiene efectos positivos sobre la plenitud de la democracia. El elemento crítico identificado en la investigación es la combinación de radicalismo y apoyo a la democracia en las élites: produce resultados positivos en democracia. Dicho esto, la clave del apoyo es su estabilidad en el tiempo. El consenso sobre las reglas del único juego en la ciudad debe ser constante, no intermitente.

En conclusión, dependiendo del contexto, las élites radicales son positivas, siempre y cuando apoyen la democracia.

En contextos donde la democracia tiene apoyo popular y el sistema de partidos políticos es estable, las élites son ideológicamente moderadas. En otros casos, si estas mismas élites apoyan la democracia o no, puede ser irrelevante.

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Asbel Bohigues

Asbel Bohigues

Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca. Profesor de la Universidad de Valencia. Especialista en política comparada, estudio de élites y democracia en Latinoamérica. Editor asistente de la revista «América Latina Hoy» y de la «Revista Latinoamericana de Opinión Pública».

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