Vivir en la negación: intelectuales y populismo

Vivir en la negación: intelectuales y populismo

¿Cómo sostener que el futuro le pertenece a un polo izquierdista donde confluyen auténticos demócratas con criminales de verborrea emancipadora? Y, a contrapelo, ¿cómo ofrecer una crítica que no confunda ideas liberales y conservadoras con derivas autoritarias?

Por: Armando Chaguaceda15 May, 2023
Lectura: 6 min.
Vivir en la negación: intelectuales y populismo
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Precisemos conceptos. Defino como intelectuales al grupo social integrado por académicos, escritores y afines que se ocupa de la producción y difusión de conocimientos y opiniones, con vocación de incidencia pública. Por populismo aludo a una expresión personalista y antiliberal, ideológicamente diversa, democrática por origen y autocrática por deriva, de la política contemporánea.

El contexto de mi reflexión es el de una Latinoamérica poblada de «nuevos» gobernantes que en realidad son viejos políticos integrados al sistema, autodenominados progresistas. Mandatarios como como Lula, AMLO y Petro, cuya ejecutoria en el poder ha desencantado a intelectuales que tempranamente apoyaron la alternativa al neoliberalismo, pero hoy buscan justificar su decepción. En otras regiones del mundo, estas alegaciones de desencanto las repiten intelectuales antes afiliados al populismo reaccionario de corte xenófobo y confesional.

Entre lo preferible y lo detestable

Algunas negaciones son vinculadas al conocimiento (episteme). «No podía saberse», convenciéndonos de que los actos del gobierno actual no guardan relación alguna con rasgos e ideas de su pasado. Cuando, justamente por no ser outsiders, la prensa y la academia de esos países guarda memoria y perfiles de quiénes eran los antiguos opositores. De ahí que concebirlos como republicanos posliberales, comprometidos en las democracias pluralistas y el Estado de derecho, y opuestos a los autoritarismos globales y regionales, solo puede ser fruto de la ignorancia, real o fingida.

Esta clase académica e intelectual repite que «no podemos estar peor», como si los errores u horrores del presente fuesen por decreto inferiores a los del pasado. Evitan contrastar su credo con la realidad. Claro que las democracias latinoamericanas arrastran un legado de desigualdad, corrupción y violencia que explica históricamente (sin justificar normativamente) la irrupción del populismo. Pero los datos revelan que la degradación institucional y administrativa de los redentores populares hipoteca, a la vez, las libertades políticas y la justicia social. Ahí están Cuba y Venezuela para recordarlo. A veces, mientras buscamos lo deseable, toca elegir (Aron dixit) entre lo preferible y lo detestable.

Quizá una opción sería, al elegir entre alternativas polarizantes, como las que enfrentaron recientemente Colombia o Brasil, preguntarnos: ¿cuál de estas, una vez empoderada, puede realizar mejor las transformaciones necesarias sin sacrificar las libertades? ¿Quién confrontará frenos sociales y contrapesos institucionales si revela una pretensión despótica? ¿Cómo evaluarlos prospectivamente según el criterio clásico que clasifica a los gobiernos por el número y objetivos de quienes mandan, así como por los efectos colectivos de su accionar?

Confusión entre ideología y moral

La negación epistémica se nutre de alegaciones políticas. Al lamentar que el gobernante X «no es distinto a los de antes», la política se reduce a un carrusel con malas versiones de lo mismo, algo doblemente falaz. Primero, porque siempre puede compararse el saldo de los populistas con sus antecesores y competidores, arrojando resultados distintos en varios rubros (algunos peores, otros mejores). Segundo, porque para alguien autodefinido como progresista es complicado sostener que las cosas seguirán siendo, per se, más o menos iguales. ¿Dónde queda, entonces, la posibilidad misma de la transformación?

Otras negaciones apelan a la moralidad, propia o ajena. El «no me arrepiento de apoyarlo» es el maquillaje de la irresponsabilidad ilustrada de quien reconoce que erró en sus predicciones (incluso previsibles) pero no se hace cargo del análisis. El «no tienen derecho a juzgarme»contrapone el derecho propio al error con la capacidad de examinar la coherencia de una postura intelectual fallida. Estas negativas se hermanan con alusiones ideológicas del tipo «no es verdaderamente de izquierda» o «no es peor que la derecha».

Semejantes alegatos reúnen varios problemas. Confunden ideología y moral. Lo ideológico, campo de cosmovisiones diversas que remiten a ideas, valores y programas sociopolíticos, se erige en sinónimo de jerarquía axiológica. Con un bando, la izquierda, que posee el cómodo asiento de clase principal autoproclamada como moralmente solvente. En el último siglo, izquierda y derecha acumulan una variedad de posturas y resultados virtuosos y perversos. La primera atesora luchas sociales contra la explotación y por la igualdad, y un saldo nefasto de regímenes autoritarios con innumerables vidas arrasadas y utopías truncas. La segunda preserva el orden y alternativamente se encauza en regresiones reaccionarias (fascismo y dictaduras militares) y tendencias reformistas (en lo social y político) de la mano de la democracia cristiana y los liberales.

Obviar la realidad

Refugiado en la superioridad moral, semejante idealismo escamotea los hechos. Las tres dictaduras plenas de Latinoamérica pertenecen hoy a la izquierda revolucionaria. Hace décadas las dictaduras eran casi todas de derecha. Hoy, los (viejos y nuevos) movimientos sociales pueden existir y prosperar bajo distintos partidos que gobiernan dentro de democracias liberales.

¿Cómo sostener aún, como lo hace una mayoría de intelectuales, que el futuro le pertenece, en exclusiva, a un polo izquierdista donde confluyen auténticos demócratas progresistas y criminales con verborrea emancipadora? Y, a contrapelo, ¿cómo ofrecer una crítica a aquellos dogmas que no confunda ideas liberales y conservadoras con derivas reaccionarias y autoritarias de cierta nueva derecha? En suma ¿cómo fortalecer una centralidad política, civil e intelectual, en tanto espacio de encuentro de una pluralidad de identidades y discursos comprometidos con la democracia y la justicia?

Los humanos somos animales con la capacidad de superar instintos e inercias. Errar y corregir, evaluando el entorno y nuestros actos, es muestra de nuestra peculiar condición como especie. No se trata de machacar con el tono inquisitorial de «se los dijimos». Para superar el populismo y reformar la democracia es preciso el concurso de grandes mayorías, incluidos, por supuesto, quienes apoyaron la demagogia justiciera y hoy se alarman por sus resultados.

La sostenida indulgencia de un sector, democrático y de izquierda, de intelectuales en la región hacia los llamados dirigentes «progresistas», trasciende el impacto concreto al propio gremio. Siendo personas que atesoran formación educativa, a menudo pagada por la misma sociedad a la que influyen, información científica y prestigio profesional deberían ser más reflexivos con las consecuencias prácticas de su filiación y opinión. Es responsable estar más abiertos a la reflexión honesta e informada del costo colectivo de sus elecciones individuales. No seguir insistiendo en evasiones epistémicas, ideológicas, políticas o morales.

Sin negaciones espurias

Una academia y espacio de intelectuales donde en nombre del pensamiento crítico se proscribe de facto el pluralismo de ideas, no es plausible. Nuestra región tiene países en los que 45 millones de ciudadanos padecen dictaduras sostenidas bajo el mantra del antiimperialismo y la justicia social. Otros tantos millones de personas son gobernadas por populistas aspirantes a tiranos. Son sociedades de capitalismo periférico, que no resuelven su añeja deuda social y lidian con polarización y desinformación. He ahí tareas para enfrentar, sin negaciones espurias.

El autor dedica este artículo a Rodrigo. Para él, amistad y acicate.

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Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda

Doctor en historia y estudios regionales. Investigador de Gobierno y Análisis Político AC. Autor de "La otra hegemonía. Autoritarismo y resistencias en Nicaragua y Venezuela" (Hypermedia, 2020).

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