Los Estados autoritarios, y actores afines, vinculan cada vez más el compromiso global de los Estados occidentales con su pasado colonial, también en el ámbito digital. Pretenden ubicar este compromiso en el centro de las críticas mediáticas y sociales y desacreditar un compromiso de política exterior basado en valores. Esto se aplica, por ejemplo, a los debates de las Naciones Unidas. Allí, China y Rusia, junto con Estados miembros a menudo jóvenes, muchos casos aún en proceso de revisar su legado colonial a nivel interno, intentan impedir que se aprueben resoluciones e informes que pongan en tela de juicio sus propias acciones
Esto se refleja también en las campañas orquestadas contra la OTAN o contra determinados Estados que apoyan a Ucrania o a Israel. A los gobiernos y políticos que exigen una estrecha coordinación entre los países de la OTAN, que abogan por un mayor apoyo militar a Ucrania o muestran su solidaridad con Israel, se les acusa de “patrones de comportamiento colonialistas” o de actuar desde una perspectiva del “viejo mundo”. Niegan así los intereses de los países y actores emergentes.
Redes sociales, escenario histórico
Al enfatizar o reinterpretar los pasados coloniales, los actores autoritarios se suman a los discursos globales sobre la desigualdad y la culpa histórica. Y ecuentran un terreno fértil especialmente en los países del Sur Global. A través de las redes sociales, la principal fuente de información, se difunden contenidos específicos que vinculan las experiencias coloniales con los intereses geopolíticos actuales. El espacio digital se convierte en escenario de política histórica cargada de referencias al poder político.
También en las sociedades occidentales las narrativas poscoloniales están ganando cada vez más importancia. Especialmente en los debates sobre la desigualdad, el racismo y la cultura de la memoria. El consumo de información digital refuerza la difusión y consolidación de narrativas seleccionadas. Esto se vuelve especialmente crítico cuando los contenidos promovidos algorítmicamente o los modelos lingüísticos basados en la inteligencia artificial reproducen interpretaciones tendenciosas sin reflexión y éstas alcanzan una amplia difusión en las redes sociales, artículos de opinión o vídeos. Así, determinadas perspectivas se implantan rápidamente y marcan el debate público de forma sostenida.
Mientras que las perspectivas poscoloniales en las sociedades occidentales forman parte principalmente del discurso social, en otros contextos se utilizan de forma específica como instrumento de la política de información estatal. Allí sirven para influir en las interpretaciones históricas y geopolíticas, ampliar la influencia en el Sur Global y establecer narrativas alternativas a Occidente.
Potencias y las grandes narrativas
Con la asunción de Xi Jinping al poder como líder del partido en 2012 y como presidente de la República Popular China (RPC) en 2013, se produjo un acompañamiento retórico de la promesa de ascenso chino. Con el “sueño chino” y la promesa de iniciar la “realización del renacimiento de la nación china”, siguió una justificación a todos los niveles de la “nueva era”. China debía volver al centro del escenario mundial. Con el “gran renacimiento de la nación china” se destaca el auge económico de China y se formula la pretensión de restablecer el papel histórico de China como “potencia civilizadora conductora”, interrumpido por el dominio extranjero. Este pensamiento impregna la retórica del Partido Comunista en materia de política exterior e interior. Impregna cada vez más la presencia de China en la escena internacional.
La propaganda rusa utiliza una retórica similar para apoyar el objetivo de Vladimir Putin de dominar los territorios que pertenecían al antiguo Imperio del Zar. Ahora, forman parte de Ucrania y, según su argumentación, son indispensables para el imperio ruso en su conjunto y la cultura en la que se basa. Los objetivos de esta gran narrativa, que pretende construir un futuro mejor y más grande para la nación en cuestión, son generar sentimientos nacionalistas e invocar la cohesión nacional. Pero, sobre todo, justificar la legitimidad del camino por el que se pretende alcanzar los propios objetivos, más allá de la participación política. Todo en ausencia de cualquier crítica o cuestionamiento del discurso oficial.
Estas “grandes narrativas” calan en las sociedades democráticas a través de otras narrativas parciales que atribuyen a las propias élites políticas y económicas parte de la culpa del supuesto colapso del orden político, sea por las cargas financieras percibidas de la pertenencia a la UE y la pérdida de competencias de control en los Estados miembros de la UE, la “migración desmesurada” como supuesta causa del desequilibrio de muchas economías occidentales o el aumento de la delincuencia y los atentados que actualmente agitan a las sociedades.
Fundar la patria en el discurso
China y Rusia son dos ejemplos en los que los actores estatales utilizan de forma deliberada las plataformas digitales y la inteligencia artificial para difundir sus interpretaciones de la historia. Los patrones explicativos y las perspectivas alternativas quedan en gran medida relegados. En el mejor de los casos, solo se encuentran en las versiones de las redes sociales disponibles en Occidente (Tiktok es una filial de la empresa china Bytedance). Pero allí no tienen un gran alcance.
El control sobre las interpretaciones históricas y el desarrollo de las tecnologías digitales desempeñan aquí un papel fundamental. Las imágenes históricas se utilizan de forma selectiva para consolidar la unidad nacional a nivel interno y para establecer la propia visión como base para la cooperación internacional.
En el caso de China, se refleja en el énfasis en un orgullo nacional recién despertado. Surge de los avances tecnológicos de las principales empresas chinas, especialmente cuando sus éxitos se vinculan con el mensaje de que China ha dejado atrás definitivamente el dominio secular de las potencias occidentales. Así, el éxito del modelo lingüístico chino de código abierto DeepSeek en enero de 2025 se describe a menudo como un acontecimiento trascendental, un “avance decisivo para el destino nacional”.
China y el control sobre la memoria digital
China es un ejemplo paradigmático de la utilización de las tecnologías digitales y la inteligencia artificial para dirigir y controlar la narrativa histórica. Internet no solo está sometido a una estricta vigilancia, sino que el espacio de información digital es el núcleo de las relaciones públicas del Estado y del partido. Aquí se decide si un mensaje puede transmitirse de forma coherente hacia dentro y hacia fuera.
En los últimos años, la historia del Imperio chino y el camino propio de su civilización se han convertido en pilares fundamentales de la labor propagandística. El recurrir a datos históricos que pueden interpretarse como piezas del rompecabezas de la historia de éxito de China, y la exhibición de la benevolencia y la interacción de China con la comunidad internacional (por ejemplo, a través de la antigua Ruta de la Seda), se combinan hábilmente con la agenda política de los aparatos gubernamentales (por ejemplo, con la Iniciativa del Iniciativa Franja y Ruta).
Desde entonces, se invoca repetidamente el “espíritu de Bandung” para evocar el papel de víctimas del imperialismo occidental compartido por China y otros Estados. En abril de 1955, Zhou Enlai, el primer primer ministro de la República Popular China, logró ganarse la simpatía de los jefes de Estado africanos y asiáticos en Bandung, Indonesia, con su retórica de una “alianza para alcanzar la dignidad poscolonial”. Ya sea en las cumbres de los países BRICS o en el Foro China-África, que se celebra anualmente, los representantes chinos siguen dirigiéndose a los participantes con frecuencia en el sentido de este “destino común”.
El “Gran Cortafuegos”, que separa herméticamente internet en China de la red mundial, es un instrumento clave de la censura digital desde la perspectiva de los reguladores chinos. Bloquea el acceso a la información que no se corresponde con las interpretaciones del partido. Se utilizan algoritmos basados en inteligencia artificial y aprendizaje automático para vigilar, filtrar y eliminar contenidos en tiempo real. Estas tecnologías reconocen y eliminan específicamente narrativas históricas “indeseables”.
Por ejemplo, el término “Tiananmen” está fuertemente restringido en relación con los sucesos de 1989 y gran parte del contenido relacionado con las protestas se elimina inmediatamente de la web. Los algoritmos identifican y eliminan los mensajes relacionados con el tema para impedir el debate público y el recuerdo de la masacre. Las herramientas asistidas por inteligencia artificial desempeñan un papel crucial al reconocer imágenes, textos e incluso vídeos que abordan el tema y eliminarlos de los medios digitales.
Sin embargo, las herramientas en manos de la propaganda estatal van mucho más allá de los mecanismos de censura. En 2017, el Consejo de Estado presentó un Plan de Desarrollo para la Nueva Generación de IA, que establecía las piedras angulares para el liderazgo de China en IA. Pero también afirmaba que era necesario un marco normativo para establecer directrices éticas y reglas legales, seguido de una serie de requisitos legales muy específicos. A medida que avanzaba la IA generativa, el ministerio de Industria y Tecnología de la Información (MIIT) publicó unas directrices nacionales sobre normas para la IA generativa. Definían allí normas técnicas, específicas del sector y de seguridad.
En este sentido, las aplicaciones chinas de IA deben garantizar que se ajustan a los “valores centrales socialistas”. Esto incluye también “cuestiones históricas importantes”. Un ejemplo de ello es la ya mencionada narrativa del “Gran Renacimiento Chino”, que describe el ascenso de China como superpotencia mundial tras siglos de humillación por parte de Occidente.
Las plataformas digitales y los medios de comunicación oficiales difunden esta narrativa. Se centra en los éxitos del Partido Comunista Chino y hace hincapié en el papel del Estado en el desarrollo económico y social. En respuesta a los aranceles punitivos de EEUU, el “Liberation Day” contra socios comerciales de todo el mundo, el Ministerio de Asuntos Exteriores chino difundió en abril de 2025 un vídeo propagandístico generado por IA que pretendía demostrar la superioridad de China.
El caso ruso
También en Rusia, el espacio digital es un instrumento muy controlado para el desarrollo y la difusión de relatos históricos. En los últimos años, la Rusia de Vladimir Putin se ha centrado especialmente en los elementos históricos para reforzar el nacionalismo en el país y servir a los objetivos geopolíticos de Rusia. La narrativa de la “Gran Guerra Patria” (Segunda Guerra Mundial) desempeña un papel central en la política de identidad rusa.
En Rusia, el tema de la Segunda Guerra Mundial se instrumentaliza sistemáticamente para reforzar el patriotismo y subrayar el papel de la Unión Soviética como vencedora y salvadora del mundo. La guerra se relata a menudo como una historia heroica de sacrificios y triunfos. El liderazgo soviético, especialmente de Joseph Stalin, es glorificado como protagonista central. En las plataformas digitales, la IA y el aprendizaje automático se utilizan para generar contenidos que refuerzan esta narrativa oficial. Un ejemplo concreto es la celebración anual del Día de la Victoria el 9 de mayo. Se difunden imágenes, vídeos y mensajes en las redes sociales y en los medios de comunicación en línea patrocinados por el Estado que hacen hincapié en el retrato heroico de los soldados soviéticos y el gobierno de Stalin.
La inteligencia artificial se utiliza para crear imágenes nostálgicas de victorias y héroes de guerra que cargan emocionalmente la memoria de la guerra y enfatizan la resistencia contra el “enemigo fascista”. La IA también se utiliza para suprimir relatos alternativos que retratan la imagen de Rusia y la Unión Soviética de forma negativa. Los hechos históricos relativos al papel de Stalin como dictador y los crímenes asociados contra su propio pueblo (como el Gran Terror o las hambrunas) se excluyen cada vez más del discurso público. Los algoritmos de inteligencia artificial de las redes sociales y los portales de noticias, como VK (VKontakte), Yandex News y Odnoklassniki, reconocen los contenidos críticos y reducen su visibilidad o los eliminan por completo.
Aparte de esto, Rusia está intentando reescribir la historia de la Guerra Fría y los conflictos geopolíticos del siglo XX para justificar la actual política exterior desde una perspectiva rusa. La inteligencia artificial se utiliza para crear contenidos que presentan la influencia occidental como una amenaza y la “resistencia” rusa como legítima. En lo que respecta a la guerra de agresión contra Ucrania, se está intentando configurar el marco narrativo de tal manera que se presente a Rusia como defensora de sus intereses y no como agresora.
Tecnología como control político
La IA y las plataformas digitales que dan forma a narrativas históricas en China y Rusia e utilizan como dos recursos tecnológicos para ejercer el poder y control político. El creciente entrelazamiento de la inteligencia artificial y la formación de narrativas históricas plantea cuestiones complejas sobre la influencia política, la controlabilidad técnica y la regulación internacional. Especialmente en lo que respecta al peligro de la memoria selectiva e interpretación histórica controlada digitalmente.
Se produce una auténtica disociación en el espacio de la información, impulsada entre otras cosas por conceptos de soberanía en el espacio de la información yuxtapuestos y prácticamente incompatibles. Con su propio concepto de “soberanía digital”, China promueve el derecho del Estado a controlar, regular y configurar de forma autónoma internet dentro de sus fronteras, tanto en términos técnicos como políticos. Con ello, China persigue un modelo que difiere significativamente de la concepción liberal occidental de una internet abierta y global. Entre otras cosas, impide deliberadamente el acceso a la información en el espacio digital. En un mundo en el que las máquinas son capaces de generar y filtrar contenidos, a cada vez más personas les resulta difícil distinguir entre realidad y ficción.
La cuestión crucial sigue siendo si los grandes modelos lingüísticos, cada vez más extendidos de las soluciones chinas de IA, se están entrenando sobre la base de conjuntos de datos de todo el mundo, o si se distanciarán cada vez más de las aplicaciones occidentales y contribuirán así a una solidificación de las opiniones e interpretaciones. Un primer indicio (preliminar) resulta de un análisis del modelo lingüístico DeepSeek R1 con respecto al uso de elementos propagandísticos y de resentimiento antiamericano en un estudio intertemático. Constata que las narrativas también difieren según el idioma (caracteres cortos chinos, comunes en la RP, caracteres largos chinos, comunes en Taiwán y Hong Kong, e inglés).
Opciones de regulación y respuesta en el espacio digital
¿Cómo tratar con los responsables políticos de Moscú y Pekín? ¿Cómo actuar frente a la configuración y regulación de la IA?
Aunque estas “grandes narrativas” no penetren plenamente en las sociedades de los países objetivo, su presencia en las plataformas digitales globales refuerza las tendencias de polarización social. Por eso es cada vez más importante que los Estados occidentales sean capaces de identificar estos intentos de ejercer influencia y responder a ellos de forma coordinada. Ampliar el acceso a fuentes abiertas, promover infraestructuras de investigación independientes o articular mejor las estructuras administrativas y la sociedad civil en materia de resiliencia digital puede ser de gran ayuda. Está claro que tanto los espacios analógicos como los digitales deben entenderse no solo como lugares de intercambio, sino también como ámbitos de influencia estratégica.
Si bien hay muchos indicios de que las narrativas apoyadas por la IA que se difunden en el ámbito del discurso poscolonial son realmente eficaces, existen posibilidades para limitar sus efectos a largo plazo. Su objetivo es influir a corto plazo en los responsables de la toma de decisiones en el extranjero. En muchos casos, los argumentos pertinentes pueden atribuirse rápidamente a la desinformación, para además distraer la atención de otras cuestiones. Sin embargo, la naturaleza autoritaria de los propios actores también ofrece un blanco para cuestionar la credibilidad de sus mensajes. Las instituciones estatales y científicas, las asociaciones y las organizaciones no gubernamentales de Europa deberían abordar esta carencia de forma más coherente. Para ello también se necesita el apoyo a largo plazo de proyectos, incluidos lingüistas, que rastreen las narrativas y tengan los conocimientos necesarios para recopilarlas en fichas informativas y bases de datos en línea.
China y Rusia son muy activas en la creación de relatos alternativos. Ambos países tienden a defender sus relatos de dos maneras. En primer lugar, adaptan el lenguaje que utilizan a nivel internacional, como términos y conceptos que, a primera vista, se asocian a los valores liberales que caracterizan el orden internacional. En segundo lugar, a través de medidas coercitivas. Por ejemplo, ejerciendo presión sobre los países objetivo para que impidan en su propio espacio informativo (lingüístico) las informaciones que contradigan a las de Rusia y China. Esta mezcla de adaptación estratégica y acción represiva no es una contradicción. Es más bien la expresión de un enfoque dual selectivo que pretende lograr la conectividad internacional y, al mismo tiempo, controlar el espacio informativo. La coexistencia de estos dos mecanismos debe ser trabajada de forma más exhaustiva por parte de las democracias liberales.
De lado europeo, son necesarias más actividades para proporcionar información de calidad en chino, ruso y otros idiomas. Esta es la única manera de descubrir contradicciones, categorizar y complementar los hechos históricos y poner de relieve los puntos débiles en relación a la agenda propagandística. También deberían hacerse intentos similares en sociedades con escaso acceso a la información de medios de comunicación independientes, como en el África subsahariana y el Sudeste Asiático. Por lo tanto, deberíamos reconocer como socios también a Estados y sociedades que aún no son “afines”. Las sociedades sometidas a la presión de regímenes autoritarios y que carecen de fuentes de información independientes son cruciales para combatir la difusión de falsas narrativas.
A través de sus relaciones económicas con otros Estados, China exige lealtad y ha logrado organizar un alto nivel de apoyo en países de América Latina y África. Y cada vez más también de la región MENA (Oriente Medio y Norte de África), los Balcanes Occidentales y el Pacífico Occidental. China ha hecho su propia interpretación de sus acuerdos, basada en sus “intereses nacionales”. Esto tiene un impacto significativo en el comportamiento bilateral y multilateral de estos países y de sus élites políticas. Muchos de estos Estados se encuentran en una tensa relación entre dependencia económica y margen de maniobra política. China está consiguiendo ampliar su influencia no sólo a través de la inversión, sino también mediante la activación selectiva de narrativas poscoloniales.
Conceptos como soberanía, desarrollo u orden multipolar se contraponen deliberadamente a las historias occidentales de dominación. La conectividad de estas narrativas está alimentada por experiencias históricas de dominación extranjera, explotación y retórica instructiva sobre el desarrollo, y confiere a la posición de China en muchas regiones una legitimidad moral que va más allá de la mera política de intereses. En este complejo campo de tensiones, resulta evidente que los actores alemanes y europeos también deben ser capaces de discurrir y adquirir competencias en este entorno. Los enfoques actuales del diálogo, por ejemplo, sobre el tema de los estudios regionales (en China: «estudios de área») y el desarrollo interdisciplinario de conocimientos especializados sobre países y regiones, ofrecen aquí importantes oportunidades. Es necesario integrarlos con más fuerza en los planes de estudio de las universidades y en el panorama político.