El orden internacional vigente durante las últimas décadas reviste un carácter netamente democrático liberal. Por ende lo normal es que los actores que lo cuestionan sean, sobre todo, quienes se desmarcan de la democracia liberal.
En la nota «El ataque a Ucrania y su impacto en América Latina» señalamos que la invasión rusa de Ucrania no es independiente de la regresión autoritaria que vive el planeta. Y cuando una nación como China se constituye como gran contrapeso comercial a Occidente, es natural que los regímenes autocráticos que hoy proliferan en todo el mundo busquen en Beijing el apoyo necesario para evadir las dificultades que les plantean las sociedades democráticas.
Si a pesar de su tamaño considerable Rusia no es una excepción en este sentido, ¿qué cabe esperar entonces de los regímenes autoritarios que gobiernan en naciones mucho más pequeñas?
El impacto de la crisis ucraniana sobre América Latina ha de ser encuadrado dentro de esta creciente tensión geopolítica global entre democracias y autocracias por una razón elemental: estas tensiones no se canalizan del mismo modo que las que surgen entre democracias. Es tan marcada la tendencia de los Estados democráticos a resolver las diatribas que emergen entre ellos de forma legal y pacífica que prácticamente no hay guerras entre democracias.
No sucede lo mismo cuando al menos un Estado autoritario entra en juego; en ese caso, la guerra ha solido ser, históricamente, una opción a considerar.
Quizás sea sólo ahora, al producirse la agresión rusa sobre Ucrania, cuando de verdad veamos las implicaciones potenciales que tienen tanto la penetración militar de Rusia en varios países del Caribe como la consolidación comercial de China en la región.
¿Interdependencia como freno a la guerra?
La guerra no suele ser la primera fase de un conflicto; es más bien la última, y eso sólo cuando llega a tener lugar. Esto es particularmente cierto en una época como la nuestra, cuando el arma nuclear continúa teniendo un potente efecto disuasivo y cuando nunca como hasta ahora los distintos países del mundo han sido tan codependientes en términos económicos, tecnológicos, sociales y culturales. Esta elevada interdependencia, impulsada por el orden demoliberal aún vigente en el plano internacional, ha llegado a sobrepasar cualquier diferencia política.
De ahí que las primeras tensiones en Iberoamérica no se experimenten en el plano de la guerra, sino más bien en el pulso comercial que China y Estados Unidos mantienen en la región y en ciertos desacuerdos que ambas potencias evidencian con respecto al tipo de régimen político que están dispuestas a tolerar y apoyar en nuestros países.
Conviene entonces examinar los diversos planos en los que se desarrolla esta tensión —ahora agravada con la guerra en Ucrania— entre potencias democráticas y autoritarias por consolidar su influencia en América Latina. De entrada, cabe señalar que es natural que cada país ejerza dicha influencia en función de los medios que tiene más directamente a su alcance.
Así, vemos que si por un lado el peso de Occidente se ha hecho sentir históricamente en todos los planos —cultural, político, económico, militar, etc.—, en virtud de la relación existente durante cinco siglos entre los países de América Latina, Norteamérica y Europa, por su parte, naciones lejanas e históricamente ajenas a la región como son Rusia y China han encontrado mayores dificultades para ejercer su influencia. Pero si Rusia ya fue muy relevante en el siglo XX en virtud de su posición ideológica y militar, China comienza a serlo en el XXI en virtud de su gran poderío económico.
Socios comerciales
En el plano económico el papel de Rusia es menor, comparado con el peso ejercido por los Estados Unidos y China. Y aunque por ahora los Estados Unidos parecen seguir siendo el principal socio comercial de la región, los intercambios entre China y América Latina alcanzaron un máximo histórico en 2021, superando los USD 450.000 millones.
China no es sólo ya el principal socio comercial de la mayoría de los países sudamericanos —destacando los casos de Brasil, Argentina, Chile y Bolivia—. Además ha realizado una asertiva política de aproximación política a los sectores empresariales de todo el continente.

Todo esto ha venido incidiendo en el plano propiamente político. Frente a la aspiración —que privó en América durante los años 1990— de constituirse en un continente alineado con la democracia liberal, consagrada en la Carta Democrática Interamericana y en las sucesivas Cumbres de las Américas, hoy vemos en cambio que un creciente número de gobiernos latinoamericanos se van sumando a la retórica de un mundo multipolar, mientras establecen relaciones de entendimiento cada vez más estrechas con Rusia y China. Relaciones en las que los compromisos con la democracia suelen quedar fuera de la agenda.
En el plano militar Rusia sí juega un papel proporcionalmente mucho más significativo que en otros ámbitos. Ante la mirada más bien indiferente de los Estados Unidos, compañías como Rostec y Rosoboronexport ha ido potenciando durante las últimas dos décadas sus ventas de armamento en América Latina, mientras Moscú consolida una relación política y estratégica cada vez más estrecha con las tres autocracias actualmente presentes en América: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Estos hechos, hasta ahora de escasa preocupación para Occidente, podrían cobrar una relevancia mucho mayor a propósito de la crisis ucraniana. Lo mismo cabe señalar con respecto a la creciente venta de armamento chino en diversos países de la región.
Avance del soft power
Además de lo que viene sucediendo en los planos político, militar y económico, también es importante considerar lo que acontece en materia de soft power. Si bien las barreras idiomáticas y culturales son considerables para Rusia y sobre todo para China, ambas potencias van encontrando medios para salvarlas. Por ejemplo, en el contexto de la pandemia de covid-19, estos dos países se mostraron particularmente activos en la venta de sus respectivas vacunas a América Latina —incluso si el porcentaje de vacunados en sus propios países ha sido más bien bajo—.
En el ámbito cultural —académico, periodístico, comunicacional—, tanto China como Rusia han favorecido por diversos medios la consolidación de narrativas proclives a la idea no sólo de multipolaridad, sino de equivalencia moral entre democracias y autocracias.
Particularmente, en el caso de Rusia se ha hecho evidente el modo en que a través de medios como Russia Today y Sputnik, así como de una activa utilización de las redes sociales, Moscú procura alimentar los conflictos internos dentro de las democracias occidentales, granjeándose así las simpatías de sus sectores políticos más extremistas —curiosamente tanto los de izquierda como los de derecha—.
En contra de las expectativas que han predominado en Occidente, tras estallar la guerra en Ucrania no parece que la eficaz gestión de estas tensiones pase por esperar una eventual democratización de Rusia y China.