La política partidista latinoamericana está dominada por hombres, que son quienes formulan las reglas del juego, distribuyen los recursos públicos y definen los estándares de lo que debe ser el statu quo y cómo debe hacerse el orden público. Estas prácticas discriminatorias reducen las oportunidades de igualdad sustantiva y relegan a las mujeres a puestos simbólicos y al espacio privado.
A los partidos políticos latinoamericanos no les gustan las mujeres líderes. Esta es mi conclusión después de estudiar por más de veinte años la política partidista. Aun cuando las mujeres representan el 51,5% de las militancias (Llanos y Rozas, 2018), ellas enfrentan múltiples obstáculos cuando quieren dirigir una organización, acceder a las candidaturas, contar con recursos del financiamiento público, hacer campaña o gobernar. Los partidos políticos, que son claves para el funcionamiento de la democracia pluralista (Schattschneider, 1942/1964, p. 1) han actuado como «organizaciones generizadas» (Lovenduski y Norris, 1993), que operan sobre la base de normas, prácticas y rituales, formales e informales, que enfatizan cierto expertise masculino sobre el modo de hacer las cosas y reproducen diferencias sustantivas entre hombres y mujeres en el acceso y/o ejercicio del poder.
Las mujeres son vistas como intrusas en un mundo político dominado por la visión masculina.
A pesar de que las diferentes olas del movimiento feminista y las sufragistas de todo el mundo alertaron durante décadas sobre las desigualdades de género existentes, la práctica política, así como la disciplina encargada de describir y explicar el poder, han hecho poco caso a esos reclamos. La investigación comparada raramente ha estudiado las dinámicas organizativas buscando identificar las inequidades de género, salvo el trabajo clásico de Maurice Duverger, quien de manera temprana denunció la ausencia de mujeres en los partidos que estudiaba. Lo que hoy sí sabemos es que sean cuales sean las características morfológicas del sistema de partidos, su nivel de institucionalización o la capacidad de adaptación organizativa de los partidos, los hombres dominan la arena política, formulan las reglas del juego y distribuyen los recursos y también son quienes definen los estándares de lo que debe ser el statu quo y cómo debe hacerse el orden público.
Seis obstáculos: los partidos como gatekeepers de la participación de las mujeres
Cuando las mujeres quieren hacer política en ese entorno se enfrentan a una cancha inclinada que las pone en desventaja en relación con sus pares. Las mujeres son vistas como intrusas en un mundo político dominado por la visión masculina. Aun cuando las sociedades latinoamericanas cuentan con la mitad de su población femenina e incluso hay países donde ellas son la mayoría del padrón electoral, las mujeres no compiten por los cargos de representación ni acceden a los recursos públicos en igualdad de condiciones que los hombres. Ellas enfrentan —solo por el hecho de ser mujeres— techos de cristal, suelos pegajosos, techos de billetes, evaluaciones con dobles estándares, estereotipos de género y un electorado que aún no ve las oportunidades que la diversidad y la pluralidad suponen para la democracia.
Los partidos se organizancomo clubes de Toby, donde las dirigencias se enlazan a través de vínculos primarios (familiares, de amistad, de compadrazgo, de negocios, entre otros).
Los obstáculos son muchos y los partidos continúan siendo los porteros de la participación política de las mujeres (Llanos y Rozas, 2018; Morgan e Hinojosa, 2018), aun cuando la región se ha convertido en un caso exitoso que evidencia el impacto de las reformas al régimen electoral de género sobre la representación descriptiva de las mujeres. Diez países han aprobado la exigencia de paridad de género en las candidaturas (Freidenberg, 2020), incrementado en más de 30 puntos porcentuales en términos medios la presencia de las mujeres legisladoras en 17 países de la región (CEPAL, 2021). A pesar de todos estos esfuerzos centrados en facilitar la presencia femenina en los cargos de poder, los partidos continúan funcionando como cajas negras que dificultan las oportunidades de participación efectiva de las mujeres en las instituciones públicas.
Un primer obstáculo que enfrentan las mujeres tiene que ver con los prejuicios y estereotipos respecto a sus capacidades y posibilidades de éxito electoral. Las dirigencias no las consideran aptas para liderar y, mucho menos, para ganar una elección. La mayoría de los líderes siguen reproduciendo sesgos de género —ideas estereotipadas respecto a lo que la mujer debe, puede y tiene que hacer— en la vida pública (García Beaudoux, 2017). Las mismas cualidades se valoran de manera distinta según se trata de un hombre o una mujer: mientras el liderazgo está asociado a ideas de fuerza y valentía en ellos, la debilidad o la histeria es la visión que se tiene de las mujeres ejerciendo el poder. Si una mujer tiene fuertes convicciones o liderazgo autónomo, entonces es invisibilizada, ridiculizada, evaluada de manera sesgada porque no cumple con las expectativas sociales —que reproducen esos mismos sesgos desiguales— de lo que se espera que haga una mujer.
En diversas investigaciones realizadas para el Observatorio de Reformas Políticas de América Latina (#ObservatorioREFPOL) y en la revisión hemerográfica cotidiana que realizamos, se encuentran declaraciones de dirigentes partidistas de diversos países que sostienen que «no hay mujeres (y menos) con aptitudes de liderazgo» (en Panamá, México, Honduras, Bolivia, Ecuador o Guatemala); que «ellas no están capacitadas» (en Honduras, El Salvador, Guatemala, Panamá, República Dominicana, entre otros); «que ahora no les toca, que ya llegará su turno y que, mientras tanto, deben capacitarse» (en México, Guatemala, Ecuador, Honduras, entre otros); y que si ellas promueven las medidas de acción afirmativa es porque solas no son capaces de ganar elecciones (en Colombia, Panamá, México, Honduras o República Dominicana, entre otros). Todas estas expresiones transmiten criterios discriminatorios respecto al liderazgo de las mujeres, quienes la mayoría de las veces son estigmatizadas como algo de alguien y cuando le reconocen un liderazgo autónomo suelen ser rechazadas como masculinas, ambiciosas, intensas o poco confiables. Todo este conjunto de ideas suele incidir sobre las evaluaciones que las propias mujeres hacen sobre sus oportunidades de liderazgo, afectando su autoestima y generando lo que suele denominarse como techos de cemento.
La aprobación de las reglas de la paridad de género y de las medidas de acción afirmativa tuvieron consecuencias no esperadas (ni deseadas), ya que pusieron en evidencia valores, creencias y prácticas nocivas en la manera de hacer política: rígidos estereotipos de género, criterios de selección discriminatorios (familia versus militantes experimentadas), prácticas violentas a través de amenazas, comentarios discriminatorios e insultos como «las panochas en las coyotas, ¡no al palacio!»; «las mujeres están rebuenas todas
Un segundo obstáculo tiene que ver con los techos de cristal. La metáfora, que viene de la psicología social, resulta idónea para describir las barreras, basadas en prejuicios hacia las mujeres, que les impiden avanzar a posiciones de alto nivel dentro de la organización. De esa manera, cuando consiguen ascender, se quedan estancadas en los niveles medios de la dirección. Los datos del #ObservatorioREFPOL evidencian que de 123 partidos latinoamericanos considerados relevantes en 17 países de la región solo 19 están liderados por mujeres (presidencias y secretarías generales). Dentro de las organizaciones partidistas se generan prácticas sexistas (Llanos y Rozas, 2018; Htun, 2005), y la participación de las mujeres es más baja cuanto más alta sea la jerarquía del cargo dentro del partido (Llanos y Rozas, 2018).
Los partidos se organizan entonces como clubes de Toby, donde las dirigencias se enlazan a través de vínculos primarios (familiares, de amistad, de compadrazgo, de negocios, entre otros), que controlan de manera poco transparente y oligárquica la organización, y se emplean, la mayoría de las veces, criterios no meritocráticos para la designación de los cargos, obstaculizando las carreras políticas de las mujeres, incluso cuando las instituciones formales (leyes, resoluciones, estatutos) fomentan su participación. Mientras ellos dirigen o tienen las candidaturas, las militantes suelen ser reclutadas para encargarse de la «vida privada del partido» (Htun, 2005), a desarrollar tareas vinculadas al cuidado del otro (limpiar, sostener, organizar actividades y apoyar a quienes van a ejercer el liderazgo) e incluso al trabajo de movilización en el territorio (campañas puerta a puerta, mítines, registro de necesidades y redes sociales). Las esconden del electorado, las hacen aparecer como floreros (acompañantes simbólicas) en actos públicos, secundando a los dirigentes que suelen ser los únicos que emplean la voz pública e, incluso, las usan como moneda de intercambio político para ubicarlas como candidatas en distritos no competitivos (donde saben que van a perder), para colocarlas como suplentes de titulares hombres o para incluirlas en puestos en la lista que nadie quiere ocupar.
Un tercer obstáculo está relacionado con el modo en que el control masculinizado de la organización afecta los procesos de selección de candidaturas, ya que configuran oportunidades y resultados diferenciados para aspirantes masculinos y femeninos. Dado que las dirigencias se han reservado históricamente el derecho a nominar las candidaturas, no les ha sentado del todo bien tener que ceder espacios que creen que les pertenecen (se creen dueños de las candidaturas y de los partidos) y, mucho menos, tener que «poner a las viejas» en los sitios que habían sido tradicionalmente de los caciques. Las mujeres militantes enfrentan criterios de selección no formales, que no suelen usarse cuando se eligen hombres y que nada tienen que ver con las reglas de militancia o los requisitos para ocupar una candidatura que se exigen en los estatutos. En cada elección, las dirigencias han encontrado maneras para subvertir los candados que las cuotas o la paridad de género les han puesto en los procesos de nominación: designar candidatas a las esposas, hermanas, hijas o amantes de quienes iban a ser originalmente candidatos, bajo el supuesto de que ellas les obedecerán una vez que estén en los cargos.

La investigación comparada aún no ha consensuado cuál es el modelo de organización interna partidista que concilia mejor las exigencias de un régimen electoral de género fuerte y la selección de candidaturas. La experiencia latinoamericana evidencia que, frente a esas reglas externas que condicionan los procesos, los partidos responden con poca democracia interna, centralizando los electorados (quienes eligen) y reforzando el uso de mecanismos de selección poco transparentes como las tómbolas, las encuestas (sin metodologías claras) y los dedazos. Casi no existen partidos que empleen mecanismos competitivos, que garanticen el pluralismo, que incluyan a las minorías cuando estas pierden la competencia interna y, mucho menos, que tengan en cuenta en sus procesos una manera innovadora para coser de manera igualitaria el puzle que significa la integración paritaria de las candidaturas.
Las mujeres candidatas enfrentan múltiples violencias, incluso originadas desde dentro de sus propios partidos.
Un cuarto obstáculo está vinculado al poco acceso de las mujeres a los recursos económicos para enfrentar sus gastos. En una encuesta digital a 225 candidatas de diversos países de América Latina, que realizamos para el #ObservatorioREFPOL en 2018, el 49,1% de las encuestadas manifestaron que existen brechas de género en la asignación de fondos dentro de su partido y casi el 30% señalaron que la mayor parte del dinero que usaron para sus campañas provenía de recursos propios, aun cuando los partidos recibían recursos vía financiamiento público para impulsar las candidaturas. Las mujeres tienden a recaudar menos fondos para sus campañas y reciben menos financiamiento de sus propias redes (familiares o personales) y de sus partidos. Ellas tienen más dificultades identificando a los donantes, más responsabilidades de cuidado familiar y menos tiempo disponible para asistir a eventos, mítines y otras actividades políticas para conectar con esos donantes y generar redes de financiación autónomas y eficientes.
Un quinto obstáculo está relacionado con las diferentes manifestaciones que adopta la violencia política en razón de género. Las candidatas —por el hecho de ser mujeres— a menudo son víctimas de violencia física, patrimonial, discursiva o simbólica y, además, del ciberacoso de otros candidatos o candidatas, grupos de choque, medios de comunicación, militantes partidistas y opositores. Esto se expresa a través de ataques y campañas negativas y se vuelve más pronunciado si se da de manera interseccional, cuando se pertenece a grupos diversos (afrodescendientes, indígenas, personas de las diversidades sexuales, entre otros). Las mujeres candidatas enfrentan múltiples violencias, incluso originadas desde dentro de sus propios partidos (Muñoz Pogossian y Freidenberg, 2020).
Cuando ellas ejercen liderazgos autónomos, se convierten en una amenaza al statu quo, al modo en que se venían haciendo las cosas. En ese escenario, por lo general, los hombres las violentan al sentirse desafiados. Esas prácticas violentas están normalizadas y naturalizadas. Como sostiene la abogada y activista Line Bareiro, por más que se han hecho muchos esfuerzos, «hasta ahora no hemos conseguido normalizar la presencia de las mujeres ni tampoco ninguno de los elementos de la igualdad» (Muñoz Pogossian y Freidenberg, 2020). Los partidos no creen en las mujeres como aliadas capaces de generar cambios y propuestas. Como nos ha indicado la diputada hondureña Johanna Bermúdez, «muchos dirigentes hombres se encargan de hacerles creer a las mujeres que son rellenos, que su mínima posibilidad debe ser derribando a su rival más débil y elaboran una estrategia para que la mujer comience una lucha feroz y sin piedad contra otra mujer» (Muñoz Pogossian y Freidenberg, 2020).
Finalmente, un sexto obstáculo tiene que ver con la dificultad del ejercicio de la representación política cuando ellas pasan de ser candidatas a electas y con la ausencia de mecanismos de rendición de cuentas entre militancia y cargos electos. Aun cuando esto no se da solo en relación con las mujeres electas, ya que la ausencia de control político horizontal y vertical es uno de los graves problemas de las democracias latinoamericanas, esto se agrava respecto al liderazgo de las mujeres. Dado que no existe una única manera de ser mujer ni necesariamente compartimos las mismas ideas y preferencias acerca de los problemas sociales, las mujeres suelen ser estigmatizadas y enfrentar expectativas esencialistas y elitistas respecto a lo que son, deben ser y representar como políticas electas.
Esa visión suele enmarcar a las mujeres como un grupo que espera ser representado de una única manera, que tienen un interés común y homogéneo, que puede actuar como un grupo de interés, que son inherentemente diferentes a los hombres y que —por tanto— sus problemas parecerían ser menos importantes que los de los hombres. Este conjunto de prejuicios y expectativas condiciona el éxito de las mujeres líderes e incluso, muchas veces, afecta su autoestima, su sentido de pertenencia al partido, su ejercicio del liderazgo y su relación con el movimiento amplio de mujeres y con otras mujeres líderes.

La feminización de los partidos políticos
La experiencia muestra que aún hay una serie de ideas románticas sobre cómo le gustaría a la ciudadanía o a la academia que sean los partidos políticos, pero hay pocos electores dispuestos a castigar en las urnas a los partidos que no son incluyentes, democráticos y tolerantes con los que piensan distinto. ¿Cómo eliminar los obstáculos que dificultan la participación de las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres dentro de los partidos, si este no es un valor que la ciudadanía exija en las elecciones? Los esfuerzos recientes llaman la atención sobre la necesidad de impulsar reformas organizativas que tiendan a la «feminización de los partidos» (Childs y Caul Kittilson, 2016), es decir, a lograr que integren a más mujeres como actores políticos críticos en las áreas claves de toma de decisiones dentro de una organización, así como también que impulsen y aborden las preocupaciones y diversidad de intereses de las mujeres en sus propuestas programáticas y sus agendas temáticas en el nuevo modelo de democracias paritarias que América Latina está construyendo.
Los desafíos actuales tienen que ver no solo con seguir procurando el acceso de las mujeres a los cargos (representación descriptiva), sino con el modo en que se ejerce el poder una vez que se accede a ellos (representación simbólica) y el tipo de políticas públicas que se impulsan para erradicar patrones patriarcales y generizados de funcionamiento de las instituciones (representación sustantiva). Los partidos políticos latinoamericanos han asumido, a regañadientes, los desafíos que en las últimas tres décadas las leyes les han supuesto para incrementar la representación descriptiva de las mujeres, pero son muy perezosos y poco responsables respecto al impulso de agendas y estrategias que faciliten la reconstrucción de las democracias.
La democracia paritaria requiere de un nuevo modelo de gestión estatal que deberá ser inclusivo (como promueve onu Mujeres) y apuesta por un nuevo pacto social donde la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres sea uno de los motores de la transformación social y política. En esa tarea los partidos, una vez más, son actores claves. La eliminación de los obstáculos que enfrentan las mujeres exige estrategias integrales, multidimensionales y multisectoriales que deben atender al menos tres esferas claves: la legitimidad de la democracia, la igualdad real frente a la formal y la transformación de las relaciones de poder.
El cambio partidista supone dejar de hacer política como si fuera una relación de amigo-enemigo, basada en la exclusión competitiva, para adoptar nuevas formas de participación, colaboración, cogestión y cooperación interna.
La democratización interna de los partidos es un reto urgente para las democracias paritarias. La transformación exige al menos seis acciones concretas, orientadas a construir un nuevo acuerdo paritario respecto a cómo acceder y ejercer el poder, profesionalizar a la militancia, (des)generizar los valores, prácticas y reglas, incorporar tecnología a los procesos de toma de decisiones y reconectar a los partidos con su militancia y electorado. El cambio partidista supone dejar de hacer política como si fuera una relación de amigo-enemigo, basada en la exclusión competitiva, para adoptar nuevas formas de participación, colaboración, cogestión y cooperación interna. Este proceso supone, por ejemplo, incluir primarias paritarias, donde cada militante tenga dos votos (uno por cada género), con lo que la suma de los votos daría como resultado la posición de las personas en la integración de las listas. También exige la integración paritaria de los órganos partidistas y, en ese sentido, una propuesta podría ser integrar dos personas por cada cargo, para que, como ya hacen algunos partidos europeos como Italia Viva, se incluyan personas de diferentes géneros en la gestión política.
Los partidos deben ser capaces de adaptarse a los nuevos tiempos y demostrar su compromiso con la democracia no solo en cuanto a la competencia electoral y los resultadosdesuspolíticas,sinotambiénalinterior de las organizaciones partidistas. Si bien aún hay un sector de la ciencia política reacio a estudiar a los partidos con lentes de género y herramientas de interseccionalidad, lo cierto es que cada vez hay más estudiantes e investigadoras interesadas en mirar lo que ocurre en los partidos políticos desde la distribución desigual del poder en clave de género. Esto no es un problema que atañe solo a las mujeres y ni siquiera es un problema exclusivo del movimiento feminista, sino que es un problema de legitimidad democrática y de justicia social y que, por ende, atañe a todas las personas que integran la comunidad política.
Referencias bibliográficas
- Childs, Sarah, y Kittilson, Miki Caul. (2016). Feminizing political parties. Women’s party member organizations within European parliamentary parties. Party Politics, 22 (5), 598608.
- Comisión Económica para América Latina (CEPAL). (2021). Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe. Santiago de Chile: Naciones Unidas. Disponible en https://oig.cepal.org/es
- Freidenberg, Flavia. (2020). Electoral Reform and Women Political Representation in Latin America. En Gary Prevost y Harry Vaden (eds.), The Encyclopedia of Latin American Politics. Londres: Oxford University Press.
- García Beaudoux, Virginia. (2017). ¿Quién teme el poder de las mujeres? Bailar hacia atrás con tacones altos. Madrid: Grupo 5.
- Htun, Mala N. (2005). Women, Political Parties and Electoral Systems in Latin America. En Julie Ballington y Azza Karam (eds.), Women in Parliament: Beyond numbers (pp. 112121). Handbook Series, ed. revisada. Estocolmo: International idea.
- Llanos, Beatriz, y Rozas, Vivian. (2018). Más poder, menos mujeres en los partidos políticos latinoamericanos. En Flavia Freidenberg, Mariana Caminotti, Betilde Muñoz-Pogossian y Tomáš Došek (eds.), Mujeres en la política: experiencias nacionales y subnacionales en América Latina (pp. 6997). México: Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM e Instituto Electoral de la Ciudad de México.
- Lovenduski, Joni, y Norris, Pippa. (1993). Gender and Party Politics. Londres: Sage.
- Morgan, Jana, y Hinojosa, Magda. (2018). Women in political parties. Seen but not heard. En Leslie A. Schwindt-Bayer (ed.), Gender and representation in Latin America. Oxford: Oxford Scholarship.
- Muñoz-Pogossian, Betilde, y Freidenberg, Flavia. (2020). What It’s Really Like to Be a
- Female Candidate in Latin America. Americas Quarterly, 14(4), 86-90. Disponible en https://www.americasquarterly.org/issue/ closing-the-gender-gap
- Observatorio de Reformas Políticas de América Latina (#ObservatorioREFPOL). (1978-2021). Ciudad de México: Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y Organización de los Estados Americanos. Disponible en: www.reformaspoliticas.org.
- Schattschneider, Elmer E. (1942). Party Government. Nueva York: Holt, Rinehart and Winston. [Régimen de partidos. Madrid: Tecnos, 1964].