Martin Hála: «La economía en China no es independiente de la política»

Martin Hála: «La economía en China no es independiente de la política»

El director de la agencia checa Sinopsis afirma que el gobierno del Partido Comunista Chino desarrolla un proyecto que expresa la intención de reorganizar el orden mundial. En esa línea, explica el papel de los tratados de libre comercio y la cooperación económica en los términos establecidos por China.

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Martin Hála: «La economía en China no es independiente de la política»
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

El director de la agencia checa Sinopsis afirma que el gobierno del Partido Comunista Chino desarrolla un proyecto que expresa la intención de reorganizar el orden mundial. En esa línea, explica el papel de los tratados de libre comercio y la cooperación económica en los términos establecidos por China.

Martin Hála es sinólogo, profesor, fundador y director de Sinopsis, un proyecto conjunto entre AcaMedia y el Instituto de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Carolina de Praga. Estudió en Praga, Shanghai, Berkeley y Harvard. Fue director regional para Asia Pacífico en Open Society Foundations. Sinopsis tiene como objetivo presentar una visión general periódica de los acontecimientos en China y sus impactos en el mundo exterior desde la perspectiva de observadores checos, chinos e internacionales.

—Los tratados de libre comercio con China son un gran tema. ¿Qué sugiere a los gobiernos que evalúan implementar una medida así?

—Probablemente les diría que tuvieran cuidado a la hora de considerar un acuerdo de libre comercio con la República Popular China. Una razón es que sería una relación bastante asimétrica, porque Uruguay puede exportar un limitado número de productos a China, pero hay un millón de productos que se importarían. Un TLC podría llevar a una inundación del mercado uruguayo con productos chinos y el Estado uruguayo perdería parte de su capacidad de establecer un control sobre las importaciones de bienes.

La segunda es que en la República Popular China los acuerdos y los intercambios comerciales, la mayoría de las veces, se consideran de forma ligeramente diferente y tienen valores jurídicos distintos. El hecho de que exista un acuerdo internacional no significa necesariamente que sea la solución definitiva que se respetará plenamente y de manera igualitaria por ambas partes. Aparte de los intercambios o acuerdos oficiales, como los posibles TLC, el gobierno chino es un Estado-partido, básicamente un gobierno dirigido por un partido político de forma muy concentrada y vertical. Por lo tanto, puede imponer una serie de otros acuerdos que en realidad socavarán los compromisos del TLC.

Tal vez recuerden el caso de Australia, que cayó en desgracia porque exigió una investigación independiente sobre los orígenes de la epidemia de COVID después de haber firmado un Acuerdo de Libre Comercio y otros acuerdos con la República Popular China. Sin embargo, la República Popular China pudo aplicar limitaciones no declaradas a un comercio supuestamente neutral. Básicamente, se trata de boicots no declarados, en particular, en el carbón y algunos productos agrícolas como el vino. Esto sucede a pesar de la existencia de un oficio o documento oficial. Se debe a la forma en que funciona el sistema político y a la forma en que el sistema político define el sistema económico en China. Son más que capaces de imponer obstáculos y barreras no económicas en los intercambios mutuos.

Así que, por estas dos razones, yo sería muy prudente a la hora de pensar en los TLC.

—Usted ha dicho que las empresas chinas nunca se mueven solo por consideraciones económicas, sino también políticas.

—Sí. Las empresas chinas, incluidas las privadas, operan en un entorno específico. Este entorno específico es el Estado con partido único. Se trata de un acuerdo social leninista en el que un partido político, que no es realmente un partido político en sí, controla esencialmente todo, también la economía. Siempre deben tener en cuenta las preferencias de ese partido político concreto, en este caso, el Partido Comunista de China.

La economía en China no es independiente de la política. El sistema político influye directamente en la economía, por lo que las empresas chinas nunca pueden considerar únicamente los aspectos económicos de sus actividades.

—¿Ha observado este tipo de problemas en otros países de América?

—Crecí en un sistema leninista, la Checoslovaquia comunista de antes de 1989. Es básicamente el mismo sistema. Es un sistema leninista. Pero en el caso de China, se ha «mejorado» mucho. Es como un sistema leninista con esteroides. He experimentado por las malas cómo funciona este sistema. La innovación del sistema en China es que se las arreglan para cooptar todas las fuentes de elementos que estarían desmoronándose en el sistema leninista original. El sistema leninista original nunca imaginó realmente que introduciría mecanismos de mercado. En realidad, el propio Lenin trató de hacerlo a una escala mucho menor en la década de 1920 cuando introdujo la Nueva Política Económica. Probablemente lo recuerden de la historia. La economía soviética estaba colapsando y Lenin intentó salvarla introduciendo estas reformas de mercado limitadas. Pero fueron muy limitadas, en el caso de la Unión Soviética. En la República Popular China, después de 1978, eso ocurrió a una escala mucho mayor. Estas reformas fueron mucho mayores que las reformas de Lenin en los años veinte. La diferencia es de tamaño, pero no de fondo.

Esencialmente, cooptan elementos supuestamente extraños al sistema leninista, pero se aseguran de que solo operen dentro de un espacio limitado. El Partido Comunista sigue teniendo el control y puede cambiar las reglas, siempre que lo considere necesario.

—Ha dicho que el ascenso de China debe observarse como un fenómeno global. ¿Qué papel tiene Sudamérica?

—El ascenso de China, en particular las ambiciones de China o, para ser más específicos, las ambiciones del liderazgo del Partido Comunista de China, son globales. Esto podía no estar tan claro hace diez años. Hoy se expresa en una serie de iniciativas y documentos. En particular, la República Popular China ha introducido tres grandes iniciativas que se denominan globales. Como la iniciativa de desarrollo global, la iniciativa de seguridad global y la iniciativa de civilización global. El Partido Comunista de China tiene ahora unos planes que, si bien son vagos, claramente expresan la intención de reorganizar el orden mundial. Esto comprende ideas sobre cómo deberían organizarse el desarrollo global, los acuerdos de seguridad e incluso aspectos civilizatorios.

—Hay algunos países de Sudamérica que mantienen relaciones muy estrechas con China en este momento.

—Me recuerda al optimismo y al pensamiento esperanzador que teníamos en Europa del Este hace diez años. Entiendo que está impulsado por motivos similares, principalmente económicos. Mucha gente no tiene en cuenta los aspectos políticos porque piensan que se trata de una relación puramente económica. Creo que la experiencia de Europa del Este podría ser útil para América Latina porque ha demostrado que nunca se trata sólo de economía, siempre hay política de fondo.

—Otros han creado un vínculo especial… como Venezuela.

Personalmente, me sorprende bastante que el caso de Venezuela no se discuta más en América Latina. Yo esperaría que América Latina prestara más atención a lo que ha estado sucediendo en Venezuela porque es un caso impactante. La huella china parece bastante grande. Ha habido una enorme inversión en Venezuela, creo que está valorada en unos 60.000 millones de dólares en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). Esto no parece haber mejorado la situación económica sobre el terreno. Una inversión de esa magnitud debería dejar algún impacto positivo, pero no estoy seguro de que se pueda encontrar eso en Venezuela.

En mi opinión, esto debería servir de advertencia para el resto de América Latina. Sin embargo, me sorprendió la poca atención que la gente parece prestarle. Me comentaron que América Latina comparte un mismo idioma y tiene culturas muy similares. A pesar de eso, la gente no suele preocuparse mucho por lo que pasa en otros países, sobre todo en los que están lejos. Incluso en Colombia, que es vecina de Venezuela y tiene una gran población de refugiados proveniente de este país.

Podría imaginar que Europa del Este parece estar lejos de este continente. Pero Venezuela está aquí mismo, ¿no? Entonces, ¿por qué no resuena más?

—Dos términos muy interesantes: inversión y adquisición.

—Es el caso de la República Checa, donde una empresa que supuestamente invertía mucho, en realidad, solo compraba cosas que ya estaban allí. Así que no se trata de inversiones, sino de adquisiciones. La distinción es importante porque las inversiones productivas estimulan la economía creando nueva riqueza y nuevos puestos de trabajo. Pero, si se trata solamente de adquisiciones —por ejemplo, bienes inmuebles—, nada cambia realmente en la economía. Es solo un propietario diferente, pero no tiene ningún impacto directo en la economía.

—¿Qué pasa con la seguridad de los países y las inversiones relacionadas con las comunicaciones?

—Lo primero es que hay que entender la naturaleza del sistema político de la República Popular China cuando se piensa en los aspectos de seguridad de las relaciones económicas. Durante mucho tiempo, en Europa, y en particular en Europa del Este, hubo economías muy abiertas, con muy pocos requisitos en materia de seguridad. Hasta hace poco nadie pensaba en la seguridad en el contexto de la economía. Nadie pensaba en la seguridad económica. Tuvimos estos treinta años de globalización sin trabas; era un mundo plano, lo único que importaba era la eficiencia económica. Producir cosas más baratas en la República Popular China o comprarlas más baratas allí era lo único que importaba.

Por ejemplo, en Europa, en la mayoría de los casos la licitación pública se basaba siempre en el precio. Así que quien ofrecía el precio más bajo ganaba el contrato automáticamente. Y si no lo hacían, podían llevarte a los tribunales por discriminarles. Eso ha cambiado recientemente. Poco a poco, estas preocupaciones por la seguridad se han introducido incluso legislativamente, dando a los responsables la posibilidad de discriminar a determinados oferentes en función de su fiabilidad. En muchos países europeos existe la noción de vendedores inseguros o poco fiables. Esto supone una gran diferencia, porque, aunque estos vendedores te ofrezcan el precio más bajo, no tienes por qué darles automáticamente el contrato. Y no pueden llevarte a los tribunales, porque estás cubierto por esta noción de oferente poco fiable o inseguro.

Eso se introdujo en el debate sobre Huawei, un ejemplo típico. Llegan a un lugar en el que suelen ofertar por un 30 % menos que los demás. Así que en la mayoría de los casos hay que aceptarlos automáticamente porque son los más baratos y, como se trata de dinero público, si no lo haces pueden llevarte a los tribunales. Hoy en día, ya no se puede hacer eso porque la gente se ha dado cuenta de que, aparte de la eficiencia económica, aparte del precio, hay otros aspectos que hay que tener en cuenta a largo plazo, especialmente en sectores sensibles como las telecomunicaciones y las infraestructuras estratégicas. No se trata sólo del precio, sino de la seguridad nacional. Y, en términos de precio, hay que pensar a largo plazo.

Aunque el contrato sea hoy más barato, si en el futuro resulta que es inseguro y hay que sustituirlo por otro, en realidad es más dispendioso que si se opta desde el principio por una opción más cara. Así que el pensamiento sobre la seguridad y la economía y la seguridad económica ha ido cambiando, sin duda, en Europa, los Estados Unidos y algunas otras partes del mundo. No estoy seguro de cómo funciona en América Latina. Pero creo que muchos países siguen pensando que la seguridad económica no es tan importante.

—La República Popular China invita a personas de todos los partidos políticos a visitarlos y conocer su modelo.

—Hemos tenido un periodo de varios años en el que ha habido un movimiento masivo de personas bajo la rúbrica de 16 + 1, BRI. Incluso personas que no parecían tener ninguna influencia particular en la sociedad viajaron a China. Fue en realidad masivo, probablemente decenas de miles de personas. Y, del mismo modo, muchas delegaciones vinieron de la República Popular China.

La gente de la República Checa no solía reconocer que se trataba de un programa organizado, así que pensaban que era una especie de intercambio que se podía tener con cualquier otro país, como con Austria o los Países Bajos. Pensaban que los ayuntamientos chinos eran exactamente como sus propios ayuntamientos. O en los intercambios universitarios que iban desde las universidades checas se pensaría que las dos partes estarían esencialmente al mismo nivel. Pero no es exactamente así. Todo está organizado desde arriba. Hay agencias especiales que se especializan en organizar estos intercambios, como la Asociación del Pueblo Chino para la Amistad con Países Extranjeros (Cpaffc). Se trata de una agencia dirigida por el Comité Central del Departamento de Trabajo del Frente Unido del Partido Comunista Chino (UFWD).

El problema básico de estos intercambios es que vuelve a haber una asimetría. No estás mirando a tu homólogo del otro lado. El compañero del otro lado forma parte de todo un sistema que organiza estos intercambios con el propósito de promover los objetivos del Partido Comunista de China. Eso no existe en este lado. Si vas a China, no hay toda una estructura burocrática en Uruguay o en la República Checa que te va a preparar. Sencillamente, eso no existe. Existe una asimetría básica que señala lo peligrosa que es la situación.

—Una palabra que desgraciadamente es muy importante en América Latina es corrupción. ¿Cuál es el papel de China en este tema?

—Es un tema enorme. La corrupción es una parte esencial del sistema político chino, precisamente por la concentración de poder. Como se suele decir, el poder absoluto corrompe absolutamente. Por supuesto, la corrupción existe en todas partes. Es parte de todas las sociedades. Pero en la mayoría de los países se aborda mediante controles y equilibrios. El poder tendría que ser controlado por otros. Esa es la idea básica de la división de poderes: que diferentes partes del poder se controlen entre sí. Eso no existe en China. Todo, todo el poder, está concentrado en manos de los dirigentes del Partido Comunista, lo que conduce a una corrupción masiva.

Los chinos, por supuesto, se dan cuenta ellos mismos. En realidad, están bastante preocupados por ello, porque ven que la corrupción es la única cosa que podría derribar la posición gobernante del Partido Comunista en el futuro. Porque crea una enorme insatisfacción pública. Hubo momentos en los que se experimentó con la división de poderes, en particular, en tiempos de Deng Xiaoping. Él no solo introdujo reformas económicas, sino también algunas reformas políticas. Intentaba abordar el problema dando poder a otros organismos distintos del Partido Comunista para controlar al Partido Comunista. Esencialmente, intentaba reinstaurar la división entre el partido y el gobierno. La idea era que el partido y el gobierno se controlaran mutuamente.

También experimentó con la habilitación de la prensa para revelar casos de corrupción. Fue un periodo muy interesante, pero terminó con Xi Jinping. En la revista especializada del partido lo describen con cierto detalle. Xi Jinping piensa que la división entre partido y Estado fue demasiado lejos y que hay que traerla de vuelta, para que el partido pueda volver a controlarlo todo y que la corrupción pueda ser controlada no por agencias externas sino por el propio partido. Por eso empezó con todo este movimiento anticorrupción, básicamente por el propio partido. Es como una inquisición del partido, una Comisión Central de Inspección Disciplinaria.

—¿China influye en la corrupción de Sudamérica?

—No podría atreverme a hablar de Sudamérica porque no la conozco lo suficiente. Aunque en otros lugares es una característica del sistema debido a la concentración de poder político y económico. Por ejemplo, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), en su mayor parte, se ejecuta como un acuerdo político entre actores políticos.

Normalmente, las empresas hablan entre sí y llegan a un acuerdo para ejecutar un proyecto. En el caso de la BRI, siempre se trata de una decisión política al más alto nivel. No siempre se obedece a consideraciones económicas. Está impulsado en un sentido muy lógico por consideraciones políticas. La BRI es básicamente un contrato para grandes proyectos de infraestructuras financiado por los bancos chinos. La parte china ofrece la ejecución de los proyectos a través de una empresa estatal. Así que básicamente ofrecen el paquete completo, lo que constituye una enorme tentación para que los políticos negocien estos acuerdos. Esto se ha documentado en varios casos. El modelo consiste en inflar el precio global del proyecto, ya que de todos modos está financiado por los bancos políticos chinos, y luego repartirse el botín. Esto ha sido documentado en Malasia y en algunas partes de Europa central y oriental, así que hay que tomárselo en serio.

—¿Letras chicas para mirar?

—Creo que hay que fijarse en las letras chicas. El entusiasmo por China y las expectativas esperanzadoras son comprensibles porque es un mercado enorme. Entiendo que Uruguay es una economía orientada a la exportación, por lo que es obviamente un mercado muy importante para ustedes. Pero tienen que mirar la letra chica y entender, en particular, las diferencias sistémicas entre su sociedad abierta con su economía abierta y el sistema político chino y el sistema económico que depende de él. Eso será importante en la relación económica bilateral, porque no se tratará solo de economía. Siempre tendrá que ver, en cierta medida, con la política, debido a la esencia del sistema de partido único de la República Popular China.

Manfred Steffen

Manfred Steffen

Magíster en Ciencias Ambientales por la Universidad de la República de Uruguay. Dipl. Ing. Fachhochschule für Druck in Stuttgart. Coordinador de proyectos de la Fundación Konrad Adenauer, oficina Montevideo.

Doris Filipovic

Doris Filipovic

Traductora y magíster en lenguas europeas por la Universidad Politécnica de Dresde. Practicante de la Fundación Konrad Adenauer.

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