La reivindicación en torno a la introducción del voto obligatorio tiene poca resonancia en la arena pública alemana. Si bien es verdad que el debate resurge de vez en cuando, principalmente debido a una caída en la participación electoral, ello no significa que se pueda hablar de una discusión pública intensa.
En el debate sobre el voto obligatorio, tanto los partidarios como los opositores presentan, en primer lugar, argumentos basados en una comprensión normativa del Estado y la ciudadanía. Los defensores argumentan, principalmente, sobre la base de un deber democrático que el ciudadano tendría que cumplir y que una democracia podría, a su vez, exigir. De ello se desprendería, además, una mayor legitimidad de los representantes electos y se fortalecería la igualdad de las elecciones. Más allá de ello, se refiere una serie de argumentos auxiliares que, por lo general, se basan en la suposición de que una alta participación electoral es signo de una buena democracia.
Los defensores del voto obligatorio argumentan, principalmente, sobre la base de un deber democrático que el ciudadano tendría que cumplir y que una democracia podría, a su vez, exigir.
Los opositores argumentan, de igual manera, a nivel moral, pero desde un ángulo sobre todo libertario. En este caso, se pone la libertad de elección en primer plano, o bien, la libertad frente al Estado, en la que se incluye asimismo la libertad de no participar en una elección, ya que nadie puede ser obligado a mostrar interés político. Al mismo tiempo, domina aquí el escepticismo de que la calidad de la democracia mejoraría con el voto obligatorio, puesto que la participación electoral solo puede ser el síntoma de un desarrollo crítico o en crisis y no ya la solución al problema.
Libertad frente al Estado
En principio, desde el punto de vista de la teoría democrática, existen buenos argumentos a favor y en contra del voto obligatorio. Ello no implica, de inmediato, que tales argumentos pudiesen resistir un control de constitucionalidad del Tribunal Constitucional Federal. La libertad de votar también incluye la libertad de una decisión electoral negativa. En el caso del voto obligatorio, ello implicaría que el votante no podría abstenerse de participar en la elección, sino que sólo tendría la opción de emitir un voto inválido. Obligar a los ciudadanos a emitir votos (inválidos), solo se justificaría si se utilizase con un propósito legítimo como, por ejemplo, incrementar la aceptación de la democracia. Desde un punto de vista constitucional, que esto pudiera lograrse mediante el voto obligatorio es, como mínimo, dudoso.
Como todas las democracias, la democracia alemana también se basa en normas, mecanismos y procedimientos en desarrollo. Estas difieren de un país a otro y no hay dos democracias iguales en el mundo. En la tradición alemana —sobre todo a partir de la experiencia de dos dictaduras en las que dicha obligatoriedad existió de facto—, el voto obligatorio es ajeno a la lógica de la Constitución. Si apareciesen síntomas de una crisis de la democracia, estos no podrían remediarse ni siquiera con el voto obligatorio, como puede observarse en algunos países que lo practican.
Si apareciesen síntomas de una crisis de la democracia, estos no podrían remediarse ni siquiera con el voto obligatorio, como puede observarse en algunos países que lo practican
En muchos países democráticos con voto obligatorio, la obligatoriedad de este resulta de tradiciones culturales o históricas, o es una respuesta a un desarrollo o evento específico. Por lo tanto, el voto obligatorio tiene un contexto de justificación muy particular.
Cuando lo obligatorio «legitima»
En las dictaduras u otras formas autoritarias de gobierno, la obligatoriedad del voto sirve para pseudolegitimar a aquellos en el poder. En la RDA, por ejemplo, era habitual, al menos según las cuentas oficiales, que no solo se vieran obligados a acudir a las urnas casi el cien por ciento de los ciudadanos, sino que participaran, casi en igual número, en las elecciones para la lista del Frente Nacional.
Independientemente de la justificación, en Alemania el objetivo declarado para la introducción del voto obligatorio es el siguiente: aumentar la participación electoral. Una alta participación se equipara con una buena democracia. Se convierte, por así decirlo, en un sello democrático de aprobación. Con ello se generaría legitimidad, aumentaría la aceptación de la democracia y disminuiría el desencanto con la política. Además, se superaría la segregación social puesto que, en la actualidad, los votantes socialmente desfavorecidos se mantienen alejados de las urnas.
Hasta el momento, ni de la teoría democrática ni de la investigación empírica se han extraído jamás indicadores inequívocamente fiables sobre la calidad de la comunidad democrática. Bien se trate de la confianza en las instituciones democráticas, de los órganos electos o de la satisfacción con respecto al sistema político (o incluso de su rendimiento económico), cada interpretación en torno a la aprobación de la democracia, o la desestimación de la crítica que se le adjudica, o la simple insatisfacción frente a ella, es imprecisa y, en el peor de los casos, es arbitraria. ¿Una satisfacción con respecto a la democracia del 66 % es alta o baja? ¿Cuánta confianza necesitan las instituciones? ¿Cuánta crítica puede soportar la democracia? Estas preguntas, por sí solas, dejan en claro que no existe un criterio objetivo para la legitimación de la democracia.
Lo mismo vale para la discusión sobre el nivel de participación electoral. El argumento de que una alta participación es un signo de una buena democracia y, por ende, de una democracia aceptable, ya fue refutado, de forma contundente, durante la República de Weimar. Allí, después de la crisis electoral de 1930, la participación electoral aumentó por encima del 80 %. En las últimas elecciones (relativamente libres) acontecidas el 5 de marzo de 1933, la proporción de votantes fue del 88,8%. Por el contrario, en los llamados dorados años veinte, los valores se situaron entre el 75 y el 80 %. Aun cuando, durante el surgimiento del Partido Nacionalista Obrero Alemán (NSDAP, por sus siglas en alemán), tanto los no votantes como aquellos que cambiaron de partido desempeñaron un papel considerable, para 1933 aproximadamente «el 60% de los votos nuevos que obtuvo el NSDAP procedieron del campo de los no votantes» (Falter, 1991). En sentido inverso, no cabría calificar como un síntoma de crisis de la democracia la alta participación electoral de la década de 1970 en la República Federal Alemana, que alcanzó su punto máximo en 1972 con un 91,1 %.
Participación y democracia
Por sí solos, el incremento o la caída, así como el nivel de participación electoral, dicen poco sobre la democracia. Y, sin embargo, la disminución de la participación electoral a menudo se considera un síntoma de crisis democrática, mientras que el aumento de la participación electoral no lo es. Y esto sucede también en los estudios más recientes sobre teoría de la democracia, como el de Colin Crouch, quien incluso postula la transición a una posdemocracia.
Existen muchos síntomas sobre la crisis de la democracia. Sin embargo, la participación electoral es probablemente el peor indicador para graduarla. Además, la participación electoral varía significativamente. Por lo tanto, su papel principal consiste en proporcionar información sobre el interés de las personas en las elecciones y la importancia que consideran que estas tienen. Elevar la participación electoral al nivel de una teoría sobre la democracia no tiene sentido.
Voto obligatorio en el mundo
El voto obligatorio sin sanciones tiende a tener un impacto tenue. La obligación moral de acudir a las urnas (incluso legalmente formulada) no presentaría ningún problema debido a su carácter apelativo.
Los investigadores coinciden en que el voto obligatorio sin sanciones tiende a tener un impacto tenue. La obligación moral de acudir a las urnas (incluso legalmente formulada) no presentaría ningún problema debido a su carácter apelativo. Sin embargo, es poco probable que tuviese un efecto en el nivel de participación electoral. Por ende, habría que sancionar el voto obligatorio. Si se quiere aumentar la legitimidad del sistema democrático, la obligación sancionable correspondiente tendría que encontrar una amplia aceptación. Varios países establecen sanciones, algunas de las cuales son drásticas, sin que, empero, lleguen a aplicarse. Estas penas van desde multas, pasando por la limitación de los derechos civiles (como la privación temporal del derecho al voto, la exclusión de cargos públicos o la prohibición profesional a participar en el sector público) hasta la publicación de las listas de no votantes, llegando a castigarse con la cárcel. En Alemania, un estudio (Klein, Ballowitz y Holderberg, 2014) indicó un nivel muy bajo de aceptación frente a la propuesta de la introducción del voto obligatorio sujeta a sanciones. Pero incluso sin sanciones, el rechazo a la obligatoriedad del voto es sobradamente superior.
Por lo tanto, su introducción probablemente encontraría una resistencia considerable. En qué medida se producirían los efectos positivos esperados quedaría en cuestión, pues la aceptación del voto obligatorio entre los no votantes potenciales es, de nuevo, significativamente menor que entre la población en su conjunto. (Klein, Ballowitz y Holderberg, 2014, p. 824)
Más aún, ni siquiera es posible descartar que la introducción del voto obligatorio sancionable disminuya la aceptación de la democracia en Alemania.
Los defensores del voto obligatorio no hablan de un nivel deseado de participación electoral específico, sino solo de su aumento. Tampoco realizan distinciones según los niveles electorales (federal, estatal, local, europeo). Hay otro argumento que los defensores de la obligatoriedad electoral subrayan con insistencia: si más personas participaran en una elección, la selectividad social disminuiría y la igualdad electoral aumentaría. Sin embargo, determinar a partir de qué grado se habría logrado una ecualización adecuada de la selectividad social queda abierto a la interpretación y, por tanto, es arbitrario. ¿Debe participar el 90 % o es suficiente si vota el 60%? ¿Y qué sucede si se dan efectos socioestructurales mínimos incluso con una baja participación electoral?
Según el argumento corriente, aquellos que no votan pertenecen, en mayor medida y con suma frecuencia, a grupos socialmente desfavorecidos. En tal sentido, Merkel y Petring (2008, pp. 8 ss.) ven en la exclusión social una razón para abstenerse de votar. En consecuencia, las personas con menos recursos (educación e ingresos) en particular, tienden a mantenerse alejadas de las elecciones con una frecuencia superior a la media. Este hallazgo es confirmado por Schäfer: «Si bien es más probable que los más ricos salgan a votar, muchas personas pobres se quedan en casa» (Schäfer, 2001, p. 139). En términos generales, queda claro que una combinación de la estructura y configuración sociales influye en la probabilidad de que cierto grupo social acuda a las urnas. Por un lado, la educación, el género, los ingresos, la afiliación religiosa y sindical desempeñan un papel; por otro lado, el interés político, la satisfacción con la democracia, la afiliación partidaria y las normas electorales también afectan la participación electoral (Stövsand y Rossteutscher, 2019).
En términos generales, queda claro que una combinación de la estructura y configuración sociales influye en la probabilidad de que cierto grupo social acuda a las urnas.
La redistribución del voto
Cualquiera que enfatice la reducción de las divisiones sociales como consecuencia de igualar la participación electoral, asume que, gracias a ello, los resultados electorales podrían ser modificados y, por lo tanto, también las decisiones políticas. En el fondo, resuena la consideración de que los partidos que trabajasen más fuertemente por la redistribución del voto obtendrían mejores resultados electorales. Esto supondría que habría diferencias significativas en las actitudes de los grupos de votantes socialmente desfavorecidos en comparación con los grupos más privilegiados. Sin embargo, solo al nivel de las conductas, ello puede demostrarse parcialmente. Siempre hay conductas en las que existen diferencias claras según la educación, pero para la mayoría de las conductas medibles, las diferencias entre las estructuras sociales son bastante pequeñas.
Uno de los hallazgos (Neu, 2021) a largo plazo de la sociología electoral es que la situación social, o bien, la estructura social en Alemania solo se puede utilizar para explicar el comportamiento electoral de unos pocos (pequeños) grupos de la población.
En general, se parte de que la estructura social tiene una influencia menor en la decisión del voto. En la investigación electoral vale el siguiente hallazgo:Las investigaciones recientes no niegan que la posición en la estructura social influya en las preferencias partidarias y en el comportamiento electoral.
[…]Lo que hoy se argumenta es que cada ciudadano desarrolla determinadas preferencias políticas a partir de su experiencia cotidiana, y que las utiliza como criterio de selección en la decisión de su voto. (Schoen, 2014, pp. 207-208)[4]
Aun cuando este hallazgo ha sido medido con frecuencia, existen dudas notables de que sea fiable. En todas las encuestas existe el problema de que el número registrado de no votantes está por debajo del número de no votantes de facto. Por lo tanto, en las encuestas, solo un número significativamente pequeño de encuestados admite no votar antes de una elección, en contraste con los resultados electorales posteriores. Así pues, en un estudio de Eilfort (1994, p. 139), solo un 71,5 % de los no votantes reales admitieron de facto ser no votantes. Los demás se describieron a sí mismos como votantes, expresando incluso sus motivos para votar. Aunque existiese un remedio, teniendo en cuenta la normativa de protección de datos, no es posible encuestar a verdaderos no votantes utilizando los padrones electorales. Por ende, los datos de las encuestas son la única fuente.
Precisamente, entre los no votantes existe un gran escepticismo de que las encuestas sean el instrumento de medición adecuado para capturar, no solo la extensión de los no votantes, sino también su composición. Dicho escepticismo parte de la evidencia de que los no votantes están menos dispuestos a participar en las encuestas (Caballero, 2005, p. 334).
Opinión de la ciudadanía
En las investigaciones más recientes del GLES y de la Fundación Konrad Adenauer ello ha quedado confirmado. En encuestas representativas poblacionales, un 5 % de los encuestados afirmaron que se abstuvieron de participar en las elecciones. Sin embargo, la participación electoral fue del 76,6 %. Este fenómeno es conocido desde hace mucho tiempo y tiene que ver con que casi todos los ciudadanos participan en las elecciones de forma emocional, aunque no necesariamente ello se traduce en la emisión de un voto físico. De tal forma que, durante las encuestas, los no votantes pueden proporcionar información sobre sus motivos para votar y el partido elegido, sin que ello desplace el hecho de que la acción específica no se llevase a cabo. Este es un comportamiento que también se conoce en otros ámbitos en los que existe un alto estándar moral detrás de las acciones. La deseabilidad social lleva a los encuestados a suponer que votar cuenta con el respaldo social, así que disminuye la disposición a admitir frente a un entrevistador un comportamiento socialmente indeseable. Sin embargo, las lagunas en la memoria, los errores de juicio sobre el propio comportamiento y un cambio en las actitudes políticas también pueden conducir a que las personas participen en las elecciones.
La investigación acerca de la abstención electoral choca, además, con otro problema que podría ser descrito con el término sobreinformación. Existen indicios de que los votantes socialmente marginados admiten con mayor honestidad que se han mantenido alejados de una elección (Caballero, 2005, p. 336). Por el contrario, existen indicios de que aquellos que están bien integrados social, económica y profesionalmente tienden a sobrestimar su participación. Si es más probable que los votantes marginados digan que no votarán, ello aumentaría su proporción relativa en las encuestas. Como resultado, la estructura social real de los no votantes puede ser algo confusa. Con todo, su extensión no puede modificarse mediante factores de ponderación, ya que nadie conoce la totalidad de los factores más relevantes a considerar (aparte de la edad y el sexo). En resumen: es posible que aquellos individuos clasificados como socialmente desfavorecidos se caractericen por una mayor honestidad en las encuestas y, por lo tanto, estén sobrerrepresentados.
Armin Schäfer ha publicado una serie de estudios en los que correlaciona la participación dentro del circuito electoral con la tasa de desempleo en la misma circunscripción (Schäfer, 2013; Schäfer, Vehrkamp y Gagné, 2015). Dentro de los distritos electorales urbanos, existe una clara conexión entre la participación electoral y la tasa de desempleo. Sin embargo, puesto que se trata de datos globales, no cabe establecer que esté basada, necesariamente, en el comportamiento individual. De todos modos, los resultados en general quedan fuera de cuestión.
No obstante, existe una conexión que no ha sido probada: cuanto menor es la densidad poblacional, mayor es la participación electoral. En regiones rurales escasamente pobladas, sin embargo, a menudo se esperaría observar otros estilos de vida y situaciones laborales que tiendan a mantener la tasa de desempleo a la baja como, por ejemplo, el modelo clásico del proveedor único o la red de asistencia de la familia cercana. Esto no quiere decir que allí no haya sectores socialmente desfavorecidos de la población, sino que no son cuantificados por la variable tasa de desempleo. Por lo tanto, allí la tasa de desempleo no tendrá un impacto significativo en la participación electoral, ya que es menos pronunciada. Otros estudios con un diseño de investigación diferente tampoco pueden confirmar la conexión entre el estatus social y la abstención electoral (Neu, 2012).
Simpatía por votar
Las posturas que conducen a la abstención electoral son más determinantes que la estructura social.
Steinbrecher y Rattinger (2011, p. 85) enfatizan la relevancia de factores como la filiación partidista (simpatía por el partido), los intereses políticos y las normas electorales
en el grado de participación. Dentro del análisis del grupo de contraste entre no votantes permanentes y votantes permanentes, estos últimos cuentan con fuertes lazos y simpatías partidistas, perciben grandes diferencias entre el SPD y la CDU y mantienen, asimismo, un alto nivel de aceptación de la norma electoral. Manifiestan un interés por la política superior a la media y están más satisfechos con el sistema político, con su influencia y con la situación económica actual (tanto la propia como la general).En una encuesta reciente de la Fundación Konrad-Adenauer (Pokorny, 2022) preguntamos las razones por las que los votantes inscritos se mantuvieron alejados de las elecciones. En primer lugar, quedó de manifiesto que solo el 5 % se había declarado no votante. El desencanto con la política, que se expresa en la insatisfacción hacia la política, los políticos y los partidos, es un motivo clave. Sin embargo, incluso entre ese 5 % no se pudo señalar una tendencia fundamental hacia la abstención electoral. Aunque los no votantes se abstienen de rechazar al Estado, tampoco se muestran conformes con la política, por lo que queda invalidado el argumento, tantas veces discutido, de que los que se quedan en casa se conforman con todo.
Así pues, ¿cambiarían los resultados de las elecciones si los abstencionistas fuesen obligados a votar? Todos los datos sugieren que diferentes partidos podrían verse favorecidos por la participación de antiguos no votantes. No se aprecia una instrumentalización sistemática de un único partido o de una familia de partidos. Por ejemplo, en todas las elecciones desde 2013, la AfD ha podido movilizar a los abstencionistas (aunque en términos puramente cuantitativos fue la actividad cambiante de los exvotantes hacia otros partidos la responsable de sus éxitos electorales). Este fenómeno ha quedado extensamente documentado durante décadas, especialmente entre los partidos jóvenes y de protesta, independientemente de su posicionamiento ideológico. Antes de la AfD, fue el partido de Los Piratas quien pudo registrar mayor afluencia de sufragios desde el campo de los no votantes. Pero incluso los partidos establecidos pueden beneficiarse de esto. En el año electoral 2017, fue la CDU en las elecciones estatales de Sarre, Renania del Norte-Westfalia y Schleswig-Holstein. No obstante, los efectos tan claros no son la regla. A menudo, todos los partidos se benefician, casi proporcionalmente, del aumento de la participación electoral y viceversa.
En general, la movilización de los no votantes tiene escaso impacto en el resultado de la elección. En un estudio de Kohler (2011), de todas las elecciones federales desde 1949 hasta 2009, solo las de 1994, 2002 y 2005 establecieron una probabilidad (baja) de que se podría haber formado un gobierno diferente si hubiesen participado más abstencionistas en las respectivas elecciones. «Por ende, no hay duda de que el gobierno que se formó habría surgido incluso si los no votantes hubieran participado». Esto se debe a que los abstencionistas están «uniformemente distribuidos» (Kohler, 2011). Si se pregunta a los posibles no votantes sobre sus preferencias políticas, estas no difieren de las de los posibles votantes. Los abstencionistas, por lo tanto, no son un electorado de reserva para ningún partido. De acuerdo con el estado actual de la investigación, se puede afirmar con confianza que, si todos los no votantes fueran a las urnas, con toda probabilidad los resultados de las elecciones apenas cambiarían.
El partido de los no votantes
Hay que abordar otra falacia. Los abstencionistas, a menudo denominados el partido de los no votantes, no son exactamente eso, en ambos sentidos del término. No tienen preferencias políticas homogéneas y mucho menos son abstencionistas per se. Solo muy pocos (un 5 % estimado de la población votante) nunca votan. Este grupo no sería accesible siquiera con el voto obligatorio. Pero casi todos los demás votantes inscritos participan en las elecciones. Solo que no siempre participan en cada elección. Por lo tanto, los votantes son no votantes y los no votantes son votantes.
En general, los argumentos de quienes proponen el voto obligatorio parecen, al final, no ser válidos. Un cambio masivo en el sistema electoral, como lo sería la introducción del voto obligatorio, requiere una justificación muy convincente. Si los argumentos a favor o en contra de una introducción de la obligatoriedad del voto se equilibraran desde el punto de vista de la teoría democrática, surgirían dudas desde una perspectiva constitucional.
La estructura específica de la democracia alemana y la experiencia de dos dictaduras contradicen la introducción del voto obligatorio. La baja aceptación pública socavaría, en lugar de fortalecer, la legitimidad de la democracia. Las incertidumbres que existen con respecto a los no votantes y su composición social tampoco hablan a favor del voto obligatorio. El simple aumento de la participación electoral no parece suficiente como un fin en sí mismo.
Traducción: Juan Carlos Gordillo.
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Notas
El voto obligatorio existe en Australia, Bélgica, Grecia y Luxemburgo, entre otros. Y está particularmente extendido en América del Sur como, por ejemplo, Argentina, Bolivia, Brasil y México. También lo tienen otros países como Egipto, la República del Congo y Tailandia. En las elecciones locales de 1989 en la RDA, los activistas de derechos civiles fueron los primeros en demostrar un fraude electoral a gran escala. Sin embargo, esto es diferente en muchos países como, por ejemplo, en los Estados Unidos, donde la raza, la religión, el estatus socioeconómico, la edad y el género inciden en las decisiones electorales. Consúltese Stoetzer, Munder y Steger (2019), Abramson et al. (2016). Véase también uno de los estudios más tempranos sobre el AfD: Bergmann, Diermeier y Niehues (2018). La llamada norma electoral mide la actitud de que votar es un deber cívico. A lo largo de las décadas, el apoyo a votar como un deber cívico ha disminuido. A menor nivel educativo de los encuestados, menor acuerdo con la norma electoral. Los países con voto obligatorio no pueden usarse como referencia por cuestiones metodológicas obvias. Esto también vale para los resultados de los balances de migración de votantes recopilados por el instituto alemán Infratest dimap.