La semana pasada los socios de la OTAN en La Haya acordaron invertir el 5% de su PBI en defensa. Los acontecimientos de los últimos años obligaron a la Unión Europea a impulsar un giro estratégico con principal relevancia en defensa y seguridad.
La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 representó un punto de inflexión en la agenda europea de seguridad. Por primera vez, los Estados miembros de la UE, muchos de ellos integrantes de la OTAN, se sintieron vulnerables en su propio territorio. En el contexto actual, la diplomacia y las sanciones económicas ya no son suficientes para garantizar su seguridad.
El desafío ruso, la emergencia de China y otros actores, y la pérdida de poder hegemónico de Estados Unidos plantean un escenario cambiante. Esto obliga a los países europeos a reconsiderar su posición en actual tablero geopolítico. La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, sus críticas a la OTAN y al compromiso de los países europeos con la alianza compromete la seguridad de muchos de estos países.
Autonomía estratégica común
Los Estados miembros de la UE y los países europeos integrados en la OTAN son conscientes de la necesidad de avanzar hacia un nuevo escenario de autonomía estratégica. En este sentido, iniciativas como la Cooperación Estructurada Permanente o el Fondo Europeo de Defensa han favorecido que las naciones europeas tomen conciencia de su situación y refuercen su cooperación.
El problema radica en la dificultad para crear estructuras supranacionales. Esto lleva a que cada país vele por sus propios intereses y frene el establecimiento de una estrategia común. Así, los Estados más afectados por la amenaza rusa, como Polonia, Finlandia, o las repúblicas Bálticas, liderados por Alemania y Francia, incrementaron de forma significativa su inversión en defensa. Por el contrario, países más alejados como Italia, España y Portugal, se muestran reticentes a destinar un mayor porcentaje de su PIB a la defensa.
Justamente, durante la última cumbre de la OTAN, el 24 y el 25 de junio en La Haya, el presidente español, Pedro Sánchez, mostró su oposición a incrementar el gasto hasta el 5%. de todos modos, España terminó firmando el acuerdo.
Esta distancia y desequilibrio de prioridades entre los socios europeos incrementa las tensiones internas. Además, se dificulta reforzar los compromisos con EEUU.
Modelo estratégico europeo en transición
Son muchas las voces que consideran que, en el contexto actual, los países europeos no pueden depender de terceros para garantizar su defensa. Sin embargo, la autonomía estratégica de la UE plantea varios desafíos.
Una Europa fuerte en el ámbito militar y económico situaría al bloque europeo en una posición dominante como actor internacional. No obstante, los países europeos permanecen lejos en competitividad, desarrollo tecnológico y capacidad militar con respecto a las dos grandes potencias mundiales, EEUU y China.
Los gobiernos europeos están obligados a realizar un esfuerzo con consecuencias que afectarían los pilares que han dado sentido al proyecto europeo. Ámbitos como el compromiso con el medio ambiente o el fortalecimiento del Estado de bienestar podrían verse afectados al tener que destinar parte de las cuantías al presupuesto en defensa. El desajuste provocado podría dar lugar a tensiones políticas y sociales.
EEUU, la OTAN y la autonomía militar europea
Durante décadas, gran parte de los países europeos delegaron su defensa en las capacidades militares de EEUU. Barack Obama instó a los gobiernos en 2014 que aumentaran sus compromisos con la OTAN. La llegada de Trump al poder incrementó esa presión sobre los países europeos. Sus declaraciones incluso amenazaron con romper sus compromisos con la organización transatlántica.
La Cumbre de la Haya confirmó el compromiso de los Estados miembros de la OTAN con elevar su inversión en defensa. La decisión refuerza a la OTAN. Pero, a la vez, el incremento de recursos financieros abre la posibilidad de impulsar iniciativas de cooperación continentales destinadas a crear una estructura de defensa europea autónoma.
Las demandas estadounidenses han provocado tensiones que podrían causar un progresivo distanciamiento. No obstante, más allá de la necesidad europea por mejorar sus sistemas de defensa y garantizar su autonomía estratégica, la mayor parte de los países son conscientes de la importancia de la alianza y de la necesidad de mantener una buena sintonía con Washington. Este interés quedó patente con la actitud complaciente del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y por otros líderes nacionales hacia Trump durante la cumbre.
Por tanto, el futuro de la Alianza Atlántica depende de que los integrantes encuentren el equilibrio entre el incremento de la aportación económica, la independencia estratégica europea y el mantenimiento de la alianza transatlántica, que ha sido clave para garantizar la defensa de Europa durante décadas.
Hacia un nuevo paradigma estratégico europeo
Las Comunidades Europeas, germen de lo que hoy es la UE, surgen en 1951 como un instrumento de cooperación que buscaba impedir un nuevo conflicto bélico en el territorio. Por tanto, aunque se llegó a plantear una cooperación política que incluyera aspectos militares, la base de este proceso de integración siempre fue económica. A partir de aquí, la UE se ha esforzado por defender los principios democráticos, el multilateralismo, el desarrollo sostenible y por tratar de garantizar su seguridad a través de la diplomacia.
Por tanto, la mayor relevancia otorgada a las cuestiones de seguridad y defensa obliga a cambiar de paradigma y avanzar hacia un nuevo modelo de integración en el que los aspectos militares estén llamados a ocupar un papel protagonista. Esta nueva realidad que impulsa el poder duro puede crear contradicciones con las estrategias de poder blando que caracterizan a varios países europeos.
Este giro drástico en la estrategia europea podría causar costes reputacionales y éticos, siempre y cuando no sea argumentada y justificada de forma correcta por cada uno de los Estados miembros.