Democracia deslegitimada: ¿cómo enfrentar esta tarea en Latinoamérica?

Democracia deslegitimada: ¿cómo enfrentar esta tarea en Latinoamérica?

Con la llegada del siglo XXI la credibilidad del proyecto liberal perdió contundencia al no ser capaz de responder eficazmente al deterioro social. Cambios en el panorama electoral de la región son importantes para revitalizar el proyecto democrático.

Por: Juan Miguel Matheus25 Jul, 2025
Lectura: 9 min.
Democracia deslegitimada: ¿cómo enfrentar esta tarea en Latinoamérica?
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

La política en América Latina atraviesa un momento de definiciones. Más que un ciclo electoral, estamos ante un verdadero parteaguas histórico. La región enfrenta desafíos estructurales que se combinan con el desgaste del orden democrático. También la expansión de regímenes autoritarios y el crecimiento acelerado del crimen organizado como fuerza política de facto.

Ante ese panorama, ¿cuál es el horizonte electoral que se proyecta sobre América Latina en 2025 y 2026? Votar y participar en este tiempo y en países en donde existe cierta competitividad electoral es un acto esencial de la vida republicana para contener o revertir el avance del autoritarismo.

Decadencia del orden liberal mundial

El orden liberal mundial que rigió la política internacional desde mediados del siglo XX se construyó sobre dos momentos icónicos: el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín en 1989. Ambos hitos marcaron una victoria de la democracia liberal, los derechos humanos, el libre mercado y la cooperación internacional. La promesa era clara: más libertad, más progreso, más estabilidad.

Sin embargo, esa promesa comenzó a fracturarse con la entrada del siglo XXI. El ataque del 11 de septiembre de 2001, la guerra de Irak, la crisis financiera global de 2008 y la respuesta insuficiente a la pandemia de covid-19 socavaron la credibilidad del proyecto liberal. A nivel global, el ideal democrático dejó de ser aspiración hegemónica. A nivel regional, América Latina experimentó una desilusión profunda. Los sistemas democráticos fueron incapaces de responder eficazmente al deterioro social, la corrupción endémica y la desigualdad social persistente.

Deslegitimado por la realidad

Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus Annus, ya advertía sobre la fragilidad del proyecto liberal cuando este descansaba exclusivamente en la fórmula “democracia y capitalismo”. Sin una dimensión ética. Sin raíces culturales sólidas ni orientación al bien común. El liberalismo podía vaciarse de contenido y convertirse en una fachada vulnerable ante los abusos del poder o el desenfreno de los mercados. Esa advertencia —pronunciada tras la caída del comunismo— se revela hoy profética. La democracia formal y el capitalismo globalizado no han sido capaces de sostener, por sí solos, una civilización justa.

El liberalismo dejó de ser percibido como solución y empezó a ser denunciado como causa. Así, el espacio se abrió para nuevos regímenes autoritarios que despreciaban las formas republicanas y sabían instrumentalizarlas para reproducirse en el poder. El orden liberal no fue derrotado por las armas. Fue deslegitimado por la realidad y abandonado por quienes debieron defenderlo.

Autocracias del siglo XXI: crimen organizado

Las autocracias del siglo XXI ya no se definen por grandes ideologías, aunque las utilizan como maquillajes narrativos para simular causas justas. Se organizan como estructuras de poder que mezclan represión interna, propaganda masiva y vínculos funcionales con redes criminales. Ya no hacen falta partidos únicos ni teorías del proletariado. Basta un caudillo con control sobre el Estado, las armas, los jueces y los medios de comunicación.

El chavismo en Venezuela es el laboratorio más sofisticado de este nuevo autoritarismo. Una alianza entre cúpulas militares, cárteles de droga, testaferros internacionales y operadores digitales. Pero el fenómeno es regional. El orteguismo en Nicaragua, que ha destruido toda institucionalidad democrática, actúa con la misma lógica de dominación sin máscaras. En Cuba, el castrismo ha mutado en un aparato de control económico y de exportación de inteligencia al servicio de sus aliados.

Estas autocracias no se fundan en doctrinas. Se fundan en negocios. No gobiernan desde un modelo de simulada justicia, sino desde una práctica de control. Y su eficacia radica en que han sabido institucionalizar el crimen. Hacen del poder una estructura mafiosa con rostro de gobierno.

Solidaridad democrática versus autocrática

Mientras las democracias se dispersan en debates, trámites y divisiones, las autocracias actúan con coordinación, velocidad y brutalidad. Existe una solidaridad autocrática. Rusia, China, Irán y Turquía sostienen, financian y protegen a los regímenes latinoamericanos que les son funcionales. Lo hacen sin culpa. Sin demora. Sin escrúpulos. No necesitan diplomacia: les basta con la fuerza.

En cambio, la solidaridad democrática se mueve más lentamente. Está condicionada por procedimientos legales, divisiones internas y una sobrecarga de moderación. La OEA titubea. La ONU fracasa. Muchas democracias occidentales terminan cediendo ante la presión de los mercados o el miedo al conflicto. El derecho internacional público, diseñado para proteger soberanías y pueblos, ha sido manipulado por las autocracias para proteger dictadores.

La paradoja es brutal. El sistema multilateral creado para defender la libertad es ahora una guarida que refugia a quienes la destruyen. Mientras las democracias argumentan, las dictaduras avanzan. Mientras el mundo libre reflexiona, el mundo autoritario gana terreno.

Tres elecciones: Chile, Costa Rica y Colombia

El año electoral en América Latina pondrá a prueba la resistencia de la democracia en tres países clave: Chile, Costa Rica y Colombia. En los tres, el crimen organizado está ganando terreno y crea condiciones. Lo hace como amenaza de seguridad y como actor político encubierto y predominante que incide en la cultura, desdibujándola bajo estéticas que morbosamente llaman la atención de los ciudadanos y hacen populares a actores desleales de la democracia.

En Costa Rica, los homicidios han alcanzado cifras récord. Más de 900 en 2023. El narcotráfico ha convertido puertos, barrios y estructuras institucionales en espacios de disputa. La elección de 2026 se perfila como un desafío existencial. O se reconstruye el Estado, o se impone el crimen como poder paralelo. Y todo bajo la amenaza, parte del guion de las dictaduras del siglo XXI, de un llamado a una Asamblea Constituyente para obtener una Carta Magna a la medida de la potencial autocracia.

En Chile, el crecimiento del narcotráfico ha sido alarmante. Los “funerales narco” y la penetración de organizaciones internacionales —como el Tren de Aragua de Venezuela— revelan una erosión acelerada del orden público. La elección de nuevas autoridades locales y parlamentarias será clave para detener o acelerar esta degradación.

En Colombia, las elecciones parlamentarias y presidenciales estarán marcadas por la descomposición territorial. Las disidencias de las FARC, el ELN y las bandas narco han ocupado vacíos estatales. El gobierno de Petro ha demostrado incapacidad —y en ocasiones ambigüedad— ante estos grupos. El resultado electoral puede reforzar la institucionalidad o entregarla definitivamente al crimen.

Las democracias deben ganar elecciones y protegerse institucionalmente para impedir que las gane el crimen organizado.

USA y Europa: la necesaria reacción

El tiempo se agota. Si Estados Unidos y Europa no reaccionan con contundencia, América Latina quedará completamente bajo la influencia de Rusia, China, Irán, Qatar y Turquía. No se trata de retórica de guerra fría. Se trata de hechos. Empresas chinas controlan puertos y recursos naturales. Irán penetra por medio de estructuras religiosas y financieras. Rusia arma y asesora a las fuerzas represoras del continente. Turquía intercambia cooperación por silencio, siendo una lavadora de capitales ilegítimos.

La región está siendo ocupada sin disparar un solo tiro. Mientras tanto, Occidente pierde terreno. Y qué decir EEUU. Urge una doctrina democrática atlántica. Una política exterior clara. Defender la democracia no es intervenir. Es estar presentes donde el vacío es llenado por las sombras. EEUU y Europa deben fortalecer a las sociedades democráticas. Financiar la educación cívica. Proteger medios independientes. Dar respaldo explícito a los procesos electorales legítimos.

La pasividad occidental no es neutralidad. Es complicidad. Si el continente americano termina de caer bajo la hegemonía autoritaria, el daño será irreversible.

Esperanza: formación cívica y León XIV

Frente al avance de las autocracias, el debilitamiento del orden liberal, la infiltración del crimen organizado y la inercia de muchas democracias formales, podría parecer que la batalla está perdida. Pero no lo está. La historia no está escrita. La historia puede y debe reescribirse desde la conciencia, la virtud y la acción.

La formación cívica no es un complemento. Es el principio. No hay democracia viva sin ciudadanos conscientes. No hay república sin virtud. La política no puede ser solo estrategia, cálculo o narrativa. Debe volver a ser educación del alma común. Una ciudadanía formada en la verdad, comprometida con el bien, puede resistir cualquier dictadura y vencer cualquier poder que se presente invencible.

Aquí es donde la figura de León XIV, el nuevo papa, adquiere una importancia inesperada pero decisiva. Su elección ha sido una sorpresa para el mundo. Pero no para la Providencia. León XIV hereda la tradición intelectual de Benedicto XVI y la sensibilidad antitotalitaria de Juan Pablo II. Representa una síntesis lúcida de la dignidad humana en un mundo desgarrado por la mentira, la fragmentación y la desesperanza.

En su primera intervención ante gobernantes y políticos, León XIV recordó —citando a Cicerón— que la ley natural es válida para todos los hombres. En todo tiempo y lugar. Recuperó el fundamento olvidado de la democracia verdadera. Hay una verdad anterior al poder, al Estado. La política debe servir al bien común. La dignidad de la persona es inviolable, incluso cuando todo parece derrumbarse.

Más aún, al hablar ante el Parlamento italiano, León XIV reafirmó —con palabras de Pío XI— que la política es la forma más excelsa de la caridad. No como romanticismo ingenuo. Sino como mandato ético. Gobernar es servir. Y servir es amar. Su palabra —clara, valiente, profundamente humana— es ya un punto de referencia para quienes quieren resistir sin odiar, construir sin manipular, luchar sin perder la esperanza.

Democracia como destino y tarea

En este siglo de confusión y violencia blanda (endureciéndose), en el que las dictaduras se maquillan de legalidad y el crimen se camufla en la política, la defensa de la democracia requiere una nueva clase de heroísmo. El heroísmo de la conciencia. América Latina no necesita salvadores ni redentores. Necesita ciudadanos con raíces de bondad, con criterio, con compromiso. Necesita, en palabras del papa León XIV, “hombres y mujeres que no renuncien a la verdad, aunque esta les cueste el aplauso”.

La tarea es urgente. No se puede delegar. La hora exige educadores que formen para la libertad. Periodistas que incomoden al poder. Políticos que hablen con decencia. Jóvenes que no huyan. Creyentes que no se callen. La defensa de la democracia comienza en el alma. El alma de un continente solo puede levantarse si se alimenta de verdad, de justicia, de memoria y de amor por el bien común.

Esta generación no está condenada al fracaso. Está llamada a la reconstrucción. Lo que viene no será fácil. Pero será digno. Y será posible si elegimos bien, si resistimos con firmeza, si no aceptamos ninguna mentira. La historia está abierta. Y América Latina aún tiene voz.

Juan Miguel Matheus

Juan Miguel Matheus

Abogado, máster en estudios jurídicos y doctor en derecho constitucional. Diputado a la Asamblea Nacional de Venezuela por el estado Carabobo electo en 2015. Ganador del premio de la Fundación Manuel Giménez Abad por su libro “La disciplina parlamentaria”. Es coordinador de la dirección nacional de Primero Justicia y presidente fundador de Forma.

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