Los primeros meses de la pandemia han transcurrido. El mundo que hoy tenemos es distinto al de algunas semanas atrás. La crisis sanitaria impactó fuertemente en la vida de las personas y exigió un replanteo del rol de los gobernantes, de la política y del sistema institucional para el abordaje de problemas de semejantes magnitudes.
La prensa, la literatura y los escenarios de opinión han sido consecuentes con la discusión. Kilómetros de texto después, el mundo cuenta con una impresionante acumulación de reflexión filosófica, antropológica, científica y política, que prepara mejor a la humanidad para futuro desafíos. El contexto actual nos ha permitido pensar en qué cambiamos, cuáles son las enseñanzas de esta crisis inédita, cómo puede ser el mundo del futuro, por qué Internet ha sido el salvavidas del momento, y también, ha evidenciado cómo la humanidad, enfocada en solucionar el avance de este virus tan contagioso, ha dejado en un plano de menor exposición temas centrales como la protección del ambiente y la lucha contra el cambio climático.
No obstante, vale decir que iniciativas como la declaración Principios para un futuro sostenible de América Latina en tiempos de pandemia y crisis planetaria suscrita por diversos dignatarios y referentes, es una señal de la posibilidad de “renacer” desde el desarrollo sostenible.Ahora vivimos con más cuidados, protecciones, protocolos y prevenciones sanitarias, pero también con más controles y restricciones. En estricto sentido es una vida más limitada. No en todos los lugares, pero sí en las democracias más consolidadas, la gente tiene las mismas oportunidades de ejercer su libertad (su “libertad responsable”, parafraseando al presidente de Uruguay). Este escenario trae a un nuevo plano la disputa democracia versus autoritarismo. La libertad ciudadana versus la monotonía del discurso único; las personas y sus circunstancias versus el pensamiento hegemónico, en algunos lugares más edulcorados por el capitalismo de Estado, en otros más crueles por la bancarrota y la miseria generalizada.
América Latina y su nuevo escenario
Desde que comenzaron a decretarse los distintos estados de emergencia sanitaria a principios de marzo, la región pudo evidenciar cómo la mayoría de los gobiernos desplegaron una batería de medidas, algunos con más restricciones, otros un poco más flexibles, y otros desentendidos del tema. Durante todo el mes de marzo y buena parte de abril la discusión sobre la efectividad de las medidas sanitarias gravitaba en torno a una política que para ese momento parecía crucial: el decreto de cuarentena total y obligatoria. En ese entonces las preguntas que nos hacíamos eran: ¿son suficientes las medidas drásticas para tener buenos resultados? ¿O hace falta que lo drástico esté acompañado de un abordaje institucional responsable y coordinado?

Hay que recordar que en marzo abundaron teorías en relación a que posiblemente los gobiernos autoritarios y de máximo control serían más eficientes para manejar la pandemia y evitar que la situación se saliera de las manos. Por el contrario, en las democracias consolidadas el intercambio, los contrapesos y la rendición de cuentas generarían demoras en la reacción coordinada. Sin embargo, esto no necesariamente es así ya que fue justo en terreno gobernado por un sistema autoritario donde una epidemia se transformó en pandemia. La democracia, con todas sus falencias, cuando cuenta con un sistema institucional saludable, puede responder a los desafíos, transmitir confianza en vez de miedo, y lograr resultados.
Cuarentena
Algunos de los países que optaron por la cuarentena obligatoria (con sanciones a los ciudadanos que incumplan) fueron Argentina, Bolivia, Paraguay, Perú, El Salvador, Honduras; otros llegaron al toque de queda como Ecuador y Guatemala; otros optaron por la militarización total con control estricto de ciudades y comunidades periféricas, toques de queda y restricciones de todo tipo, como Cuba y Venezuela. Entre los que tuvieron una apuesta más flexible están dos grupos: Costa Rica y Uruguay que apelaron a la cuarentena voluntaria; y Colombia y Chile, que mezclaron esto con restricciones severas en parte del territorio. Y finalmente los dos más grandes de la región, México (referente de la izquierda progresista) y Brasil (referente de la derecha radical), coincidentes porque sus gobiernos han sido escépticos desde el primer momento con el impacto del COVID-19, están entre los últimos en desplegar medidas de confinamiento, y sus presidentes se han encabezado actos públicos con convocatorias de cientos de personas sin la distancia recomendada. Si algo ha logrado la pandemia es matizar de la palestra pública la discusión ideológica y la ha llevado en su totalidad a lo práctico: resultados.
Caso excepcional en la región es Nicaragua, país donde el régimen no dejó de promover actividades masivas desde el inicio de la emergencia, de forma diametralmente opuesta a todas las recomendaciones sanitarias y con importantes críticas a las cifras oficiales sobre el efecto de la pandemia. Por ejemplo, ahí nunca se detuvo el fútbol.
De todas estas experiencias, solo Uruguay y Costa Rica, las democracias mejor evaluadas de la región, han resaltado como casos de éxito en el abordaje de la crisis sanitaria. Mientras que al final de la fila las dictaduras de Cuba y Venezuela han aprovechado el Coronavirus para reforzar su dominio sobre la población castigando a la oposición. En el medio está el resto de los países, algunos con mejores resultados que otros siguen sorteando la lucha contra el Coronavirus. Para tener una mirada detallada de todas las naciones es recomendable leer un informe publicado por la Fundación Konrad Adenauer sobre la situación en Latinoamérica.
Capacidad de respuesta
Cada país tuvo su experiencia particular. No necesariamente les fue mejor a quienes tomaron medidas más drásticas, y no necesariamente por desentenderse del tema e insistir en una retórica populista, otros pudieron zafarse. América Latina ahora es el epicentro del Coronavirus, y en contraste con Europa y China, su capacidad de respuesta es notoriamente inferior. Todavía en buena parte de la región se siguen generando reportes alarmantes de contagiados, fallecidos y los estragos económicos son importantes.
Otra pregunta pendiente: ¿la diferencia está entre izquierda y derecha, entre populistas o institucionalistas, o entre responsables e irresponsables? El primer aspecto hemos visto que ha quedado descartado, dejando la relevancia para el segundo y tercero: la confluencia entre institucionalidad y responsabilidad. Estos meses nos permiten tener tres aproximaciones preliminares.
- Los países con mejores sistemas de salud y de contención social estuvieron mejor preparados para gestionar la creciente demanda de tests, contagiados y fallecidos, así como el abordaje a la población vulnerable ante la parálisis económica y laboral, brindando apoyo y tejiendo redes de solidaridad. Sin embargo, sin un sistema institucional sólido y un contrapeso de poderes esto no hubiera sido posible ante un delicado escenario que ha exigido por un lado autoridad y respuesta, y por el otro no incurrir en exceso de controles.
- La retórica populista de defensa de los pobres, identificación de enemigos externos e internos y exacerbación del nacionalismo, no es funcional ante un escenario que requiere alta coordinación, diálogo político, y comunicación fluida con todos los sectores sociales.
- Los gobiernos escépticos con el impacto de la pandemia llevaron a sus países a escenarios de alto contagio. Brasil hoy es el epicentro de la pandemia después de EE.UU. El rasgo clave es que sus líderes están ubicados en los extremos del espectro ideológico (México, izquierda; Brasil, derecha) y ejercen un liderazgo populista y desafiante de la institucionalidad. En cambio, los gobiernos encabezados por líderes de centro que priorizaron la articulación política interna, vienen superando progresivamente el confinamiento hacia fases de mayor flexibilización y entre ellos están los dos casos de éxito: Uruguay y Costa Rica.
Aprendizaje
Todavía falta mucho tiempo para aventurar conclusiones sobre el impacto de la pandemia y los resultados del desempeño de los gobiernos de la región. Los países aun luchan contra el virus en varios frentes. Sin embargo, los primeros meses nos permiten aprender que la democracia, y no el autoritarismo, y la moderación del centro político y no los extremos, son el mejor antídoto del que dispone la humanidad para gestionar una crisis de estas proporciones que reta la forma de vida de la humanidad.
¿Cuántas veces hemos escuchado discursos que desafían el sistema democrático, piden la refundación de las instituciones, la “mano dura”, la eliminación de los partidos políticos y el surgimiento de nuevos redentores que heroicamente salvarán a sus naciones? ¿Cuántas veces esto terminó en otra cosa que no fuera una práctica autoritaria? Aun cuando la retórica altisonante y los voceros populistas pueden sonar atractivos para cierto público en contextos de incertidumbre y miedo, es la sensatez y la responsabilidad de los demócratas la que puede llevar a que el bien prevalezca.
Recomendamos leer el artículo Arco Minero: devastación humana, política y ambiental de Paola Bautista de Alemán. Un detalle sobre el nivel de cuarentena aplicada por los países en América Latina se encuentra aquí. La versión completa del informe se encuentra en alemán.