Intelectuales y compromiso político: ¿sólo hacia un lado?

La condición intelectual supone un pensamiento crítico frente al sentido común y las lógicas dominantes, incluidas las que se ejercen desde la supuesta contrahegemonía. Pero en Latinoamérica aún debemos discutir mejor este asunto. ¿Existe un populismo «ciudadanizante»?

Por: Armando Chaguaceda21 Jun, 2022
Lectura: 6 min.
Intelectuales y compromiso político: ¿sólo hacia un lado?
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

En esta era de posverdad, polarización y espectáculo, la condición intelectual está siendo severamente cuestionada. El rol como sujetos que producen, debaten y divulgan ideas se ha complejizado. Viejos dogmas y nuevas modas progresistas exponen los vanguardismos moralizantes del gremio.

Las descalificaciones de la masa vociferante, espoleada por caudillos e influencers conservadores, desacreditan al pensamiento crítico en internet. De tal forma que el intelectual no alineado acaba siendo, a la vez, un intelectual antiintelectual y antiantiintelectual.

Dos sucesos recientes provocan la actual reflexión sobre la vida del intelectual latinoamericano. En particular, de esa amplia franja concentrada (sin correspondencia con la más plural preferencia de la población regional) en las izquierdas. Por un lado, el silencio de buena parte del progresismo —y corrientes feministas— ante la condena a la expresidenta Jeanine Áñez en Bolivia. Por otro, el encantamiento arrobador —no el endoso coyuntural y condicionado— de varios intelectuales y medios liberales ante la figura de Gustavo Petro en Colombia.

La espiral del silencio. Pablo Maluf
La espiral del silencio. Pablo Maluf

El caso Áñez

La condena de Áñez es repudiable no solo por su identidad (mujer mestiza, despojada de poder), en tanto sujeto vulnerable y violentado, sino por representar un nuevo caso de politización de la Justicia y judicialización de la política. Condiciones vigentes en toda Latinoamérica, a lo largo y ancho del espectro ideológico.

Por eso llama la atención que quienes convirtieron los casos de Milagros Salas y Dilma Roussef en banderas del reclamo por la criminalización de activistas y lideresas no digan nada ante el viciado castigo a Áñez. Cuando intelectuales progresistas como Pablo Stefanoni (Argentina) y Fernando Molina (Bolivia) reconocen el carácter histórico y estructuralmente politizado de la administración de justicia en Bolivia, el silencio ante la criminalización de Áñez es aún menos justificable.

La condena de Áñez ocurrió al mismo tiempo que intelectuales progresistas se reunían en México con los centros y académicos de la región, en el cónclave del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Un foro, por cierto, donde se echaron porras a las más diversas causas de la izquierda regional —incluida explícitamente la esperada victoria del candidato izquierdista colombiano—, pero donde no hubo espacio para hablar de la política boliviana. Ni, debe decirse, de los centenares de presos políticos cubanos, nicaragüenses y venezolanos.

Causas sociales

Detrás de ese doble rasero no hay solo cálculos políticos, sino también enfoques epistémicos. En Occidente, buena parte de las llamadas causas sociales se han osificado, invisibilizando las demandas, sujetos y problemas específicos que deberían constituirlas. Simplifican las dominaciones y exclusiones que atraviesan cada sociedad, las que siempre son múltiples en sus ideologías legitimadoras y concretas en las víctimas que producen.

Pero al resumir los demonios —el capitalismo, el hombre blanco, el imperialismo yanqui, la derecha latinoamericana— y sacralizar a sus adversarios —los liderazgos progresistas, los movimientos populares, la Revolución cubana— se construye una teleología homogeneizante que niega las trayectorias y resistencias múltiples a las dominaciones. Desde ahí, Áñez es reducida a la condición de instrumento de los enemigos del «proyecto nacional y popular», andino y amazónico, encarnado por el Movimiento al Socialismo.

Así, desde esa mirada, se comprende que Áñez no sea digna de recibir no ya un pronunciamiento, sino siquiera un simple tuit. No importa que sea mujer y mestiza, no importa que otros actores políticos de oposición boliviana (más radicales que ella) la hayan abandonado a su suerte. No es «nuestra compañera», dirán algunos intelectuales militantes; lo cual la condena al desamparo. De ahí que casos como el de Áñez revelen las militancias radicales del identitarismo (intelectual y político), reforzando con el maquillaje de la superioridad moral otras dominaciones. Y provocando, como coletazo, el refuerzo reaccionario del conservadurismo en amplios sectores populares.

Los filotiránicos

Por otro lado, las últimas semanas han elevado el tono y cantidad de las adhesiones intelectuales entusiastas al populista de izquierdas colombiano Gustavo Petro.

No solo por el desafío inesperado que representa Rodolfo Hernández, un populista de derechas temperamental —y difícilmente encasillable— que ha trastocado las posiciones del campo político, sino por el rechazo a los demás candidatos conservadores y liberales. Revisemos la prensa y veremos cómo, desde antes de la primera vuelta, buena parte de la academia regional se volcó en un endoso organizado y entusiasta al candidato del llamado Pacto Histórico.

Mark Lilla llamó filotiránicos a los intelectuales seducidos por autócratas. Ego, dinero e ideología rendían (desde Platón a Sartre) la erudición al despotismo. Hoy, siguiendo a Chantal Mouffe, la academia «progre» latinoamericana nos presenta a los populistas de izquierda como demócratas posliberales o republicanos socialdemocráticos. Un ilusionismo políticamente correcto que podría llevarnos a parafreasear aquel viejo adagio: los intelectuales tienen los gobiernos que se merecen.

Populismo ciudadanizante

Se pueden reconocer las limitaciones de diseño y desempeño de las democracias latinoamericanas, presas entre el liberalismo oligárquico y el democratismo iliberal, sin avalar atajos populistas, del tipo que sea. Se puede entender —aunque también discutir— por qué se prefiere a Petro antes que a Hernández. Asumiendo al primero como más racional, moderado y estadista.

Pero, como han demostrado los estudios empíricos

y reflexiones teóricas, no hay populismo ciudadanizante.
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En pleno siglo XXI, ni la ideología ni la geografía ni la identidad justifican la repartición alterna de alabanzas y repudios hacia unos u otros populistas. Latinoamérica ha padecido demasiado por el pensamiento mágico, religioso o profano. ¡Ya no más!

Hegemonía

Los intelectuales, pueden (y deben) identificar la coexistencia de estructuras jerárquicas y opresivas, sin concederles uniformidad. Porque la dominación como relación social se ejerce desde múltiples sujetos, discursos y agendas. Incluidos los supuestamente contrahegemónicos. Mientras en Latinoamérica las políticas de identidad y los reclamos justicieros sigan hegemonizados por una izquierda radical (que esencializa sujetos y agendas) y contestados por una derecha conservadora (que niega diversidades y desigualdades estructurales), la justicia y la libertad seguirán en la picota.

En el plano político, solo la defensa de un Estado de derecho (con su presunción de inocencia, igualdad ante la ley y debido proceso) y la apuesta por una ciudadanía plural y participativa podrían dar otros resultados. Puede que suene demasiado liberal. Pero es justo ese sectario iliberalismo (en derechas e izquierdas criollas) lo que tiene a la democracia en la región así y aquí.


Notas:

Para un abordaje integral del fenómeno populista en Colombia recomiendo el libro de Jorge Giraldo Ramírez, Populistas a la colombiana, Bogotá, Debate, 2018.

Saskia P. Ruth-Lovell, Anna Lürmann y Sandra Grahn, Democracy and Populism: testing a contentious relationship, Working Paper Series, 91, Gotemburgo: V-Dem Institute, 2019.

Benjamin Moffit, Populismo. Guía para entender la palabra clave de la política contemporánea, Buenos Aires, Siglo XXI, 2022.

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Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda

Doctor en historia y estudios regionales. Investigador de Gobierno y Análisis Político AC. Autor de "La otra hegemonía. Autoritarismo y resistencias en Nicaragua y Venezuela" (Hypermedia, 2020).

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