El triunfo de Jeannette Jara en las primarias realizadas en Chile generó un reordenamiento en el oficialismo. Con más del 60% de los votos, por primera vez alguien del Partido Comunista (PC) representará a la centroizquierda e izquierda en la presidencial, luego de vencer al Frente Amplio, Socialismo Democrático y a la Federación Regionalista Verde Social.
Como era de esperarse, los dirigentes de los partidos derrotados concurrieron prontamente a sumarse a las filas de la ganadora. Aportaron sus equipos para construir la estrategia política con miras a la etapa que viene, generar un programa de gobierno común y negociar una lista única parlamentaria. Si bien ninguna de estas labores ha estado exenta de polémicas, a la fecha prima el objetivo de conseguir la continuidad en el gobierno.
Bloque izquierdista
En ese contexto, el último en incorporarse fue la Democracia Cristiana (DC). La colectividad se definió en 2021 como oposición a este gobierno. No participó formalmente en este proceso de primarias y se limitó a apoyar al Socialismo Democrático a pocas semanas de la elección. Ahora, la máxima instancia del partido optó por plegarse a la candidatura comunista, decisión que significó la renuncia del presidente democratacristiano. Hace años que la DC lleva un rumbo en el que pierde votos y representantes en los comicios locales y nacionales. Además, ha sufrido numerosas bajas, con exmilitantes que han preferido nuevos caminos y creado partidos de centro como Demócratas y Amarillos.
En definitiva, en la DC pesó más lograr la supervivencia electoral que mantenerse coherente a sus principios e historia. Es distinto pactar con el PC, como sucedió entre 2014 y 2018, que ser parte de un gobierno encabezado por él.

El entramado político
En cada sector, se ven peleas por la hegemonía entre proyectos políticos. Estas disputas llevan casi una década en desarrollo. Se caracterizan por la diferenciación y tratar de superar a los bloques más típicos de la política chilena de los últimos treinta años.
Desde la izquierda, el Frente Amplio aglutina a colectividades y movimientos que surgieron a partir de las movilizaciones sociales y educacionales de la década anterior. Y nació con el objetivo de reemplazar a la histórica Concertación, coalición de centro y centroizquierda que gobernó a Chile durante 20 años desde 1990 a 2010. Entre 2014 y 2018 regresó al poder con el Partido Comunista con el nombre de Nueva Mayoría. En un ejercicio de pragmatismo, el Socialismo Democrático tuvo que recurrir a esa centroizquierda para conformar su gabinete y ampliar su base en el Congreso. Una alianza solo con el PC no era suficiente para gobernar.
Desde la derecha, Republicanos aparece como alternativa para sustituir a la derecha tradicional de Chile Vamos, que llegó a La Moneda dos veces bajo el liderazgo del expresidente Sebastián Piñera. Más recientemente, se constituye el Partido Nacional Libertario como otra variante más radical, que se escindió de Republicanos. Ambos partidos irán en la misma lista en las elecciones parlamentarias venideras. Comparten mucho el discurso y las dinámicas del surgimiento de las nuevas derechas en la región y del mundo.
Crisis de representación
En segundo lugar, los actores políticos buscan encontrar la mejor posición para hablarle a la ciudadanía. Si bien el eje izquierda/derecha sigue siendo relevante, ha perdido capacidad explicativa para comprender el voto. Hay una gran cantidad de personas que no se identifican políticamente en esa escala y que tampoco lo hacen con partidos o coaliciones, lo que sugiere una importante crisis de representación.
A su vez, el clivaje generado por el plebiscito de 1988, entre los partidarios y opositores a Pinochet, se mantiene. Pero ha sido cruzado por múltiples aristas que hoy hacen a la política mucho más compleja, con sectores más o menos inclinados hacia mensajes orientados a la moderación, orden, seguridad, soberanía, gobernabilidad, gestión, crecimiento económico, acuerdos, diálogo, centro político, polarización, política identitaria, globalismo y progresismo. A estos se agregan las esquirlas que dejaron los procesos constituyentes, especialmente entre quienes estuvieron por aprobar o rechazar el texto plebiscitado en 2022.
Mientras, el electorado ha sido oscilante: escogió un presidente de centroderecha en 2017; apoyó en sus inicios el estallido social de 2019; aprobó iniciar un proceso constituyente en 2020; eligió a un presidente de izquierda en 2021; votó ampliamente por independientes y fuerzas radicales de izquierda para la Convención Constitucional de 2021; le entregó una gran mayoría a Republicanos en el Consejo Constitucional de 2023; rechazó dos propuestas constitucionales en 2022 y 2023 de distinto color político; le otorgó una victoria a la derecha tradicional de Chile Vamos en las elecciones municipales de 2024; y ahora la derecha radical tiene una buena opción de llegar a La Moneda a fin de año.
Desafíos inmediatos
A todo lo anterior, se añade la incertidumbre por los cambios en el tipo de votante. Las elecciones presidenciales de 2021 fueron con sufragio voluntario y este año serán con voto obligatorio. Entre el balotaje de 2021 y las elecciones de 2025 pueden haber más de 4,5 millones de nuevos votos, de un padrón efectivo que sobrepasará los 13 millones. Así, tendrá una ventaja importante el candidato que mejor logre llegar a los nuevos votantes.
Asimismo, es importante que el presidente intente obtener mayoría legislativa. Un candidato que pasa a segunda vuelta con alrededor del 30% de las preferencias, gana la segunda vuelta con votos prestados, con un respaldo que se empieza a diluir apenas pone un pie en el palacio de gobierno. En esos casos, más que estar a favor de alguien, la ciudadanía votó en contra de otro candidato por lo que representaba o reflejaba. Junto con ello, salvo Michelle Bachelet en un momento de su segundo gobierno, los presidentes no han tenido mayorías, por lo que lograrla es una tarea importante para todos los sectores, con un Congreso marcado por la fragmentación e indisciplina parlamentaria.