Es posible encontrar las raíces del espíritu de la época en la que vivimos en lo que se conoce como posverdad, un clima cultural en el que las creencias, las opiniones, la experiencia personal y las emociones a menudo eclipsan los hechos verificables y las pruebas científicas. Si bien las falsedades siempre han existido, la posverdad amplifica su impacto. Promueve la idea de que todas las “verdades” son igualmente válidas, independientemente de la evidencia.
En 1967, el dúo literario argentino Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares escribió Esse est percipi. Es una historia muy futbolera que presenta una Buenos Aires distópica donde los estadios son “demoliciones que se caen a pedazos” y el fútbol –entre otras muchas cosas– no es más que “un género dramático”, una producción de la industria del entretenimiento. Los autores imaginan una época en la que la ficción sustituye a la realidad sin que el público en general pueda percibir el engaño.
Hoy en día, nos enfrentamos a un fenómeno similar. A pesar de los debates sobre la magnitud de la información errónea y la desinformación, la información falsa se propaga en línea y fuera de línea. A menudo, incluso, sin ser cuestionada, lo que genera confusión y desconfianza generalizadas. Esto pone de relieve la paradoja del “desmuteo”: incluso con más voces hablando, la información basada en la evidencia es cada vez más difícil de discernir y requiere cierto esfuerzo. En otras palabras, más información no significa mejor información.
Falsedades de conveniencia
Tal vez lo que es diferente ahora, con el auge de las redes sociales y la inteligencia artificial, es la facilidad y la velocidad con la que se propagan estas supuestas verdades. A su vez, la dificultad de desacreditar mentiras que fueron cuidadosamente elaboradas con suposiciones de plausibilidad, incluso cuando intentamos exponerlas. Este fenómeno puede verse como un declive del pensamiento crítico. La gente cree cada vez más en lo que conviene. El declive se agrava por la gran cantidad de información disponible. Allí coexisten la verdad y la falsedad, y las opiniones se presentan como hechos.
Esta tensión, entre el potencial de las redes sociales para empoderar a los ciudadanos y la realidad de las libertades restringidas y los mecanismos de silenciamiento, crea un panorama informativo complejo. Por un lado, las plataformas de redes sociales ofrecen una poderosa herramienta para que los ciudadanos compartan información vital. Esto permite a las comunidades combatir la desinformación y eludir la censura. Lo sustentan encuestas como el reciente estudio del Pew Research Center. Encontró que, si bien la mayoría de las personas valoran la libertad de expresión y de prensa, muchos menos creen que estas libertades se realizan plenamente en sus países.
Por otro lado, vemos el auge de la cultura de la cancelación. Paradójicamente, busca silenciar las voces disidentes y a quienes desafían las opiniones prevalecientes, a menudo a través de amenazas y aislamiento. Es un fenómeno que hace eco de la teoría de la espiral del silencio de Elisabeth Noelle-Neumann.
La erosión de la confianza en las instituciones tradicionales, como la religión, la ciencia, el Estado, la familia y la educación, junto con la sobrecarga de información y una sensación generalizada de incertidumbre, nos empuja hacia una realidad moldeada por ideas y creencias que simplemente confirman nuestros prejuicios existentes. Lo explica la profesora y psicóloga de Stanford Jennifer Eberhardt en Biased: Uncovering the Hidden Prejudice That Shapes What We See, think and do. Muchas veces nos limitamos a cámaras de eco, donde solo nos involucramos con información y perspectivas que refuerzan las nuestras. Esta tendencia se ve exacerbada por los sesgos cognitivos, atajos mentales que pueden conducir a una toma de decisiones defectuosa. Estos sesgos actúan como la droga “soma” en Un mundo feliz de Aldous Huxley, anestesiándonos y atrapándonos en burbujas cómodas que se refuerzan a sí mismas.
¿Somos todos metarreligiosos?
Como observó George Steiner hace casi cincuenta años en Nostalgia del absoluto, el declive de las grandes narrativas tradicionales, como los sistemas religiosos formales, podría conducir a la aparición de nuevos sistemas de creencias. Los denominó “metareligiones”. Ahora asistimos al surgimiento de un nuevo concepto de fe, en el que la fe, despojada de sus elementos sagrados y consagrados, funciona como un recurso clave para la identidad, dando forma a la forma en que percibimos y cuestionamos la realidad.
En este contexto, el instinto, la experiencia personal, la emoción y las perspectivas subjetivas se han convertido en los nuevos árbitros de la verdad, la aceptabilidad y la posibilidad. Esta necesidad de creer proporciona un sentido de pertenencia y una fuente inagotable de certeza, inverificable, pero convincente. En última instancia, como sugiere Steiner, somos criaturas de fe, impulsadas por la necesidad de creer, y esta creencia puede liberarnos de la tarea a menudo difícil y solitaria del pensamiento independiente.
Información saludable
A continuación, se presentan cinco ideas para practicar el pensamiento crítico y adoptar una dieta de información saludable.
Buscar diversas perspectivas: para obtener una imagen completa, buscar activamente información de una variedad de fuentes confiables. Importante: cada historia tiene múltiples lados.
Desafiar tus suposiciones: cuando una historia confirme tus creencias, esfuérzate por explorar perspectivas alternativas. ¿Qué otras narrativas o evidencias podrían existir?
Verificar la credibilidad de la fuente: prioriza el contenido con autoría y fechas de publicación claras. Si falta esta información, busca fuentes más confiables.
Verificar tus hechos: antes de aceptar y compartir información, verifícala con fuentes originales. Esto garantiza la precisión y evita la difusión de información errónea.
Participar en un diálogo constructivo: en las redes sociales, practica una conversación respetuosa con aquellos que tienen puntos de vista diferentes. Concéntrate en encontrar puntos en común y compartir puntos de acuerdo.
Para navegar por este complejo panorama, una desintoxicación digital periódica puede ser una herramienta valiosa. Permite a las personas alejarse del ruido digital y evaluar críticamente la información que consumen y lo que realmente resuena con ellos.
Este artículo fue publicado originalmente inglés como un op-ed en Salzburg Global.