El Tratado Antártico ha sido durante décadas un símbolo de cooperación internacional, ciencia sin fronteras y paz en uno de los territorios más extremos del planeta. Sin embargo, este modelo enfrenta hoy desafíos crecientes: tensiones geopolíticas, intereses económicos y el impacto acelerado del cambio climático. La Antártida, que alberga el 70% del agua dulce del mundo y una biodiversidad única, está perdiendo hielo a un ritmo alarmante. El krill, clave para el equilibrio ecológico global, también está en peligro. Frente a este escenario, se vuelve urgente una respuesta coordinada, especialmente entre países latinoamericanos y europeos con intereses científicos y ambientales compartidos.
La protección de esta región única del mundo y su uso científico en beneficio de la humanidad están regulados en el Tratado Antártico de 1959. Desde su entrada en vigor ha sido una garantía sin precedentes de paz y estabilidad. Sin embargo, en tiempos de cambios en el equilibrio de poder mundial, cada vez es más probable que se produzca una lucha por la influencia política y los recursos económicos en la región más meridional del mundo.
De escenario secundario a continente de la ciencia y la paz
Tras la Segunda Guerra Mundial, surgieron tensiones geopolíticas en la Antártida. Argentina, Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega y Gran Bretaña reclamaron territorios que se solapaban parcialmente. Además, los países occidentales observaban con recelo el creciente compromiso de la Unión Soviética en el Polo Sur.
En junio de 1958 comenzaron las negociaciones para el primer tratado de control de armamento después de la Segunda Guerra Mundial entre los países con reclamaciones territoriales, así como Estados Unidos, la Unión Soviética, Bélgica, Japón y Sudáfrica. Los Estados signatarios acordaron suspender sus reivindicaciones territoriales y abstenerse de toda actividad militar y explotación económica. En su lugar, se estableció que la Antártida deshabitada, situada entre los 60 y los 90 grados de latitud sur, solo podría utilizarse con fines pacíficos. En particular para la investigación científica en beneficio del bien común.
Hoy en día, 57 Estados contratantes forman parte del acuerdo. Un total de 29 Estados tienen derecho a voto en las reuniones consultivas, siempre que hayan realizado importantes trabajos de investigación científica en la Antártida y hayan establecido una base de investigación o enviado una expedición científica. Todas las decisiones se toman por unanimidad. Junto con cinco acuerdos posteriores, el acuerdo original forma el sistema del Tratado Antártico. Cabe destacar especialmente el Convenio para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos de 1980, que establece una comisión del mismo nombre con el objetivo de crear zonas marinas protegidas, así como el Protocolo de Madrid de 1991, que prohíbe explícitamente la explotación comercial de materias primas.
Amenazas y retos
En los últimos años se han puesto de manifiesto las deficiencias del Tratado Antártico. En 2024, la designación de nuevas zonas marinas protegidas fracasó por octava vez consecutiva debido al veto de China y Rusia. Dado que las zonas protegidas no son válidas de forma indefinida, en 2052 se revisará el mar de Ross como la mayor zona marina protegida. Las decisiones sobre la prórroga de la vigencia y la creación de nuevas zonas protegidas deben tomarse por unanimidad. Además, en 2048, el Protocolo Medioambiental, que prohíbe la extracción de materias primas, podrá ser revisado a petición de un Estado parte. En este caso no se aplica el principio de unanimidad: los cambios pueden lograrse con el consentimiento de la mayoría de los Estados parte, así como de tres cuartas partes de los Estados consultivos.
Se ha confirmado la existencia de grandes yacimientos de carbón y mineral de hierro en la región, y existen muchas especulaciones sobre otros yacimientos de materias primas. El previsible acceso más fácil a los recursos minerales debido al deshielo está despertando interés. China reconoció hace tiempo la importancia estratégica de la Antártida para el futuro. En el marco de su estrategia marítima, lleva años intensificando su compromiso en ambas regiones polares con el objetivo de reforzar su propia pretensión de poder global. Por ello, la actitud defensiva de China ante la creación de nuevas zonas marinas protegidas preocupa a muchos Estados miembros de cara al futuro.
Ya existen dudas sobre si los mecanismos de protección existentes son suficientes. Una y otra vez se producen acusaciones de pesca ilegal de krill por parte de Rusia y China en las zonas marinas protegidas. Además, aumentan las dudas sobre el uso exclusivamente pacífico de la región debido al creciente empleo de tecnologías de doble uso en la investigación. Aunque los Estados consultivos tienen derecho a realizar inspecciones en todas las zonas de la Antártida, carecen de los recursos necesarios para supervisar eficazmente el cumplimiento de la normativa.

La importancia de la Antártida para los países latinoamericanos
Latinoamérica es el continente más próximo a la Antártida. Argentina y Chile son miembros signatarios del Tratado Antártico desde su entrada en vigor y tienen mayor cercanía al continente desde Ushuaia y Punta Arenas, respectivamente. Argentina fue el país con la primera base permanente en el continente desde 1904 y para ambos países la investigación científica es muy importante, especialmente en temáticas ambientales. Mantener bases científicas y presencia permanente en la Antártida es una forma de reforzar su rol como actores activos en el sistema antártico y proteger sus intereses estratégicos.
La cercanía de Argentina y Chile a la Península Antártica les da una ventaja en rutas marítimas, especialmente si en el futuro se abren nuevas rutas comerciales por el derretimiento de los hielos. Controlar el acceso logístico y marítimo a la Antártida puede traducirse en influencia regional y cooperación naval. Brasil, Ecuador, Perú y Uruguay son miembros consultivos. Cuba, Colombia, Venezuela y Costa Rica son miembros sin derecho a voto. Para ellos, la Antártida representa una oportunidad para participar en la gobernanza global y en los debates internacionales sobre el futuro del continente blanco.
La estrategia antártica de la UE, una deuda pendiente
En 2021, la UE presentó su nueva estrategia para el Ártico, pero no existe una política antártica formal. Desde la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, es imprescindible contar con una estrategia polar integral, y el estatus desmilitarizado de la Antártida no es algo que se pueda dar por sentado. El retorno de las rivalidades entre las grandes potencias aumenta el riesgo de una competencia estratégica en la región polar sur.
20 Estados miembros de la UE son signatarios del Tratado Antártico y Francia es miembro fundador. Además, los Estados miembros de la UE llevan a cabo importantes investigaciones en el Polo Sur. La UE debe articular y defender claramente sus intereses políticos en materia de ciencia, protección marina, pesca, paz regional y defensa del orden basado en normas, junto con socios que comparten sus valores, como el Reino Unido, Noruega, Argentina, Chile, Brasil y los Estados Unidos.
Antártida como fuente de inspiración y guía
Desde su creación, el Tratado Antártico ha demostrado su capacidad para unir a las naciones bajo un objetivo común a través de la cooperación en materia de ciencia e investigación en tiempos políticamente difíciles, contribuyendo así a la paz. Los grandes retos del futuro, como la protección del clima, la conservación de la creación y el mantenimiento de la paz, requieren una acción conjunta. A nivel operativo, en el inhóspito entorno de la Antártida reina una gran confianza y solidaridad.
Es necesario aprovechar esto para crear también esta confianza a alto nivel político. Dado que las relaciones con Rusia son actualmente muy complejas, los países con intereses comunes en la Antártida deberían apostar por un diálogo estratégico con China sobre la protección del mar. En tiempos de conflictos crecientes en un mundo fragmentado, la responsabilidad compartida, la cooperación pacífica y la solidaridad científica en la Antártida constituyen un poderoso símbolo de esperanza e inspiración.