Las tensiones entre Israel e Irán se remontan a 1979, con el triunfo de la Revolución Islámica iraní y la llegada al poder del régimen de los ayatolás. A partir de entonces, el nuevo gobierno iraní adoptó una postura abiertamente hostil hacia Israel, al que consideró ilegítimo. Comenzó a respaldar a grupos armados que pudieran enfrentarlo de forma indirecta, como Hezbollah en el Líbano y, más tarde, Hamás en territorios autónomos palestinos.
Irán también ha sido acusado de fomentar ataques contra intereses israelíes fuera de Medio Oriente. Destacan los atentados perpetrados en la década de 1990 en Buenos Aires contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA, atribuidos a grupos chiíes con presunta conexión iraní.
El conflicto se ha intensificado notablemente desde los ataques de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, lo que desencadenó una respuesta militar israelí masiva en Gaza. En 2024, hubo intercambios de ataques directos entre Irán e Israel, incluyendo bombardeos a infraestructuras estratégicas.
Además, el programa nuclear iraní ha contribuido a agravar las tensiones. Aunque Teherán afirma que su desarrollo nuclear tiene fines civiles, Israel y numerosos países lo perciben como una amenaza, especialmente ante la posibilidad de que Irán adquiera capacidad armamentística nuclear. En este contexto, el 13 de junio de 2025, Israel lanzó una ofensiva contra instalaciones nucleares iraníes, desatando una escalada bélica sin precedentes que incluyó ataques balísticos mutuos contra centros urbanos e infraestructuras clave.
Implicaciones internacionales
El conflicto podría derivar en una escalada mayor que obligue a otros países a definir su postura. Las grandes potencias juegan un papel clave.
Estados Unidos, aliado histórico de Israel, había iniciado recientemente un proceso de acercamiento diplomático a Irán para reactivar las negociaciones nucleares. No obstante, Donald Trump también comienza a entender que acabar con el actual régimen iraní es una prioridad. Rusia mantiene una relación pragmática con Israel, pero ha consolidado su cooperación estratégica con Irán, especialmente en Siria. China, por su parte, mantiene vínculos estrechos con Irán como parte de su estrategia energética global. Incluso ha promovido la reconciliación entre Irán y Arabia Saudí.
A nivel regional, la rivalidad entre Irán y las monarquías del Golfo se ha manifestado en el apoyo iraní a grupos chiíes en países como Irak, Líbano, Siria, Bahréin y Yemen. La firma de los Acuerdos de Abraham en 2020 normalizó las relaciones entre Israel y Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Arabia Saudí no se sumó a estos acuerdos, aunque tampoco los censuró. No obstante, la familia al-Saud ha impulsado un acercamiento estratégico a Irán con mediación china. Sin embargo, no ha logrado cambiar la percepción saudí que sitúa a Teherán como principal rival regional.

Impacto económico en Latinoamérica
Uno de los efectos más inmediatos es el aumento del precio del petróleo, que genera presión inflacionaria adicional en países importadores como Chile y Argentina. Incluso países productores como México se ven afectados, dado que importan derivados refinados y enfrentan aumentos en los precios de los combustibles.
También se han observado fluctuaciones negativas en los mercados bursátiles y las monedas latinoamericanas, reflejo de la incertidumbre internacional. No obstante, estos efectos podrían revertirse si se logra estabilizar la situación en Medio Oriente.
Otro aspecto preocupante es el impacto en las cadenas de suministro globales, debido a la inestabilidad en rutas clave como el estrecho de Ormuz y el mar Rojo. Esto podría provocar un aumento de los costos de transporte y afectar al comercio exterior latinoamericano.
Impacto político en Latinoamérica
En el plano político, deben considerarse varios factores.
En cuanto al posicionamiento diplomático, países como México y Brasil han optado por la neutralidad, mientras que Argentina ha expresado una postura clara de apoyo a Israel. Por su parte, Venezuela, Bolivia y Cuba podrían ofrecer un respaldo velado a Irán, en línea con los vínculos estratégicos que han construido en los últimos años.
Por otro lado, el conflicto puede ser utilizado políticamente para profundizar la polarización. Gobiernos y partidos de izquierda, más cercanos a la narrativa antiimperialista iraní, podrían enfrentarse a fuerzas conservadoras o liberales alineadas con Israel y Occidente. Esta instrumentalización del conflicto puede agravar las fracturas internas y aumentar las tensiones ideológicas a nivel regional.
La escalada del conflicto también podría reactivar los debates sobre seguridad y terrorismo por la presencia de redes vinculadas a Hezbollah en zonas sensibles como la Triple Frontera (Argentina, Brasil, Paraguay) o en Venezuela. Esto motivaría un refuerzo de las políticas de seguridad y contra el terrorismo.
Aunque no se espera un impacto directo en las elecciones de los próximos meses en Bolivia, Chile, Honduras o más tarde en Perú, el tema podría ser utilizado en campañas políticas para marcar distancias ideológicas entre candidatos y partidos.
El conflicto también puede favorecer una reconfiguración de alianzas internacionales en América Latina. Quizás, con algunos países acercándose a bloques que cuestionan la hegemonía estadounidense y sus alianzas con Israel, como China, Rusia o Irán.
Aunque geográficamente el conflicto es lejano, tiene efectos directos e indirectos en América Latina. Su evolución determinará si estos impactos son coyunturales o marcan un cambio estructural en la inserción internacional de América Latina.