A cinco meses y medio de la asunción del presidente Yamandú Orsi (Frente Amplio), en el país menos convulsionado de América Latina reina la sensación de que nada alterará el rumbo en el cual se encuentra Uruguay desde hace varios lustros de sucesivos gobiernos democráticos de distinto signos.
Respecto a cambios y nuevas leyes, el vértigo que ha impuesto este gobierno es similar al que genera una carrera de caracoles. Sí hay mucho ruido y griterío por parte de la oposición. En pie de guerra, defiende en todos los ámbitos el legado de la administración pasada, del expresidente Luis Lacalle Pou (Partido Nacional), y cuestiona la mayoría de las decisiones del gobierno. Por su lado, el Frente Amplio (FA) se defiende esgrimiendo al viento el programa de gobierno que presentó a la ciudadanía a fines del año pasado cuando por más de 100.000 votos ganó el balotaje.
En ese contexto, el país celebra hoy su bicentenario, que celebra la Declaratoria de Independencia de 1825.
Los desafíos: crecimiento y seguridad
En la agenda pública parecen instalarse dos temas dominantes y sin solución a la vista: la necesidad de crecer económicamente, tras varios años de crecimientos anuales insignificantes del PBI, y la inseguridad pública.
La segunda preocupación no se debe tanto al incremento de delitos y rapiñas, sino al aumento de la violencia y la creciente presencia de crímenes e ilegalidades con el sello inequívoco del narcotráfico. La situación del sistema penitenciario y las causas de una superpoblación carcelaria indigna —485 por cada 100.000 habitantes para una de las pocas democracias plenas existentes en el mundo— son parte esencial del gran diálogo nacional impulsado desde el Ministerio del Interior para abordar la inseguridad, con medidas que entrarían en vigor en marzo del año próximo. Solo un dato: el 65% de las personas privadas de libertad reinciden.
Aunque empiezan a existir señales preocupantes, en Uruguay existe la creencia de que aún hay tiempo para frenar el afincamiento del crimen organizado en estas tierras del sur.
Liderazgo sereno
El presidente Orsi, discípulo directo del fallecido expresidente José Mujica, apoyado por el poderoso Movimiento de Participación Popular (MPP), es un hombre sereno. Percibido por muchos como el típico uruguayo promedio.
Si se tratase de una foto, sería el negativo en personalidad y forma de gobernar de su antecesor Lacalle Pou. Su presidencia se caracterizó por centralizar todas las decisiones del gobierno en su persona y en el Piso 11 de la Torre Ejecutiva.
Orsi, en cambio, deja jugar a sus ministros y tiene la marcha atrás muy bien aceitada. Diversos episodios de dimsiones y pedidos de renuncias a jerarcas recién asumidos (como la ministra de Vivienda o el presidente del Instituto Nacional de Colonización, entre otros) revelan cierta desprolijidad a la hora de seleccionar los nombres para las funciones. El presidente, ante la evidencia del error o la incapacidad, decide cortar por los sano, sin vueltas.
Hasta ahora, logró sortear sin salpicarse una serie de escándalos evitables.

Marcha atrás
A su vez, Orsi ha tomado decisiones de envergadura. Por ejemplo, canceló el proyecto Neptuno que tenía un costo estimado de unos 290 millones de dólares para tomar agua del Río de la Plata, construir una planta potabilizadora y así complementar el abastecimiento del área metropolitana del sur del país.
El proyecto, con un contrato firmado en los últimos días de gobierno de Lacalle Pou, fue largamente anunciado. Prometía ser un plan B en caso de una sequía como la que ocurrió en 2023, que dejó sin agua a Montevideo. El objetivo central del proyecto Neptuno era encontrar una reserva sustituta a la cuenca del Río Santa Lucía, de donde se abastece de agua potable para la capital y la zona metropolitana. El gobierno de Orsi canceló el mega emprendimiento y decidió trasladarlo a Casupá, en el centro del sur del país, también en la misma cuenca del Santa Lucía.
Este hecho evidencia una dinámica de ir contra proyectos del gobierno pasado, como el cierre de la oficina de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación en Jerusalén, anunciado en las últimas semanas.
Oddone, la piedra angular
En ese vaivén, Uruguay se adentra en su futuro. Antes del 31 de agosto, el Parlamento se prepara para el ingreso de la Ley de Presupuesto quinquenal con la impronta del ministro de Economía, Gabriel Oddone.
Este economista liberal de izquierda pasa a ser la piedra angular del gobierno del FA en Uruguay. Es garantía para los empresarios, tranquilidad para la academia y, a su vez, colchón de resortes para los reclamos de la izquierda dura representada por el Partido Comunista, el Socialista y grupos radicales. Son sectores que también integran el FA, aunque con una bancada y representación en el Poder Ejecutivo sensiblemente menor a la del poderoso y casi hegemónico MPP del presidente.
En buena medida, el éxito y la legitimidad del gobierno de Orsi dependen de que a Oddone le vaya bien. Es un hombre que viene del mundo privado. Estuvo al frente de uno de los mayores estudios jurídicos del Uruguay y tiene una sólida formación académica y contactos clave destacados en el exterior.
Demostró ser dialoguista y moderado en una función que hasta ahora le calza bien. Nadie puede esperar de este outsider de la política locas pasiones ni recetas populistas. Sí medidas con sensibilidad social pero supeditadas al sentido común y con especial cuidado de los equilibrios marco económicos, algo que ya nadie discute en el país.
La llegada de inversiones extranjeras, más que necesarias, es harina de otro costal y no se vislumbran por más que se esperan y promocionan desde el ministerio de economía y finanzas.

Cancillería polarizada
Otro cantar es la Cancillería con el ex funcionario de la FAO Mario Lubetkin al frente. Alineado con la política exterior de Brasil, busca colocar a Uruguay en el eje Sur-Sur. También en este ámbito, se observan posiciones distintas al del gobierno anterior y otro tono en asuntos controversiales. Por ejemplo, la relación con el gobierno del dictador Nicolás Maduro, el conflicto entre el gobierno de Israel y Hamas y en la Organización de Estados Americanos.
Mientras Oddone goza de consenso, Lubetkin polariza. Es aplaudido por la militancia de izquierda, pero genera recelos en otros sectores. Entre estos equilibrios, sin mayoría en la Cámara Baja, transcurre el gobierno del manso Orsi.

La larga siesta
Mientras tanto, con su robusta democracia a cuestas y una cultura republicana que resulta un antídoto contra las aventuras populistas de liderazgos mesiánicos tan propios de América Latina, Uruguay continúa su cansino y a veces exasperante lento avance en la historia del siglo XXI.
Y pese a que no hay grandes ideas ni proyectos innovadores en el horizonte, los uruguayos ven allí los destellos de un mundo convulso y de transformaciones aceleradas que exigirían al país otra rapidez y viveza. Sin embargo, no hay nada que despierte al país de su tan confortable como inconsciente siesta de todos los días.