Nunca confiamos tan poco en la política y nunca confiamos tanto en la ciencia. Esa paradoja sintetiza una tendencia de época: descreimiento hacia lo público y legitimidad hacia lo técnico. Confiamos en el saber sin poder, mientras desconfiamos del poder que debería sostener la representación democrática.
En América Latina, estudios como el Latinobarómetro registran desde hace años niveles bajos de confianza en las instituciones básicas de la democracia, como los partidos políticos y los congresos. ¿Qué ocurre en algunos países de Europa, como España? ¿Tienen una mirada más favorable hacia las instituciones o la desconfianza también ganó terreno? ¿Estamos frente a un fenómeno propio de la región o ante un signo de época de alcance global?
Cinco países, un mismo estudio
Para intentar responder a estas preguntas, el año pasado realizamos un estudio comparativo en cinco países —Argentina, Brasil, Colombia, México y España— con la finalidad de medir el nivel de confianza en distintos grupos sociales. Los resultados muestran un patrón claro: los científicos y los médicos aparecen en la cima de la confianza social, mientras que los políticos se hunden en el sótano de la credibilidad.
Confiamos en quienes nos curan o nos ayudan a comprender el mundo, pero desconfiamos de quienes nos gobiernan. Incluso en tiempos de posverdad, la confianza parece estar asociada más a la evidencia que a la representación.
En España, el 84% de la ciudadanía declara confiar en los científicos; en Argentina un 81%, y en Brasil un 78%. Los médicos presentan niveles igualmente altos: 82% en Argentina y España, y un piso del 74% en México.
En el otro extremo, se encuentran los políticos. Apenas un 8% de la población colombiana manifiesta confiar en ellos, con una desconfianza que llega al 91%. En Brasil y Argentina la confianza no supera el 12%, y en México el 15%. En España, solo el 18% declara confiar en los políticos, mientras que el 80% los mira con recelo.
Otros grupos se sitúan en posiciones intermedias, con diferencias marcadas según el país. Los jueces, por ejemplo, concentran un 52% de confianza alta en España, pero apenas un 13% en Argentina, donde la desconfianza supera el 80%. Los periodistas muestran una brecha similar: 42% de confianza en Brasil, frente al 24% en Argentina. Los sacerdotes reciben mayor confianza en Brasil y Colombia (cerca del 36%), mientras que en Argentina apenas un 16% les atribuye credibilidad.
La pirámide de la confianza
A partir de los datos puede trazarse una pirámide de la confianza que se repite en todos los países. Arriba se encuentran los saberes técnicos —la ciencia y la medicina— con niveles de confianza que superan el 75% en casi todos los países. Su legitimidad proviene de su vínculo con la evidencia y de la percepción de neutralidad que transmiten. En el medio, instituciones ambiguas como empresarios, militares o jueces, cuya valoración depende de las trayectorias históricas y coyunturales de cada país. Abajo, los grupos ligados a la representación pública —políticos, periodistas y religiosos— que, en mayor o menor medida, arrastran los mayores niveles de desconfianza. Los políticos, en particular, no logran superar el 15% de confianza en casi todos los países.
Lo que varía entre países no es tanto el orden de la pirámide, sino la intensidad. En la cima se ubican médicos y científicos, profesiones ligadas al conocimiento, que en contextos de polarización y crisis institucional ganan valor por ser percibidas como neutrales u objetivas. En el extremo opuesto, los políticos concentran el mayor descrédito: un fenómeno estructural y transversal que ningún país consigue revertir. Incluso en España —el país que en términos generales deposita mayor confianza en todos los grupos sociales— la política sigue siendo el sector menos valorado. La desconfianza política, más que un fenómeno regional, parece consolidarse como un rasgo cultural global.
Entre ambos extremos se sitúan actores con niveles de confianza intermedios, que varían según la trayectoria de cada país. Los empresarios, por ejemplo, reciben más credibilidad en sociedades con tradición de mercado, como España y Colombia, mientras que en países atravesados por conflictos redistributivos, como Argentina y México, predominan las sospechas.
El periodismo también enfrenta un proceso de debilitamiento global, asociado a la desinformación y la polarización mediática. Argentina encabeza la desconfianza, pero ningún país exhibe confianza mayoritaria. La religión también viene en retroceso. El rol de sacerdotes y curas refleja un cambio cultural de largo plazo: en sociedades más secularizadas, como Argentina y España, la confianza es baja; en cambio, en Brasil y Colombia, donde la religiosidad mantiene un peso fuerte, las cifras son bastante más altas.
Por otro lado, corresponde señalar que el contraste entre España y Argentina resulta especialmente revelador. España es el país que deposita mayor confianza en todos los grupos sociales, mientras que Argentina aparece en el extremo opuesto, como el de mayor desconfianza generalizada. En el caso español, la pirámide conserva un mayor equilibrio, con niveles relativamente altos en todos los escalones, lo que refleja un clima político más estable y una institucionalidad capaz de sostener mayor legitimidad. Argentina, en cambio —aun compartiendo características estructurales semejantes a las de otros países de la región— muestra un patrón de desconfianza extendida, alimentado por el peso de sus crisis económicas recurrentes y por una relación históricamente conflictiva entre ciudadanía e instituciones.
El desafío de recuperar legitimidad
La confianza en grupos sociales y profesionales es un recurso fundamental para el funcionamiento de las sociedades. Su erosión limita la capacidad de las instituciones para sostener consensos, debilita la representación y alimenta el escepticismo ciudadano.
El estudio en cinco países muestra que, aunque los contextos varían, la pirámide de la confianza repite ciertos patrones: la ciencia y la medicina en la cima, la política en el sótano. El desafío no es solo reconocer este patrón, sino revertirlo. Es central restituir el suelo común sobre el que descansa la vida democrática, antes de que la pirámide de la confianza se transforme definitivamente en una ruina.