El yin y el yang de Estados Unidos en América Latina

Cómo Washington proyecta su influencia regional a través de aliados, adversarios y regímenes autoritarios, en una dinámica geopolítica marcada por contrastes ideológicos.

Por: Gabriel Pastor26 Ago, 2025
Lectura: 7 min.
El yin y el yang de Estados Unidos en América Latina
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

En América Latina, Donald Trump tiene dos presidentes que sintetizan su relación con los países democráticos de la región. El argentino Javier Milei no es un reflejo exacto del presidente estadounidense, pero constituye un aliado político importante. Comparte con él la prédica desreguladora y antiburocrática, una postura crítica frente a las políticas de género y un estilo confrontativo. Además, ha cuestionado el papel de los organismos internacionales y de los acuerdos multilaterales. En su visión, restringen la soberanía nacional. En cambio, Lula da Silva en Brasil, promueve una agenda más cercana a la de los Demócratas estadounidenses. Defiende el multilateralismo, la acción frente al cambio climático, el impulso de políticas de igualdad de género y un Estado con fuerte presencia en lo social.

Como en el yin y el yang, son opuestos que se definen mutuamente. La existencia de uno refuerza la imagen del otro. Y ambos le sirven a Trump para proyectar su propio relato político bajo la lógica de “Estados Unidos primero”, que premia o cuestiona según la conveniencia o la simpatía directas para Washington.

La política exterior de Trump en América Latina muestra sus dos caras en los principales socios del Mercosur. La Argentina de Milei aparece como el gran aliado, mientras que el Brasil de Lula encarna la contracara incómoda, simbolizando un proyecto político adverso a la visión de Washington.

Pero el enfoque de la Casa Blanca hacia la región no se agota en esos liderazgos democráticos. Existe una tercera vía en su trato con regímenes autoritarios, en especial el de Venezuela. Washington mantiene en la mira al chavismo de Nicolás Maduro, señalado por su connivencia con el narcotráfico y percibido como una amenaza directa a su agenda nacionalista.

Intimidad diplomática

Argentina quedó entre los países afectados con un arancel del 10% sobre sus exportaciones a EEUU. Es un nivel relativamente bajo si se lo compara con lo que enfrentaron Japón y la Unión Europea e incluso Brasil. Buenos Aires se ha visto favorecida gracias al estrecho vínculo entre Milei y Trump. Es razonable pensarlo si se escuchan los comentarios elogiosos del embajador estadounidense en Argentina, Alec Oxenford, sobre este inédito acercamiento diplomático. De hecho, hubo visitas de varios secretarios de Estado. Entre ellos, el del Tesoro, enviado expresamente para dar apoyo a Milei para “rescatar a Argentina del abismo”. Oxenford mencionó al menos diez reuniones entre funcionarios de las dos administraciones en muy poco tiempo, cuando la mayoría de los países no había tenido ni una sola en los últimos tiempos. Para él, todo ello habla de “intimidad diplomática e interés” recíproco.

El analista del Washington Post, Ishaan Tharoor, utilizó la expresión “bromance”. Describe una amistad muy estrecha entre hombres fuera del carácter sexual para resumir la relación entre ambos mandatarios. Su cercanía no solo es personal, sino también estratégica, con implicancias directas para la política económica y diplomática. Aunque todavía sea pronto para que se materialicen inversiones o acuerdos empresariales, que resultarían muy beneficiosos para Argentina, esto tendrá un impacto en la región.

De cara al futuro, el acercamiento no solo tiene implicancias económicas, sino también en temas de cooperación en defensa y seguridad. Son dos áreas muy sensibles en el marco de la puja geopolítica entre EEUU y China.

Javier Milei y Donald Trump en un encuentro en febrero de 2025. Foto: US Embassy Argentina

El peor socio de todos

La contracara del vínculo con Milei la encarna el presidente brasileño Lula, por razones que abarcan asuntos domésticos de Brasil, el comercio y la política exterior. La relación de la Casa Blanca con Brasil se ha expresado a través del apoyo al presidente Jair Bolsonaro, actualmente bajo prisión domiciliaria por investigaciones sobre intentos de desestabilizar el orden democrático. Mientras, Trump lo sigue considerando un amigo perseguido y un aliado natural.

La cerrada defensa al expresidente se reflejó también en sanciones de Washington contra el magistrado brasileño Alexandre de Moraes, miembro del Supremo Tribunal de Justicia y responsable del proceso contra Bolsonaro. Este es el principal motivo por el cual se aplicó un arancel del 50%, aunque no el único. “Brasil ha sido un pésimo socio comercial en términos de aranceles”, señaló Trump durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca.

Lula respondió con firmeza verbal, pero no tomó represalias. Quizás para no agravar el asunto con la principal potencia del mundo, a la que Brasil envía el 13% de sus exportaciones. Los aranceles tendrán un efecto económico al gravar ventas de café, carne y fruta, aunque no tan severo como podría pensar alguien desprevenido. Quedaron por fuera unos 700 productos, como el petróleo, el jugo de naranja y la pulpa de madera, en una economía relativamente menos expuesta a las ventas al exterior. Además, Brasil tiene más que perder en el mercado chino, que representa el 28 % de sus colocaciones según estimaciones de The Economist.

El mensaje más contundente, en todo caso, es de carácter político e incluye el fuerte acercamiento de Lula al régimen de Xi Jinping y la prédica antiestadounidense de los BRICS.

Un efecto colateral que beneficia al oficialista Partido de los Trabajadores es que el ataque tarifario de Trump ha mejorado la popularidad del presidente brasileño. Lula se embanderó con la defensa de la soberanía y su actitud de firmeza ante la administración republicana resulta favorable en las urnas. Esto no es nuevo. En Canadá, la respuesta firme del gobierno liberal frente a los aranceles estadounidenses fue bien recibida por la opinión pública, pese a que Ottawa tenía más que perder que Brasilia.

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En ese sentido, una encuesta de Pew Research Center, realizada en 24 países del mundo, incluidos Argentina, Brasil y México, mostró que la mayoría desconfía del liderazgo de Trump. El dato sugiere que, aun en una región donde algunos gobiernos mantienen gestos de cercanía con Washington, la percepción global sobre EEUU bajo su mando tiende al recelo. Esto confirma que América Latina no está al margen de una desconfianza más amplia hacia su figura.

Venezuela bajo presión

Una pregunta interesante es cómo percibe la opinión pública a los ciudadanos que sufren regímenes tiránicos en la región. En el microclima de las redes sociales, reclaman que Trump actúe para derrocar, por ejemplo, al chavismo. El norteamericano considera que la corrupción de las dictaduras y su vínculo con el narcotráfico son un veneno que se extiende por la región. Y no está dispuesto a permitir que siga dañando a su nación, de manera directa o indirecta.

La semana pasada, como parte de un plan de defensa para frenar a los cárteles de la droga, EEUU envió tres buques de guerra hacia aguas de Venezuela con el objetivo de golpear directamente a las redes del narcotráfico. Para Washington, esto implica una amenaza contra Maduro y las fuerzas chavistas. La maniobra mantiene en alerta a otros regímenes autoritarios del vecindario, y despierta inquietud entre los presidentes democráticos. Un ejemplo es la tensión que ha provocado entre las principales figuras del chavismo y el presidente colombiano, Gustavo Petro. Las consecuencias son imprevisibles debido a la porosidad de las fronteras y al despliegue de bandas de narcotraficantes y grupos de disidencia de guerrillas colombianas a ambos lados.

Es un hecho que Maduro ha quedado más aislado respecto a potenciales aliados. Es probable que reciba menos apoyo de los enemigos de Estados Unidos. La negociación abierta con Rusia por la guerra en Ucrania, sumada al exitoso ataque de la administración republicana al reservorio nuclear de Irán, obliga a los adversarios de Washington a actuar con cautela.

En ese contexto de incertidumbre, la ofensiva contra los cárteles empieza a perfilarse como una política regional. Además de frenar el flujo de drogas, busca golpear de lleno a los regímenes autoritarios sostenidos en una violenta economía criminal. Trump parece decidido a que el poder descomunal de su país recaiga no solo sobre el narcotráfico, sino también sobre quienes permiten que prospere, como Maduro y sus adláteres chavistas.

Gabriel Pastor

Gabriel Pastor

Miembro del Consejo de Redacción de Diálogo Político. Investigador y analista en el think tank CERES. Profesor de periodismo en la Universidad de Montevideo.

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