Desde el 19 hasta el 27 de julio de este año tuvo lugar en Moscú el cuarto Festival Anual de América Latina y el Caribe. Presentado como una celebración de intercambio cultural, el programa incluyó comida, música, cinematografía y conferencias. Con la presencia de diputados de varios países latinoamericanos, el evento concluyó con discursos de diplomáticos de Perú, Venezuela y República Dominicana.
Aunque encomiable a primera vista, esta iniciativa se enmarca en una estrategia de mayor alcance, orientada a que Rusia estreche lazos con los países latinoamericanos con el fin de ampliar su presencia geopolítica. Quizás más importante que la cooperación per se, Rusia busca fundamentalmente evitar que la región se acerque a los países occidentales. Para lograrlo, Moscú cuenta con un amplio arsenal de opciones.
El cambio de enfoque de Rusia
El documento Concepto de la política exterior de la Federación de Rusia, de 2023, actualizó los objetivos por primera vez desde 2016. Adopta un tono más polémico que su predecesor. Emplea términos que antes no aparecían, como ‘neonazismo’ (en el contexto del régimen ucraniano), ‘rusofobia’, ‘neocolonialismo’ y ‘Mundo Ruso’. Con respecto a América Latina y el Caribe (ALC), el documento habla del apoyo a los Estados latinoamericanos que están «bajo la presión de los Estados Unidos y sus aliados», de «ampliar los vínculos» y de «aumentar el comercio y las inversiones mutuas».
La plataforma mediática Russia Today (RT) funciona como un altavoz del Kremlin en la región, recurriendo habitualmente y deliberadamente a información errónea. Desde un punto de vista estratégico, el uso de RT es solo uno de varios instrumentos que Rusia aplica para lograr sus metas en la región. Los otros pilares son la cooperación y ayuda militar, la economía y el comercio, y la política. Los vínculos militares con Cuba, Venezuela y Nicaragua están bien establecidos. Justo este año Rusia y Nicaragua suscribieron un acuerdo orientado al entrenamiento de las fuerzas armadas.
Actualmente, el aspecto económico y comercial reviste especial interés. Rusia coopera con los países latinoamericanos individuales a través de acuerdos bilaterales y foros intergubernamentales. En particular, con los BRICS, el G20 y con la región en su conjunto a través del Mecanismo Permanente de Diálogo Político y Cooperación (Rusia-CELAC), puesto en marcha en 2015. La interacción económica entre las dos regiones es relativamente pequeña. Alrededor del 2% de su comercio mundial total corresponde a ALC. De todos modos, Rusia supo capitalizar la inestabilidad de los mercados globales de materias primas y generar una dependencia asimétrica. Por lo tanto, dispone de un margen de maniobra significativo en algunos sectores clave. Por ejemplo, los plátanos ecuatorianos y el uso de fertilizantes en Brasil.

La coerción banánica
En febrero de 2024, el gobierno de Ecuador, bajo la presidencia de Daniel Noboa, había acordado transferir a EEUU equipos antiguos de origen soviético, destinados posteriormente a las fuerzas ucranianas. A cambio, Washington proveería al país andino del material de fabricación estadounidense necesario para reforzar sus capacidades contra las redes de narcotráfico. No obstante, después de que Rusia anunciara la suspensión de la importación de plátanos de las principales empresas ecuatorianas, lo que implicaría una pérdida anual de 800 millones de dólares, el mayor exportador de plátanos del mundo se retiró del acuerdo. Alegó no querer verse involucrado en conflictos lejanos.
La justificación oficial de Rusia para el embargo fue que los plátanos no cumplían con ciertas normas sanitarias. Es una premisa que Moscú ya había empleado respecto al vino de Moldavia y Georgia al orientarse demasiado hacia Occidente. Asimismo, la familia del presidente, junto con otros funcionarios importantes, posee importantes inversiones en la industria bananera. Por lo tanto, la presión de Rusia tenía efectos duales: no solo amenazaba la economía ecuatoriana, sino también los intereses de las élites locales.
Fertilizantes y seguridad agrícola
Se observa una dependencia similar en la producción agrícola de Brasil. Al ser el tercer país más productivo en este ámbito, representando el 14% de la producción agrícola mundial, esta contribuye aproximadamente a un tercio del PIB del país. Dicha producción depende del uso de fertilizantes químicos importados. Rusia posee una cuota significativa en este mercado: más del 25% de todos los fertilizantes usados en Brasil provienen de Rusia, y el porcentaje ha ido creciendo desde el inicio de la guerra en Ucrania.
Durante este tiempo, Putin también ha ofrecido descuentos en fertilizantes de entre el 20 y el 30%. Esto le brinda otra herramienta de influencia regional al Kremlin, una que ya ha dado resultados. En 2022, Brasil logró convencer exitosamente a la comunidad internacional de excluir los fertilizantes de las sanciones impuestas contra Rusia, temiendo un efecto grave en la seguridad alimentaria y en su industria agrícola. Además, Brasil se niega hasta ahora a sumarse a sanciones económicas, ya que aplica únicamente sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU (CSNU). Dado que Rusia es miembro permanente, las sanciones del CSNU contra este país quedan fuera de alcance, consideradas ilegítimas según el derecho internacional.
Recursos naturales como instrumento político
Al igual que con el gas natural en Europa, Rusia sabe cómo utilizar otros recursos naturales como instrumento político. Como se ha observado en los casos del plátano ecuatoriano y del sector agrícola brasileño, las negociaciones de suministro se perciben como una oportunidad para atar a los países objetivo a una relación económica asimétrica, que puede aprovecharse para ejecercer influencia política en el futuro. Los acuerdos preliminares pueden entonces explotarse, y sus condiciones reales de implementación dependen de la orientación geopolítica actual del gobierno del país.
El control de suministros clave y la fuerte presencia en la producción alimentaria regional permiten a Rusia crear dependencias duraderas, mediante las que ejerce influencia estratégica sobre la política de América Latina, intentando así integrar la región a su agenda global.

