La presencia de Rusia en Centroamérica, como en el resto de América Latina, descansa en un entramado de operaciones de influencia que trascienden la cooperación económica. Se trata de un esfuerzo sistemático por desplegar mecanismos de comunicación estratégica, cooptación de élites e incidencia en sectores sensibles. A través de estos, Moscú procura ampliar su margen de acción en el hemisferio occidental con recursos comparativamente limitados.
Dicha estrategia responde a una lógica de reciprocidad geopolítica frente a una región que el Kremlin percibe como la expansión de la OTAN en sus antiguos espacios de influencia. Es un gesto de contrapeso simbólico en lo que Rusia considera el “extranjero cercano” estadounidense.
Estas operaciones selectivas encuentran su principal soporte en la guerra informativa y los medios de propaganda rusos, particularmente Russia Today y Sputnik. Su presencia se extiende desde el Triángulo Norte hasta Panamá. A ello se suma la cooperación con sus aliados autocráticos en el continente, especialmente Cuba, Venezuela y Nicaragua. Este último, bajo el régimen Ortega-Murillo, se ha consolidado como un centro logístico de la proyección rusa en el istmo, articulando funciones de propaganda, espionaje, inteligencia y entrenamiento militar de baja intensidad.
Nicaragua: un enclave militar ruso
La cooperación militar entre Rusia y Nicaragua se remonta a los años de la Guerra Fría, cuando cerca del 90% del equipo bélico del país provenía de la extinta Unión Soviética. Tras el colapso soviético, los vínculos se atenuaron. Recobraron fuerza con la llegada de Vladimir Putin al poder y, sobre todo, con el retorno de Daniel Ortega a la presidencia en 2007. Desde entonces, Managua se ha convertido en el socio más estrecho de Moscú en el hemisferio occidental, bajo una relación que contempla asistencia técnica, presencia militar y transferencia de inteligencia.
En 2013, el jefe del Estado Mayor ruso, Valeri Guerásimov, visitó Managua para inaugurar el Centro de Entrenamiento Marshal Zhukov, destinado a formar a oficiales nicaragüenses bajo la doctrina de la “guerra híbrida”. A su alrededor, se erigió una red de cooperación que incluye el centro topográfico de Managua —vinculado al sistema satelital GLONASS— y programas de instrucción en vigilancia y control de la oposición interna. Las fuerzas armadas rusas, con acceso directo a información de seguridad local, consolidaron así un canal privilegiado de influencia en la estructura de defensa nicaragüense.
Uno de los aspectos más sensibles de esta relación es, pues, el centro de espionaje instalado en la base de Mokorón, al sur de Managua. De acuerdo con investigaciones periodísticas, allí operan exclusivamente oficiales rusos con acceso al software SORM-3 y a un sistema de radiolocalización que permite interceptar comunicaciones diplomáticas, embajadas y redes internas del propio régimen. La instalación, complementada por antenas distribuidas en nueve puntos del país, refuerza el dispositivo satelital ruso. Funciona como una estación avanzada de recolección de señales en América Central.
A esto debemos sumar un acuerdo de cooperación militar firmado en 2022 por el gobierno de Ortega. Este autoriza el ingreso temporal de tropas, buques y aeronaves rusas al territorio nicaragüense, bajo la justificación de “labores humanitarias y de combate al narcotráfico”. La iniciativa permite la rotación periódica de contingentes militares rusos, consolidando la posición de Nicaragua como el principal punto de apoyo logístico de Moscú en el continente.
Semejante alianza ha alcanzado un nuevo hito. El ejército nicaragüense participó en los ejercicios conjuntos Západ-2025, realizados en septiembre pasado en Bielorrusia y el enclave de Kaliningrado. Durante un encuentro en Moscú, el ministro ruso de Defensa, Andréi Belousov, agradeció personalmente al general Julio César Avilés por este gesto, reafirmando la “amistad y confianza mutua” entre ambas naciones.
Los Západ-2025, maniobras ruso-bielorrusas que movilizaron a más de cien mil efectivos, se desarrollaron en un contexto de renovada tensión con la OTAN. Y coincidieron con incursiones aéreas rusas en territorio polaco y estonio. Más que un ejercicio rutinario, replicaron los patrones tácticos de las operaciones previas a la invasión de Ucrania en 2022, proyectando la narrativa de un Kremlin sitiado. En este marco, la presencia nicaragüense tuvo un valor político y simbólico significativo. Reforzó su alineamiento con Moscú y legitimó, desde el hemisferio occidental, la estrategia militar y discursiva del régimen de Putin.

Asistencia simbólica
Como en el resto de América Latina —exceptuando a las dictaduras revolucionarias— los intercambios militares con Rusia son ciertamente limitados. En Centroamérica, más allá de Nicaragua, los vínculos de Moscú se han caracterizado por una ambigüedad estratégica. Hay, en todo caso, una disposición a mantener canales de diálogo y cooperación técnica con gobiernos que, sin romper con Washington, buscan diversificar su política exterior en materia de seguridad.
En este marco, las administraciones de Xiomara Castro en Honduras y Nayib Bukele en El Salvador han reducido su cooperación con Rusia al plano estrictamente diplomático. Pero no sin ofrecer gestos simbólicos de alineamiento. Ambos gobiernos, por ejemplo, se abstuvieron o votaron en contra de resoluciones críticas a la invasión rusa de Ucrania en organismos multilaterales, lo que denota una cautelosa convergencia con Moscú.
El caso salvadoreño ilustra el punto. En 2013, San Salvador firmó un acuerdo con el Servicio Federal de Control de Drogas de Rusia para el suministro de armas ligeras y entrenamiento policial en la lucha contra el narcotráfico. En 2019, ambas naciones suscribieron un nuevo convenio intergubernamental. Esta vez, para el intercambio de información y cooperación en la lucha contra el crimen organizado. Fue descrito por el embajador Efrén Bernal Chévez como “un instrumento para fortalecer las relaciones de amistad y cooperación”. Sin embargo, estos marcos nunca se tradujeron en ejercicios militares conjuntos ni en asistencia sostenida.
Algo similar ocurrió en Guatemala. En 2010 el entonces presidente Álvaro Colom viajó a Moscú para adquirir armamento ruso destinado, según la versión oficial, a combatir el narcotráfico y crimen organizado. Aunque el acuerdo marcó un precedente en la cooperación técnica, el vínculo se diluyó en la siguiente década, coincidiendo con el progresivo acercamiento del país centroamericano a Estados Unidos.
En conjunto, estas experiencias reflejan la estrategia de Moscú de cultivar vínculos de baja intensidad con gobiernos dispuestos a recibir asistencia simbólica, sin desafiar abiertamente la hegemonía estadounidense en la región.
Espacio de resonancia política
La cooperación militar de Rusia en América Latina es, en términos materiales, insignificante. Pero estratégicamente, es funcional, como señala un reporte del Servicio de Investigación del Parlamento Europeo. Su presencia no busca equilibrar el poder hemisférico, sino proyectar una imagen de alcance global y sostener alianzas políticas con regímenes afines.
En un escenario dominado por la asimetría, Moscú utiliza la simbolización militar y la retórica multipolar para desafiar la hegemonía estadounidense y sostener su influencia mediante recursos mínimos. La región, y en especial Nicaragua, funciona como un espacio de resonancia política más que como un frente de despliegue efectivo.

